- Leyenda de Bolivia -
Cusi-Coiller, una hermosa doncella,
estaba enamorada de Sumaj-Uya, que la correspondía con la misma pasión. Pero
los padres de ella se oponían a aquellos amores, advirtiéndole siempre que
Sumaj-Uya era un brujo. Aquellas palabras no tenían eco en el alma de
Cusi-Coiller, que le amaba más que a su propia vida, y todas las noches,
secretamente, seguía viendo a su amado.
En cierta ocasión en que los dos
enamorados estaban reunidos, ocultos por la oscuridad, Sumaj-Uya, señalando en
la bóveda estrellada un nuevo astro que parpadeaba tembloroso, hizo saber a
Cusi-Coiller que era el alma de una virgen que había muerto porque no la
dejaron amar. Le hizo saber que todas aquellas estrellas que temblaban atormentadas
en el cielo eran novias tristes que habían muerto de amor.
Cusi-Coiller, pensando en su propia vida,
en su destino, que parecía igual al de aquellas novias que brillaban en el
cielo, tembló sacudida por el temor. Sumaj-Uya le dijo que para evitar la
tragedia debía huir con él hacia una tierra ignorada, antes de que Pachacutoj
la llevase a su seno.
La doncella, vencida por el temor a la
muerte y de perder su cariño, aceptó aquella proposición.
Ambos, deseando hallar su libertad y la
deseada felicidad en la mutua correspondencia de su amor, se pusieron en pie y
huyeron por el bosque, siguiendo el camino que conducía hacia las afueras de la
ciudad. Obligadamente tuvieron que pasar por el rancho de los familiares de
Cusi-Coiller, y aunque lo hicieron con paso rápido, el perro preferido de la
doncella reconoció su presencia y empezó a ladrar, alborotando a todos los
moradores de la casa. La Luna,
entonces, se ocultó, como para proteger la huida de los dos amantes; pero la
madre y los abuelos de Cusi-Coiller acudieron rápidos al camino y detuvieron a
los fugitivos. Sumaj-Uya tuvo que soportar una fuerte paliza, en la que los
viejos desahogaron su ira, mientras su amada permanecía atada cerca de él con
fuertes ligaduras.
Al día siguiente, Cusi-Coiller ya no pudo
salir, como de costumbre, a ver a Sumaj-Uya; pero éste, tristemente, fue a
rondar la casa. A partir de este día, todas las noches paseaba delante de la
casa, esperando que los padres de Cusi-Coiller fueran al fin comprensivos para
su amor. Pero sólo los aullidos de los perros y el bramar del viento se hacían
eco de sus desventuras.
Hasta que un día Cusi-Coiller, más triste
cada vez, murió de pena. La madre y los abuelos comprendieron entonces su
equivocación al comprobar la firmeza de aquel amor y lloraron con lágrimas de
arrepentimiento.
Aquel mismo día, cuando Sumaj-Uya fue a
rondar a su amada, se enteró de la triste nueva. Y, vencido por el dolor pudo
contemplar en la negra bóveda del cielo una nueva estrellita blanca que acababa
de nacer.
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