La dureza de la esposa del mercader de este cuento se explica quizá porque ha de tratarse de un casamiento decidido por la familia de la novia, como sucede a menudo en el Magreb.
Un rico mercader había decidido aprovechar la fiesta de la Aid el Kebir(fiesta durante la cual los musulmanes
degüellan un cordero para recordar el sacrificio de Abraham.) para poner a prueba a su esposa. Quería saber si podía contar realmente con ella en toda ocasión.
Unos días antes de la fiesta, fingió estar triste y le dijo:
—De un tiempo a esta parte los negocios van muy mal y temo que no podamos comprar el cordero para la Aid.
—¡Qué vergüenza! ¿Qué van a decir los vecinos? —se lamentó la mujer antes de insultar a su esposo y tratarlo de inútil.
El mercader se sentía muy contrariado por la reacción de la mujer, pero no lo demostraba. Al día siguiente, durante el almuerzo, le dijo:
—Esta misma mañana un pregonero anunció que el sultán daría un cordero a todo el que consienta recibir cien garrotazos. ¿Qué te parece?
—¡Acepta esos garrotazos! —le aconsejó de inmediato—. Sólo tendrás que pasar un mal momento y además no te morirás. Debes ir al palacio real sin demora, pues quizá no haya suficientes corderos para todo el mundo.
El marido aceptó. Cuando iba a abrir la puerta para marcharse, su mujer lo detuvo.
—¡Espera! —le dijo.
El hombre tenía la esperanza de que ella hubiera tomado conciencia de su dureza. Estaba convencido de que lamentaba ya sus palabras y que le anunciaría que prefería renunciar al cordero para evitarle los garrotazos.
—¿Tienes algo más que agregar? —preguntó el marido.
—Sería aún mejor que aceptaras recibir doscientos garrotazos, ya que así podrías obtener otro cordero para mi madre.
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