Hace ya muchísimo tiempo, tanto que no muchos lo recuerdan, regía en
Erín un rey que tenía un solo hijo, pues su esposa había fallecido al dar a luz, y
él le había jurado, en su lecho de muerte, que jamás volvería a casarse. Por ello,
y ante el temor de sufrir otra pérdida terrible, el hombre no dejaba que Skaxlon,
que tal era el nombre del muchacho, saliera del castillo, ni se alejara de su vista,
tanto de día como de noche.
Erín un rey que tenía un solo hijo, pues su esposa había fallecido al dar a luz, y
él le había jurado, en su lecho de muerte, que jamás volvería a casarse. Por ello,
y ante el temor de sufrir otra pérdida terrible, el hombre no dejaba que Skaxlon,
que tal era el nombre del muchacho, saliera del castillo, ni se alejara de su vista,
tanto de día como de noche.
Finalmente, cuando el joven hubo llegado a los
veinte años de edad, decidió encarar a su padre de esta forma:
-Padre mío, creo que ha llegado el tiempo de que me permitas tener alguna
actividad fuera de estos muros.
-Me parece bien, hijo, y como lo que necesitas es hacer ejercicio, toma este
stick (palo) de hurling y esta pelota y ve a practicar al llano que hay detrás del
palacio.
Un año y un día había pasado el
muchacho ejercitando su juego cuando, en
un momento de descanso, se le acercó un
hombrecillo de cabellos grises y barba
negra, y se dirigió a él, diciéndole:
-Después de un año y un día de
entrenamiento, supongo que habrás
aprendido mucho, hijo del rey de Erín.
¿Quieres demostrarlo jugando conmigo?
-Si primero me dices quién eres y de
dónde vienes, no tendré ningún
inconveniente en jugar contigo -dijo
Skaxlon.
-Soy Oxiús, el rey de los silfos, y
vengo de la Isla Verde, donde vivo con mis tres hijas.
-¿Y cuál sería el premio? -preguntó el príncipe.
-El vencedor podrá imponer un geis sobre el perdedor, para que éste le
conceda lo que desee -propuso Oxiús.
-Para ti sería muy fácil con la ayuda de tu magia, pero quizás yo no pueda
satisfacer tu pedido -objetó Skaxlon.
-Pierde cuidado, que no te pediré nada que no puedas cumplir -lo
tranquilizó el silfo.
Entonces los dos se pusieron a jugar hurling; debieron jugar todo el día,
hasta que casi se había puesto el sol, antes que el joven lograra anotar un tanto.
-Bien, tú ganas, ¿cuál es tu deseo? -preguntó el rey de los silfos.
-Quiero que, en el transcurso de esta noche, mientras dormimos, el castillo
de mi padre se convierta en el palacio más lujoso que nadie haya podido
imaginar jamás, con su servidumbre, sus tesoros y todo lo que un palacio debe
tener
-Así será -le aseguró Oxiús, y al día siguiente Skaxlon y su padre, que se
habían acostado en sus respectivas alcobas, despertaron tendidos en lujosas
camas con colchones de edredón y sábanas de raso, atendidos por cientos de
sirvientes solícitos y serviciales
-Pues, me alegro de haberte dado ese stick -dijo el padre cuando el su hijo
terminó de contarle su encuentro del día anterior-, pero no debes abusar de tu
suerte. Los silfos suelen ser amables con los humanos, pero son volubles y
caprichosos, y pueden cambiar de humor de un momento a otro.
Al día siguiente, Skaxlon comenzó nuevamente sus entrenamientos. Al
cabo de un año y un día reapareció el hombrecillo; jugaron durante todo el día y,
justo antes de ponerse el sol, el joven volvió a marcar el tanto del triunfo.
-¿Y qué pedirás esta vez? -preguntó el hombrecillo.
-Quiero que, para mañana por la mañana, los campos de mi padre se
encuentren llenos de ganado y sus caballerizas, de caballos de la mejor raza.
