LEYENDA GUARANÍ
El gran Cacique Pearé (Noche) era célebre en todas las comarcas de habla
guaraní. Su hija Koembiyú (Estrella), que debió este nombre a su gran belleza,
causaba admiración a quienes la veían, y su hermosura se hizo tan famosa, que
desde tierras lejanas llegaban poderosos caciques dispuestos a conocerla y
ofrecerle los mejores presentes.
Costosas plumas de garza blanca, pieles de los animales más raros,
tejidos de plata, brazaletes de oro, piedras preciosas y mil regalos dignos de
una reina depositaban a sus pies los más encumbrados jefes que deseaban hacerla
su esposa.
Nada de esto logró despertar el amor de la bella Koembiyú. Ninguno de
sus pretendientes consiguió ser aceptado por esposo.
Pero Pearé, en el deseo de casar a su hija y tener así quien le
sucediera en el poder, decidió celebrar una gran reunión en la que Koembiyú
debía elegir esposo entre sus admiradores.
Todos los pretendientes se prepararon para participar en el gran torneo
que se llevaría a cabo dentro de tres lunas. El que resultara vencedor tendría
el derecho de tomar como esposa a la hija del Cacique.
Difíciles pruebas se cumplirían en el torneo. Deberían presentar a la
bella: el jaguar más hermoso de la selva, el pájaro de canto más armonioso y el
pez de colores más brillantes, que cuidaban con gran esmero las Cuña-Payés
(hechiceras).
Los peligros son enormes, pero los jóvenes guerreros los aceptan con
gusto, dispuestos a conseguir la preferencia de la hermosa india.
A
medida que la fecha de la fiesta se acerca, van llegando a la tribu los
pretendientes, escoltados por numeroso séquito que canta las hazañas de sus
jefes y transporta los más ricos regalos para la prometida.
Llega el ansiado momento de la fiesta. Es un día de primavera.
En un claro del bosque está la tribu reunida. El cacique Pearé, con sus
mejores galas, preside la fiesta. Un poco alejada está Koembiyú que, más
hermosa que nunca, ha adornado su cabeza con una guirnalda de blancas flores
silvestres; en su cuello brillan collares de piedras de colores; sus brazos
ostentan ricos brazaletes de oro y esmeraldas, y cubre su cuerpo bronceado un
fino tejido de plata.
Se sirve a los concurrentes miel y chicha. El entusiasmo aumenta. La
fiesta va a comenzar.
Koembiyú, recostada contra un corpulento árbol, mira a lo lejos, sin
prestar atención a la fiesta que se celebra en su honor.
De pronto toma una expresión diferente. Una luz ilumina su rostro.
Parece escuchar con agrado a un desconocido que le ofrece su amor y protección.
Al verlo, sonríe con dulzura y se da cuenta de que ahí está el que ha
despertado su corazón. Ese joven ha de ser su esposo.
Inmediatamente comunica a su padre:
-¡Padre! ¡Padre! Que el torneo no comience. Ya ha llegado aquel que
esperaba. ¡El elegido para esposo está aquí!
-¿Quién es el desconocido que pretende así robar mi más preciado tesoro?
-grita airado el Cacique.
-¡Padre!, escuchad: No es un guerrero ni un rico jefe, pero ha venido de
muy lejanas tierras, ha cruzado bosques y ríos y ha despertado mi cariño y
conquistado mi corazón.
-¡Mostradme a ese joven! -ordena el jefe.
Y
Koembiyú presenta a su padre, a un joven pobremente vestido, cubierto su cuerpo
con un manto descolorido y sucio con el polvo del camino.
Su pobre figura resulta empequeñecida al lado de los otros pretendientes
lujosamente ataviados y con plumas de colores brillantes en sus orgullosas
cabezas.
Pearé desaprueba la elección de su hija. Echa al desconocido de su
presencia y se opone a que Koembiyú lo acepte como esposo.
La
pobre niña, muy triste, baja la cabeza. Por sus mejillas resbalan lágrimas de
pena; pero debe obedecer a su padre...
Se da vuelta para decir adiós a su elegido, y se asombra al verlo
transformado.
El desconocido se ha quitado el raído manto que lo cubría, quedando
convertido en un gallardo joven de rubios cabellos y de ojos azules que le
dice:
-Soy el Hijo del Sol, que enamorado de tu gracia y tu bondad, hermosa
Koembiyú, vine a pedirte por esposa; pero el orgullo y la vanidad de tu padre
han producido mi enojo y, en castigo, te convertirás en pájaro que al adorarme,
llorará tus penas.
En ese mismo instante, la hermosa india se transformó en un pájaro.
Desde entonces, al atardecer, cuando el disco rojo del Sol se esconde en
el horizonte, se oyen en la selva los lamentos quejumbrosos de una ave. Es el
"guaimi-mgüe" (Hija del Sol) que en el canto traduce la pena y el
dolor que causara a la bella Koembiyú la decisión de su padre guiado por la
codicia y la soberbia.
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