No te bañes en las aguas marinas que
rodean Knossos: pertenecen a Posidón, un rey que aprisiona a los imprudentes.
No profanes los arroyos cristalinos que bajan del Sagrado Monte Ida: tal vez
alguna ninfa se perturbe y se queje a la vengativa diosa virginal. No manches
antiguos rituales con tu indiscreción ni los menosprecies con tu risa
discordante. No tomes las pociones que te ofrezca una bruja: podrían sentarte
mal.
No vayas a una tierra cuya lengua es tan
antigua como sus montañas chapurreando en una jerga bárbara. No contestes a las
fórmulas de bienvenida de los hospitalarios herakliónidas con torpes respuestas
de "Mí no comprende". No molestes a los lugareños con tus artilugios
de plasmar imágenes, enarbolándonos imprudentemente en lugares consagrados
desde antiguo. No te rías de las ancianas vengativas que viven en lo profundo
de los bosquecillos, no regatees con ellas el precio de su hospitalidad y sus
viandas. No te hagas el tonto por creerte más listo que ninguno e incurras en
hybris. No te sirvas de esa frase ridícula de "Mí no dinero" a cada
momento como un arma de tu falsa astucia. Y nunca tomes las pociones que te
ofrezca una bruja, aunque parezcan vino.
No te quejes si sientes que tu cuerpo
sufre una metamorfosis, ni te extrañes de que tus manos se troquen en pezuñas,
tu clara piel en pellejo peludo, tu frente en la testuz de una bestia cornuda y
tus partes traseras en las potentes ancas y largas colas que son privilegio de
los mudos y arrojados hijos de Poseidón que a él se le destinan en sacrificio.
No confíes en tu voz, que se habrá convertido en un bramido; no creas que
cuando los antiguos devotos del dios te acorralen y se dispongan a someterte al
antiguo ritual, podrás sacarlos del error en que los crees, y les podrás convencer
de que eres un hombre, y forastero, sólo por hablarles.
Porque tu voz ya nunca más será humana, y
no podrás hacerles entender que tú no eres un toro gritándoles la torpe frase
que les hubieras dicho:
"Mí no tauro"
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