-Los tendrás -concedió el silfo y, al despuntar el alba, había en los prados
cientos de ovejas y vacunos, vigilados por la atenta mirada de sus pastores, y las
cuadras encerraban corceles de toda raza y color, cuidados por cuarenta
caballerizos bajo las órdenes de un senescal.
De nuevo Skaxlon se entrenó arduamente durante un año y un día y, al
cabo de ese tiempo, llegó puntualmente el hombrecillo canoso.
-Bien -dijo apenas llegado-, ya van tres años y tres días que practicas, y me
has vencido dos veces en ese tiempo. Ahora jugaremos por tercera vez. -Así lo
hicieron y, al caer la tarde, fue esta vez Oxiús quien marcó el tanto del triunfo.
-Has ganado y tengo que respetar mi geis -reconoció el muchacho-, pero
recuerda que yo soy solamente humano y que prometiste no pedirme cosas que
no pudiera cumplir.
-No te preocupes, conozco las limitaciones humanas y no lo haré. Quiero
que te presentes en mi Isla Verde dentro de exactamente un año y un día. Allí
cumplirás algunos trabajos para mí y luego estarás en libertad para regresar.
-Ni siquiera sé dónde queda tu isla; ¿me darás las indicaciones para llegar?
-Encuéntrala por tus propios medios; es la primera de las tareas que te
encomendaré -dijo el silfo y desapareció.
Cuando esa noche regresó a su palacio, el príncipe se encontraba abatido y
acongojado y, al notarlo, su padre le preguntó:
-¿Qué sucede, hijo mío? ¿Qué te ha pasado para que llegues con esa cara
apesadumbrada?
-He perdido mi tercer juego con el rey de los silfos y debo ir en busca de la
Isla Verde.
-Te han impuesto un geis y lo debes cumplir. Te daré dinero para el viaje -
le ofreció el rey.
Y así, Skaxlon comenzó su búsqueda de la isla de los silfos, y en su tercer
día de camino llegó a la casa de un gigante, que lo atendió con gran gentileza y
hospitalidad.
-¿Hacia dónde te diriges? -preguntó el hombretón.
-Estoy buscando el camino hacia la Isla Verde -dijo el joven-, pues debo
estar allí dentro de un año menos dos días.-Revisaré mis notas esta noche -dijo el gigante, conduciéndolo al interior
de su castillo, donde le dio de cenar y lo alojó en un cuarto enorme para él solo-;
si descubro dónde está la isla, te lo haré saber por la mañana.
-¿Has encontrado la Isla Verde? -le preguntó Skaxlon al día siguiente.
-No -respondió el gigante-, pero tengo un hermano que vive
a dos días de camino de aquí. Quizás él sepa algo. -Luego le enseñó el
camino hacia la casa de su hermano y le dio dos panes para el viaje.
El príncipe agradeció al gigante su hospitalidad y siguió su camino hasta
que, al llegar al castillo del segundo gigante, éste le salió al paso y le gritó,
enfurecido:
-¿Se puede saber qué haces, invadiendo mi propiedad? ¡Voy a matarte por
esto!
-Sólo vine a hacerte una pregunta; vengo de la casa de tu hermano -se
defendió Skaxlon, ofreciéndole uno de los panes.
-Esto sólo pudo haber salido del horno de mi madre -reconoció el segundo
gigante-. ¿Qué es lo que deseas preguntarme?
-Tu hermano me dijo que quizás supieras cómo puedo llegar a la Isla
Verde.
-Trataré de descubrir en mis libros si tengo alguna información sobre ella -
respondió el segundo gigante, mientras guiaba al príncipe hacia su cuarto para
pasar la noche-. Si encuentro algo, mañana te lo diré.
-¿Tienes alguna novedad sobre la isla? -preguntó Skaxlon al día siguiente.
-No, pero sigue por este camino y al cabo de tres días llegarás al castillo de
nuestro hermano menor. Se pondrá furioso al verte, pero no temas; dale el pan y
él lo reconocerá.
