- Leyenda de Colombia -
En un monte vivía una mujer con su hijo.
Su marido hacía tiempo que había muerto. Pero el hijo era muy trabajador y
vivían bien.
Un día, estando el joven entregado a la
pesca en el río, vio acercarse un puerco de agua. Al mismo tiempo se empezó a
oír una voz de mujer que decía: «¡Corre, corre!».
Sin embargo, al día siguiente, el joven
volvió a pescar al río. Entonces, una india muy bonita, toda embijada(Pintada
con bija: sustancia de color rojo que los indios utilizaban antiguamente para
teñirse el cuerpo y que hoy se utiliza en tintorería y, en Venezuela, como
colorante alimentario. - N. de HadaLuna), salió de pronto de la tierra y le dijo:
- Venga a mi casa.
El hombre se quedó sorprendido, pero
enseguida le contestó:
- Véngase más cerquita.
Pero como la india no se movía, el joven
adelantó unos pasos e hizo ademán de abrazarla.
Entonces, la bella aparecida le dijo:
- Si te bañas con flores del monte, me
llegaré a tu casa esta noche.
Aquella tarde, cuando regresó a su casa,
el joven contó a su madre lo que le había ocurrido con la mujer, y se bañó con
flores.
A la media noche apareció la india.
- Allí viene - dijo el joven a su madre.
- ¿Adónde está? - dijo la madre. - Yo no
la veo.
El joven y la india estuvieron aquella
noche juntos hasta la mañana. Después, la mujer se fue. Pero volvía todas las
noches.
A los pocos días preguntó el indio:
- ¿Adónde vives?
- Aquí cerquita - contestó la mujer -
Somos muchos.
- ¿Por qué no vienes a vivir aquí a mi
casa? - volvió a preguntar el hombre.
Y la india aceptó; pero entonces el joven
volvió a preguntar:
- ¿Por qué no te puede ver mi madre
también?
Y la india contestó:
- Para poder verme, tu madre tendría que
bañarse también con flores del monte.
La madre se bañó como le dijeron, y ya
pudo ver a la joven india, que se quedó en la casa.
Y así vivieron mucho tiempo, y la india
tuvo dos niños.
Un día, el hombre se fue a un pueblo
vecino, y allí le gustó otra mujer y se casó con ella. Al volver a su casa,
castigó a su primera mujer y le dijo:
- Vete de aquí, que ya conseguí otra
mujer.
Pero la madre de él ya quería a su nuera
y la defendió. Entonces, la mujer dijo a la madre:
- Ven conmigo que te voy a enseñar mi
gente.
Y se fueron juntas, y la joven mostró a
la madre los tambos, muy cerca del río. Era muy raro todo aquello, y la madre
estaba asombrada: ella conocía muy bien el río y nunca había visto los
tambos(Tiendas de campaña rurales. - N. de HadaLuna.) Entonces, para poder
volver, hizo una señal en el suelo.
Cuando la madre volvió a su casa, el hijo
le preguntó:
- ¿Adónde estuviste?
Y la madre contestó.
- En casa de mi nuera.
Entonces el hijo le pidió:
- Dime adónde está su casa quiero traerla
otra vez; la quiero mucho y no puedo vivir sin ella.
Y madre e hijo se fueron a buscar a la
mujer embijada, pero por más que anduvieron y dieron vueltas, no encontraron
nada. Sólo vieron la señal que había hecho la madre en el suelo.
- Ves, aquí estaba la casa.
Al día siguiente, el joven indio volvió
al lugar en que su madre había hecho la seña y tampoco encontró los tambos.
Apenado, se sentó en una piedra y rompió a llorar amargamente. Entonces oyó con
toda claridad la voz de la mujer embijada:
- No me esperes. Vete a tu casa, porque
mi familia está muy brava. No te perdona que me hayas echado.
Al oír a su mujer, cogió un palo y empezó
a cavar la tierra por el sitio por donde le pareció que había salido la voz.
Pero, entonces, empezaron a salir miles de hormigas del hoyo y le picaron el
cuerpo por todas partes. Y tuvo que salir huyendo para su casa.
Al llegar, fue a consolarse viendo sus
hermosos cultivos. Había sembrado mucho porque su mujer le había ayudado. Pero
entonces se encontró con que todas sus plantaciones estaban destrozadas por las
hormigas.
Y él tuvo que volver a pescar y se quedó
solo.
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