Empezaron a caminar hasta que se encontraron ante un río que había que atravesar a través de un pequeño puente. Pero al otro lado del puente había un dragón que lo guardaba.
Erik de Noruega vaciló, pero Erik de Dinamarca se lanzó sin pensarlo a atacar al dragón, que al punto volatilizó al muchacho con su fuego. Erik de Noruega apenado, dio la vuelta y volvió a su casa.
Años más tarde Erik de Dinamarca regresó a Noruega. Contó que lo que había parecido un dragón no era más que un espejismo y que en realidad era la puerta al Odainsaker. Que al atravesar había entrado en una llanura maravillosa llena de flores, en medio de la cual había un castillo que flotaba en el aire y de cuya base salía una escalerilla por la que Erik subió y que le introdujo en el interior de una torre. En ella había todo lo que un hombre pudiera desear: Manjares, vinos, perfumes deliciosos, lujosos muebles. El único problema era que no había nadie, por lo que a pesar de los lujos y del verano perpetuo, decidió regresar a su tierra.
Más tarde se enteraron de que lo que Erik había pensado que era el Odainsaker, no era más que un espejismo producto de algún encantamiento. Y terminaron por aprender que el que accedía realmente al Paraíso nunca regresaba, lo que Erik había visto era pues lo que parecía: un castillo en el aire.
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