El muchacho continuó su viaje hasta llegar al castillo del tercer hermano,
quien se irritó mucho al verlo e intentó atacarlo; sin embargo, cuando el joven le
hubo dado el pan, le dijo:
-Este pan ha sido amasado por las manos de mi madre; -y ante la pregunta
del príncipe respondió-: Mañana por la mañana estaré en condiciones de decirte
dónde se encuentra y la forma de llegar a ella.
-¿Me dirás ahora cómo llegar a la isla? -preguntó Skaxlon a la mañana
siguiente. Y el gigante que, en realidad, era un genio del aire, le respondió:
-Ven afuera conmigo. Llamaré a todas las aves y les preguntaré dónde está
la isla. Así diciendo, tomó su cuerno de caza y ambos salieron al prado que
había detrás del castillo; allí, el hombretón tocó su cuerno y todos los pájaros del
aire se reunieron alrededor de él.
-¿Alguno de ustedes sabe dónde está ubicada la Isla Verde?
-preguntó el gigante con voz atronadora. El silencio más absoluto
respondió a su pregunta, señal de que ninguna de las aves conocía la respuesta.
-No te preocupes, aún falta un ave -dijo al príncipe-. El águila de orotodavía no ha llegado.
Volvió a tocar el cuerno y, al repetir la llamada, quince minutos después no
tardaron en divisar al águila, que llegó hasta ellos tan agotada que no podía casi
ni hablar.
-¿Dónde estabas cuando toqué el cuerno la primera vez?
-En la Isla Verde -respondió el ave.
-¿Y la segunda vez?
-Volaba por sobre las Montañas Igneas.
-¿Y la tercera?
-Ya me encontraba a la vista del castillo.
El gigante alimentó bien al águila y luego le preguntó:
-¿Te encuentras en condiciones de llevar a este muchacho a la Isla Verde,
hoy mismo?
-No. Me encuentro demasiado débil. Necesitaré al menos dos semanas para
recuperarme.
El hijo del rey de Erín estuvo de acuerdo y, durante esas tres semanas, se
entrenó para poder sostenerse sobre el lomo del águila, con miras al largo viaje.
Transcurridos los quince días, el águila anunció que ya estaba en condiciones de
partir, y entonces el gigante ató al cuello del pájaro una bolsa de provisiones y le
recomendó a Skaxlon que no dejara de alimentar al ave toda vez que ésta se lo
pidiera; luego el joven subió sobre su montura, y ambos se elevaron a gran
altura, hasta que el muchacho le dijo:
-Estás subiendo demasiado alto; tengo mucho miedo.
-Tengo que hacerlo, si queremos franquear las Montañas Igneas -lecontestó el águila.
-Entonces, sube todo lo que necesites.
-Bueno, pero dame una porción de carne -pidió el águila de oro.
Skaxlon así lo hizo, pero, mientras cruzaban por sobre las Montañas
Igneas, uno de sus volcanes lanzó una llamarada que chamuscó algunas de las
plumas del águila. El príncipe sintió que su corazón se detenía, porque el ave se
estaba debilitando, pero se tranquilizó cuando la alimentó nuevamente y vio que
recuperaba parcialmente sus fuerzas. Finalmente, el heroico pájaro logró llegar a
la Isla Verde, donde descendió suavemente a la orilla de un lago.
-Escúchame atentamente, hijo del rey de Erín -le dijo entonces el águila-,
las tres hijas del rey de los silfos se bañan diariamente en este lago, y hoy no va
a ser la excepción. Tienes que fijarte en la menor de ellas; te será fácil, pues es
la única que luce en su brazo derecho una ajorca de plata que deberás robarle
mientras se baña, porque ése es el único momento en que se la quita. Y ahora
tengo que marcharme, ya que aún me espera el largo viaje de regreso.
Algo más tarde, cuando las tres sílfides se estaban vistiendo después del
baño, la menor de ellas comentó con sus hermanas la falta de su brazalete, pero
éstas se rieron de ella y le dijeron:
-El único que podría haberlo robado es nuestro padre y él hoy no está en la
isla. -A continuación, las dos se marcharon y dejaron a su hermana menor
buscando su ajorca. Pero, tan pronto como se hubieron alejado, Skaxlon se
presentó ante ella y la princesa se enamoró de él de inmediato.
