- Leyenda de México -
En el reino zapoteca vivía una vez un
príncipe tan gallardo y tan valiente, que su fama se extendió por la tierra y
llegó al cielo. El alba, que le veía cada día realizar sus hazañas, por la
noche, cuando los hombres dormían, se las relataba a las hijas del emperador
del cielo. Brillan éstas durante la noche en el firmamento y de día se esconden
para no ser vistas por los mortales.
Y sucedió que la más hermosa de todas
ellas llegó a sentir un amor tan grande por el príncipe terreno, que un día,
aprovechando la ausencia de sus hermanas, y sin que la sintiera el alba bajó a
la tierra y esperó junto al río de Juchitán el paso del amado. Cuando allí la
encontró el joven príncipe, quedó cautivado por su belleza y se la llevó en
brazos al palacio real.
Mientras tanto, el cielo, apesadumbrado,
se ennegreció y las nubes lloraron copiosamente. Las diosas celestes quisieron
impedir que su hermana se uniera con un mortal y se reunieron para tomar un
acuerdo. Y cuando poco tiempo después se celebraba la boda, entre los festejos
del pueblo, una de ellas, transformada en suave brisa, bajó a la tierra y
penetró en la alcoba nupcial. Una vez allí, recobró su forma y anunció a su
enamorada hermana la decisión que en el cielo se había tomado sobre ella.
Tendría que quedarse para siempre en la tierra, bajo la apariencia de una flor,
viviendo sobre las aguas de una laguna. Durante el día cerraría sus pétalos
para aislarse de los mortales y sólo durante la noche se abriría para recibir la
visita de sus hermanas. Una vez que la diosa terminó sus palabras, desapareció,
y con ella la joven novia, a quien nadie volvió a ver, y en la laguna Chivele
se irguió una flor verdinegra, de tallo recto y delicado, nunca vista hasta
entonces. Más adelante la llamaron mudubina.
El príncipe no se podía consolar; su
desesperación era tan grande, que el rey zapoteca, su padre, llamó a sus
Vinnigenda, viajeras de todos los vientos, y les encargó que buscasen a la
prometida de su hijo. El rey zapoteca dominaba la tierra, en la que no había
nada que pudiera resistir a su poder; pero ni él ni sus Vinnigenda podían
modificar las decisiones del cielo. Así se lo dijo la más vieja de ellas, la
primera que adivinó el secreto de lo que había ocurrido. Y entonces el príncipe
le suplicó ardientemente que le transformase a él en otra flor de la laguna. La Vinnigenda oyó sus
ruegos y a su conjuro nació el nenúfar.
Desde entonces ambos viven sobre las
aguas de la laguna. La mudubina tiene el corazón teñido de rojo por el fuego de
su amor y sólo abre sus pétalos de noche. El nenúfar tiene su corazón amarillo,
porque está teñido de melancolía, y, como ser terreno, vive de día. Pero quizá
quieran los dioses que se encuentren alguna vez.
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