estaba muy poblado, tenía numerosas casas y era un lugar próspero y rico. Un día, sin
embargo, ocurrió algo que angustió y acabó con la alegría de los habitantes de Urrialdo.
Una serpiente robó un huevo de gallina y lo empolló. Llegado el momento, el huevo se
rompió, y de él salió un basilisco. Tenía el tamaño de un gato, su cabeza parecía la de un
gallo con dientes, su cuerpo era de serpiente, tenía unas alas llenas de espinas y su cola era
larga y puntiaguda como una lanza.
El basilisco es el animal más terrible que existe, y sus armas son sus ojos y sus
dientes. La mirada del basilisco es mortal, hace que las plantas se marchiten, que los
árboles se sequen y que los pájaros caigan en pleno vuelo. La única planta capaz de resistir
su mirada es la “hierba de gracia” (boskoitza), que cura las heridas causadas por los dientes
del basilisco. Y sólo hay dos animales capaces de vencerlo: el gallo y la comadreja. El
horrible animal muere al oír el canto de un gallo o cuando la comadreja le da un mordisco.
Pero los habitantes de Urrialdo no lo sabían.
El basilisco apareció un buen día en el pozo, sentado encima de un tronco que flotaba
en el agua. Las primeras en verlo fueron dos mujeres que se acercaron a lavar la ropa.
—¿Qué es eso que hay en medio del agua? —preguntó una.
—Pues..., no sé... Yo diría que es un gallo... —respondió la otra.
—¿Un gallo en medio del agua? ¿Dónde se ha visto algo igual?
En eso, el basilisco clavó su mirada en ellas, y dos segundos más tarde estaban
muertas. El monstruo desapareció.
Nadie podía explicar aquellas muertes, y el temor empezó a apoderarse de los
habitantes de Urrialdo cuando, al día siguiente, apareció un hombre muerto, y luego otro,
y otro...
Todas las muertes tenían lugar cerca del pozo, pero nadie había visto nada raro, así
que decidieron mandar a un mozo para que vigilase. Aún no había amanecido y el joven
se subió a un árbol y esperó, oculto entre las ramas.
Cerca del mediodía, vio un carruaje que se acercaba por el camino del pozo. Los
viajeros contemplaban el paisaje y hacían comentarios sobre las casas. En eso, se fijaron en
el lago y al instante, emergiendo entre las aguas, apareció el basilisco. Su mirada se clavó
en el carruaje y, antes de que el mozo que estaba en el árbol pudiera darse cuenta de lo que
ocurría, el vehículo y sus ocupantes desaparecieron. Martín se quedó con la boca abierta
del asombro, se frotó los ojos creyendo que estaba soñando, miró de nuevo al lago..., pero
el basilisco había desaparecido.
Al enterarse de lo ocurrido, todos los habitantes de Urrialdo comenzaron a temblar
de miedo. No sabían cómo luchar contra un ser tan poderoso y decidieron marcharse del
pueblo, porque lo más importante era seguir vivos. Sólo unos pocos se atrevieron a
quedarse allí.
Pero el tiempo pasaba, las casas abandonadas iban cayéndose de viejas y los que
habían decidido quedarse eran cada día más pobres, porque tenían miedo a salir y
encontrarse con el basilisco, y tampoco se atrevían a utilizar el agua del pozo. Los
animales andaban sueltos, tratando de encontrar comida porque sus dueños ya no se
ocupaban de ellos. Cuando se acercaban al pozo para beber, aparecía el basilisco y los
mataba con la mirada.
Un día, un viejo gallo al que casi ya no le quedaban plumas, se acercó al pozo. El
basilisco apareció y se lo quedó mirando, pero su mirada nada podía contra el viejo gallo,
que también lo miró, y así estuvieron durante un buen rato. Creyendo el gallo que aquel
otro había ido a quitarle el puesto de jefe en el gallinero, cogió aire, hinchó el pecho y
cantó tan fuerte como cuando era joven.
El basilisco se convirtió en estatua de piedra, se rompió en varios cachos y se hundió
en el agua.
Nunca más se ha visto un basilisco en la región, pero los habitantes que se habían
marchado no regresaron, y el pueblo de Urrialdo no volvió a conocer la prosperidad que
una vez tuvo.
En su «Diccionario de mitología vasca», J. M. de Barandiaran comenta, hablando de la
palabra “osin”, pozo o lago, que es creencia popular que en aquellos pozos en donde el agua tira
hacia abajo viven ciertos genios. A algunos de estos pozos se les atribuye un origen extraordinario
como, por ejemplo, en Bikuña de Araba y otros pueblos de la comarca se recuerda que en un lugar
del monte Basabea se hundieron dos yuntas de bueyes con sus carros y sus boyeros, apareciendo
después un pozo que aún existe.
En el pueblo alavés de Caicedo se cuenta que, en el mismo sitio donde se encuentra el lago,
había hace tiempo un rico caserío que se hundió en la tierra porque sus habitantes no quisieron
socorrer a una pobre mendiga.
Los brujos de Chiloé usan un método, además de otros desconocidos, para acabar con un basilisco... queman el huevo de donde nació.
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