-¿Quién eres y de dónde vienes? -preguntó.
-Soy el hijo del rey de Erín, y tu padre me impuso un Beis, por el cual
debía acudir hoy a la Isla Verde, a ponerme a sus órdenes.
-Entonces, debes venir al palacio. No debes temer nada. Espera a que yo
me vaya y sígueme una hora después.
Cuando el príncipe llegó al castillo y llamó a las puertas, el propio rey salióa recibirlo y le preguntó:
-¿Eres tú, hijo del rey de Erín?
-Así es.
-Pasa -invitó el rey de los silfos-. Comerás y te alojarás en el castillo, que
es más de lo que has hecho por mí cuando jugábamos en Erín, ya que allí nunca
me diste ni siquiera un bocado de pan.
Luego condujo a Skaxlon a un pequeño cuartucho, que era poco menos que
un calabozo; le ordenó que permaneciera allí hasta que él lo indicara y le avisó
que le enviaría algo de comer. Poco tiempo después, llegó la menor de sus hijas
con una jarra de agua y un trozo de pan duro, y vio que el príncipe estaba
llorando.
-No dejes que el desaliento te agobie -le dijo-. Esconde esta bazofia, y más
tarde te traeré parte de mi propia comida. -Así lo hizo, y él comió y esperó la
llegada del rey.
-¿Te ha gustado el almuerzo que te envíe? -preguntó Oxiús. El príncipe no
contestó, y el rey continuó-: Tengo el primer trabajo para ti; prepárate porque
mañana por la mañana te lo encargaré.
Esa noche Igerne, que así se llamaba la hija menor del rey, lo condujo
hasta sus propios aposentos; allí conversaron largamente y luego durmieron
juntos en la cama de la joven. Al alba, el muchacho volvió a su cubículo antes
de que llegara el rey, quien, al aparecer por allí, le dijo:
-Allí, fuera del castillo, hay un establo que no se limpia desde hace ciento
veintitrés años y, entre la basura, se encuentra un prendedor que perteneció a mi
familia desde siempre. Tienes que limpiar el establo y hallar el prendedor.
El hijo del rey de Erín tomó una pala y comenzó a limpiar el establo, que
tenía cuarenta ventanas al exterior; pero cuando comenzó a arrojar fuera la
basura, a cada palada que sacaba, tres de ellas caían de nuevo al interior por
cada una de las ventanas, de modo que, a poco de empezar, tuvo que detenerse
en su trabajo, porque la basura ya le llegaba al pecho y estaba a punto de
asfixiarse.
Al mediodía, la hija del rey llegó con su almuerzo, y él lloró en su regazo.
-¿Qué es lo que pasa ahora? -preguntó la joven.
-He trabajado muy duro desde el alba, pero el establo está mucho más
sucio de cuando empecé a limpiarlo -se quejó él.
-Esto es cosa de mi padre; tranquilízate, yo lo limpiaré por ti.
Después de estas palabras se puso a trabajar, y por cada palada que ella
daba, veintiuna salían del cobertizo por cada ventana, con lo cual pudo terminar
su tarea rápidamente y encontrar el prendedor, que entregó a Skaxlon.
-Ahora voy al lago a bañarme con mis hermanas. Tú ve al castillo una hora
después de que me haya marchado, y cuando mi padre te pida el prendedor,
niégate a dárselo, aduciendo que tienes todo el derecho del mundo a conservar tu
probabilidad, pero si te pregunta, no le digas de qué probabilidad se trata.
Así, cuando el rey le pidió la joya, el príncipe la conservó en su poder y
regresó a su cuartucho; a la hora de la cena, se repitió el episodio del día anteriorcon el pan, el agua y la comida, y lo mismo sucedió con su ida a la alcoba de la
muchacha, de donde regresó antes de que el rey viniera a buscarlo a la mañana
siguiente.
-Hoy tengo otro trabajo para ti -anunció el monarca al llegar a la
mazmorra.
-No hay tarea que yo no pueda hacer.
