Un sufí de impresionante aspecto llegó a
las puertas del palacio. Caminaba decidido y sin reparar en los guardias que
custodiaban la entrada. Tan decidido iba y con tanta dignidad que nadie se
atrevió a detenerle mientras se dirigía resueltamente hacia el trono, sobre el
que se sentaba Ibrahim ben Adam, el rey de aquella comarca.
— ¿Qué es lo que deseas? -le preguntó el
rey al verlo llegar.
— Un lugar donde dormir en este refugio
de caravanas.
— Esto no es un refugio de caravanas. Es
mi palacio.
— ¿Puedo saber quién lo ocupó antes que
tú?
— Mi padre, que en paz descanse.
— ¿Y antes de él?
— Mi abuelo, también fallecido
— Y un lugar como éste, donde la gente se
hospeda por un tiempo y luego se marcha… ¿dices que no es un refugio de
caravanas?
— ¡Todos estamos en la sala de espera!
El rey comprendió la sabia enseñanza de
aquel monje peregrino. No sólo le hospedó gustosamente en su palacio, sino que
durante el tiempo que allí permaneció, intentó aprender lo mejor de sus
enseñanzas.
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