-Cerca del castillo hay un lago -dijo el monarca-. Debes vaciarlo en lo que
queda del día, para encontrar un anillo de oro que mi abuela perdió allí hace
setenta y ocho años.
El príncipe tomó un balde y comenzó a sacar el agua, pero a medida que lo
iba desagotando, el lago se tornaba más y más profundo, de modo que, al
mediodía, cuando Igerne llegó con la mitad de su propio almuerzo, el nivel del
agua no había bajado una sola pulgada. Pero ella le entregó su comida y le dijo:
-No debes desanimarte ni acongojarte; siéntate en esa roca y almuerza
tranquilo. -Y mientras él comía, la joven sílfide sacó su pañuelo y lo sumergió
en el lago, haciendo que absorbiera las aguas y que éste se secara en un
santiamén. Así, Skaxlon pudo recobrar el anillo y, una hora después de haberse
separado de ella, se dirigió tranquilamente al castillo.
-¿Tienes la sortija? -preguntó el rey.
-Sí, pero no te la daré, porque debo conservar mi probabilidad -contestó el
hijo del rey de Erín antes de volver a su cuarto. Al llegar la princesa con el pan y
el agua, los hechos se desarrollaron tal como habían sucedido las noches
anteriores, hasta el momento en que el muchacho debió volver a su mazmorra,
antes de la llegada del rey.
¿Cómo pasaste la noche? -preguntó el monarca.
-A decir verdad, de maravillas -respondió el príncipe, sin mentir en
absoluto.
-Me alegro, porque me temo que el encargo de hoy es un poco más difícil
que los anteriores.
-¿De qué se trata esa tarea? -preguntó intrigado el hijo del rey de Erín.
-En el bosque vecino al palacio hay un roble de una de cuyas ramas más altas
cuelga una espada. Deberás hachar el árbol y bajarla para mí.
Skaxlon tomó un hacha y se dirigió al roble, pero antes de empezar su
labor, ató un cordel alrededor del árbol, para ver si aumentaba de tamaño como
había sucedido en las dos ocasiones anteriores. Luego comenzó a hachar el
tronco pero, como había sucedido con el establo y el lago, el roble aumentaba su
grosor con cada corte. El joven se sentó sobre un tronco caído y comenzó a llorar
desconsoladamente; pero al mediodía llegó Igerne con su almuerzo y lo
tranquilizó:
-Descuida, yo derribaré el árbol por ti. -Y con un solo corte el añoso roble
cayó cuan largo era. Entonces la princesa descolgó la espada y le dijo:
-Vuelve al castillo con la espada, una hora después que me haya ido, pero
recuerda: si mi padre te pide la espada, no se la entregues. Repítele que, cuando
menos, debes conservar tu probabilidad.
-¿Has abatido el roble? -preguntó el rey al verlo llegar.-Sí.
Pues entonces, dame la espada -ordenó el monarca. Pero el príncipe le
respondió en la forma acostumbrada, y Oxiús volvió a encerrarlo en la
mazmorra, pero antes de hacerlo le dijo:
-He oído decir que todos los iweroniká son excelentes narradores de
cuentos. Vendrás a mi cuarto esta noche y me contarás algunos.
La hija menor del rey fue la encargada de disponer la habitación para la
noche: hizo colocar una cama a cada lado de la alcoba, una para su padre y otra
para Skaxlon; luego encendió una luz muy tenue, de modo que la mayor parte
del cuarto quedó sumido en la oscuridad, y colocó tres hogazas de pan, que ella
misma había horneado, disponiéndolas, una en la cama del joven, una en el
centro del cuarto y la tercera junto a la puerta. Inmediatamente después ella y
Skaxlon abandonaron el cuarto y huyeron de prisa.
Al entrar en su aposento, dispuesto a pasar una noche agradable, el
monarca dijo:
-Vamos, hijo del rey de Erín. Comienza tu cuento -y, ¡oh, maravilla!: el pan que
se encontraba sobre la cama del príncipe comenzó a relatar una historia tan
interesante, pero tan larga, que el rey pasó gran parte de la noche escuchándola.
Y cuando la hogaza hubo terminado, Oxiús, que la había escuchado
atentamente, quedó encantado con ella.
-Ha sido el cuento mejor contado que he escuchado en mi vida -reconoció-.
Ahora cuéntame otro más. -Entonces, el pan que se encontraba en el centro del
cuarto comenzó a narrar una leyenda bélica, con héroes que se enfrentaban en
batallas interminables, y tardó tanto en hacerlo que, cuando término, ya casi
había comenzado a amanecer.
-¿Sabes?, también ese cuento es muy bueno. Sin duda, creo que eres uno
de los mejores bardos de Erín -lo congratuló el rey-. Ahora nárrame uno más.
-Creo que el siguiente relato sí llamará poderosamente tu atención -dijo
ahora la hogaza que se encontraba junto a la puerta-, pues es una historia
verídica y ha sucedido hace tan sólo unas horas: quiero decirte, rey de los silfos
y de la Isla Verde, que tu hija huyó anoche con Skaxlon, el hijo del rey de Erín.
Es más, ya deben de estar muy lejos de ti, y creo que
deberías estar buscándolos.
El rey se levantó de un salto y, al acercarse a la
cama donde creía que se encontraba el príncipe,
descubrió que allí sólo había una hogaza de pan.
Inmediatamente se dio cuenta de que todo aquello era
una estratagema de la princesa, que había utilizado sus
poderes mágicos. Entonces llamó a sus dos hijas
mayores y los tres emprendieron rápidamente la
persecución.
Pero Igerne sabía perfectamente que su padre no
iba a quedarse cruzado de brazos ante su huida, y que él
y sus otras dos hijas los perseguirían, por lo que pidió a
Skaxlon que mirara hacia atrás, para ver si alguien los seguía. El joven lo hizo ydijo:
-Sólo veo a tres pájaros pequeños que vienen en esta dirección, pero se
encuentran muy lejos.
-Mira otra vez -respondió ella.
-Ahora parecen tres águilas gigantescas.
-Hazlo de nuevo.
-Pues ahora se han convertido en tres montañas.
-Pues, entonces, tira el prendedor detrás de nosotros -le ordenó ella.
Skaxlon la obedeció, y toda la región se cubrió inmediatamente de enormes
púas de acero, que se erguían como rectos árboles sin ramas entre ellos y el rey
de los silfos y las dos princesas.
-Regresen al castillo inmediatamente -ordenó Oxiús a sus dos hijas
mayores-, y traigan el mazo más pesado que puedan encontrar en la herrería. Así
lo hicieron ellas, y el rey empezó a golpear con el poderoso objeto los clavos de
acero, abriéndose camino entre ellos.
Al oír el estruendo, Igerne le dijo a su compañero:
-Mira de nuevo y fíjate si los ves.
-Veo de nuevo a los pájaros pequeños.
-Mira de nuevo.
-Otra vez se han convertido en águilas.
-Mira por tercera vez.
-Ahora son nuevamente montañas.
-Pues, entonces, tira el anillo detrás de nosotros -le dijo la princesa.
Tan pronto como el muchacho tiró el anillo, toda la comarca a espaldas de
ellos se transformó en un profundo lago. Oxiús, al no poder cruzarlo, les ordenó
a sus dos hijas mayores:
-Regresen a casa y tráiganme el balde más grande que encuentren.
Así lo hicieron, aunque no sin esfuerzo, y el rey pudo vaciar el lago y los
tres reanudaron la persecución.
Igerne, por su parte, volvió a pedir a Skaxlon que mirara hacia atrás, y
nuevamente se repitieron las preguntas de ella y las respuestas de él.
-Ahora arroja la espada -ordenó la princesa.
El hijo del rey de Erín la obedeció de nuevo y todo el país a sus espaldas se
cubrió de una espesura tan densa, que nadie se habría atrevido a internarse en
ella.
-Regresen al castillo y traigan el hacha que se encuentra junto a la
chimenea- indicó el rey a sus hijas. Cuando regresaron con la pesada hacha, el
monarca pudo desbrozar el camino, y los tres continuaron la persecución.
En ese punto de su huida, la pareja llegó a un ancho río, de más de una
milla de anchura, junto a cuya orilla pudieron ver un bote, en el cual se
embarcaron y remaron hacia el centro con todas sus fuerzas. Ahora bien, el rey
de los silfos podía salvar hasta tres cuartos de milla de un solo salto, y esa era
precisamente la distancia a que se encontraba el bote cuando Oxiús llegó a laribera. Desesperado corno estaba por recuperar a su hija y furioso por la traición
de Skaxlon, el rey intentó el salto, con tan mala suerte que cayó junto al bote, y
el príncipe lo golpeó en la cabeza con el remo, matándolo instantáneamente.
Sin otras dificultades, la pareja llegó a la otra margen y siguió su camino,
ahora tranquilamente y sin ninguna prisa. En el trayecto se detuvieron a visitar a
los tres gigantes bondadosos y al águila de oro, que aún no se había repuesto del
todo de su viaje a la Isla Verde, y finalmente llegaron a Erín donde, en el
condado de Connacht, se erguía el palacio del rey de Irlanda.
-Espérame unos instantes aquí; prepararé a mi padre y luego pasaré a
buscarte -pidió Skaxlon a su amada.
-Así lo haré, pero te prevengo que no debes besar a nadie, ni dejarte besar
por persona alguna mientras estés ausente -le advirtió la princesa-, porque en
ese caso te olvidarías inmediatamente -de mí.
Entonces, el príncipe se dirigió al palacio de su padre, y no besó ni
permitió que nadie lo besara, pero su viejo perro, que lo había extrañado mucho
durante todo ese tiempo, se levantó sobre sus patas traseras y lamió su rostro.
Como Igerne lo había anticipado, el príncipe la olvidó de inmediato y ella, al ver
que no regresaba, intuyó lo que había sucedido y abrumada por la pena se
internó en el bosque, sin saber qué hacer.
Al cabo de un tiempo de vagar por la espesura, encontró la casa de un
herrero, junto a la cual había una fragua y una fuente con un brocal de piedra. Al
aproximarse la noche, la princesa, temerosa de las alimañas del bosque, subió a
uno de los árboles que se encontraban junto al pozo. Pero quiso el azar que esa
noche hubiera luna llena y que la criada de la casa se acercara al brocal de la
fuente en busca de agua. Y al ver en el agua el reflejo de un rostro joven y
hermoso exclamó:
-¡Es una verdadera pena que, teniendo un rostro perfecto y seductor como
el mío, me encuentre sirviendo en la choza de un herrero! -Y acicateada por este
pensamiento erróneo, ya que no había sido su rostro el que había visto reflejado
en la fuente, sino el de Igerne, arrojó el balde al suelo y se marchó rápidamente,
y nunca más volvieron a verla por la región.
Pasado cierto tiempo, la esposa del herrero, temiendo que la mujer hubiera
caído al pozo, o hubiera sido atacada por una fiera, salió a buscarla, se asomó a
la fuente y, al ver en el agua el mismo reflejo que había visto la criada, sin darse
cuenta que no era suyo ese rostro, pensó:
-¡Oh! es una verdadera lástima y una vergüenza que yo, siendo tan
hermosa, sea la mujer de un herrero. -Y a continuación huyó corriendo, y su
marido jamás la volvió a ver.
A continuación fue el turno del herrero de salir a buscar a las dos mujeres;
se acercó al pozo, miró la superficie del agua, observó la imagen reflejada en
ella y comprendió inmediatamente lo que había sucedido. Así que miró hacia la
copa del árbol y, al ver a la hermosa joven que lo observaba, le ordenó:
-Baja de allí inmediatamente. Mi esposa y mi criada me han abandonado
por culpa tuya, así que ahora deberás cuidar de mí y de mi casa.Así que la hija del rey de los silfos debió marchar con el hombre a su casa,
y allí cuidó de sus cosas durante un tiempo, hasta que varios días después corrió
el rumor de que el príncipe de Erín iba a contraer matrimonio, y el herrero le
dijo:
-Si te presentaras a palacio, quizás podrías conseguir algún trabajo durante
la fiesta y ganar algún dinero.
Aunque sus propias motivaciones y propósitos eran muy distintos, la
princesa se presentó en palacio, donde le dijeron que se planeaba preparar una
gigantesca torta de bodas para el día de los esponsales.
-¿Puedo hornear yo esa torta? -preguntó al maese repostero.
-¿Y tú qué sabes de preparar tortas? -preguntó a su vez el hombre,
exasperado por lo que creía una impertinencia de aquella criada. Pero entonces
Igerne le aplicó un pequeño conjuro que había aprendido de la "gente pequeña",
y el pastelero la autorizó a cocinar el pastel y hasta le enseñó dónde se
encontraban los distintos ingredientes.
Así que la princesa se abocó de inmediato a la tarea y, cuando estuvo listo,
lo decoró con una réplica del castillo del rey de la Isla Verde, que incluía el
establo, el lago y el viejo roble, de modo que Skaxlon no pudiera dejar de verlos.
Cuando la enorme torta estuvo terminada la dejó enfriar a la sombra de un nogal
y luego la hizo llevar por cuatro mozos al salón; al verla, todos comentaron:
"Esta torta no pudo haber sido preparada por el viejo borracho del maese
pastelero; debe de haber contratado a alguien de afuera". Al preguntarle al jefe
de cocina, éste explicó que la torta la había preparado y decorado una joven, y
que no había pedido remuneración alguna por ella.
-Tráiganla inmediatamente a mi presencia -ordenó el rey al enterarse. -De
inmediato, la princesa subió al salón del trono y se le permitió quedarse junto a
los invitados. Más tarde, cuando según las antiguas costumbres de Erín, los
bardos comenzaron a narrar y entonar viejas crónicas de guerra y lances
amorosos, el monarca preguntó a la joven:
-Je animarías a contamos una hermosa historia de amor? -No sé ninguna,
pero si me das tu anuencia, puedo mostrarles a todos un truco de magia blanca.
-Por supuesto que te la doy -contestó el rey -e, inmediatamente, Igerne
arrojó al suelo dos granos de trigo, de los cuales surgieron un gallo y una
gallina. A continuación tiró otro grano, que no se convirtió en nada, sino que fue
atrapado por la gallina, pero el gallo se lo arrebató.
-Si me hubieras tratado tan mal el día en que tuve que ayudarte a limpiar el
establo, todavía estarías allí, entenado entre la basura -dijo la gallina.
Luego, la sílfide dejó caer otro grano y la gallina lo picoteó, pero el gallo
volvió a quitárselo.
-Seguro que no me hubieras hecho esto el día en que llorabas por no poder
vaciar el lago buscando el anillo, y yo tuve que hacerlo por ti- volvió decir
enojada la gallina.
Igerne arrojó un tercer grano con el mismo resultado, y la gallina exclamó:Tampoco me hubieras maltratado el día en que tuve que hachar el gran
roble en lugar tuyo, para recobrar la espada de mi padre, ni cuando horneé las
tres hogazas mágicas que nos permitieron huir.
Al oír las palabras de la gallina, el príncipe recobró de inmediato sus
recuerdos y reconoció a la joven que había sido su primer amor. Al hacerlo, la
tomó de la mano, se volvió hacia su padre y le dijo con un tono de voz firme y
decidido:
-Padre mío, lamento contrariar tu decisión, pero ésta es la mujer a quien
amo, y no aceptaré a ninguna otra por esposa.
Y así, el hijo del rey de Erín desposó a la sílfide, hija del rey de Isla Verde
y de los silfos. En el transcurso del tiempo, los felices esposos tuvieron cuatro
hijos, que heredaron la gallardía de su padre y la belleza y los poderes mágicos
de su madre. Algunos años después, el padre de Skaxlon murió y el príncipe
ocupó su trono, desde el cual rigió los destinos de Erín durante muchos y felices
años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario