La noche anterior tuvo el presentimiento
de que algo bueno le sucedería al día siguiente y consideró que lo más adecuado
para recibir ese cambio sería madrugar para asistir a misa de 10:00 en la
catedral y no por la misa en sí, sino para escuchar a Juan Alfonso, el canónigo
organista . Le gustaba adivinar en que órgano estaría porque desde la ventanita
de encima de la puerta que daba acceso a
cada órgano, se podía ver la luz
encendida, a lo largo del rito iba
alternado cada órgano, una vez pudo atravesar la puerta y subir las escaleras y
se maravilló ante el monstruo de tubos
de todos los tamaños y teclados superpuestos.
Aquélla música la arrancaba del tiempo y
el espacio para trasladarla a lugares sin imágenes, sin minutos ni segundos, tan
sólo los sonidos del órgano en contacto con su ser. Siempre que paseaba por la
catedral tenía la sensación de encontrarse en mitad de la calle, la base de las
columnas era más alta que ella, Granada estaba repleta de callejas mucho más
estrechas que los corredores de aquel templo, su vista vagaba por los relieves
de piedra del techo, deambulaba por los símbolos de los reyes católicos que
como una filigrana decoraban dinteles de puertas laterales, se detenía ante los
inmensos libros de canto expuestos tras el altar mayor, observaba la
convivencia del barroco, con el gótico y con el renacimiento mientras se dejaba
acunar por aquellos sonidos divinos que envolvían todo el espacio.
Terminada la misa, y con más alegría
interior aún, se encaminó a plaza Bibarambla, los tilos y olmos empezaban a
reverdecer en aquella mañana perezosa de primavera, se sumió en sus
pensamientos “seguro que la corazonada era que iba a encontrar un trabajo
maravilloso, que le permitiría por fin iniciar su propia vida, lejos de las historias
dantescas y grotescas que constituían su día a día a los dieciocho años”, se
expuso a la vista de los transeúntes para maximizar su suerte, en un intento
de aumentar las posibilidades de una
interacción, hasta que una voz masculina la arrancó de sus cavilaciones,
pronunciando la frase mágica a sus espaldas:
-
¿Te gustaría trabajar?, vamos a tomar un café y te cuento.
Sintió que el corazón se le iba a escapar
por la boca de tanta emoción, casi tuvo que reprimir el “por fin” que luchaba
por salir de su garganta.
Sólo durante un milisegundo pensó que podía
tratarse de una trampa, pero resultaba ridícula semejante idea en aquella
mañana espléndida y en la plaza más céntrica de Granada, llena de extranjeros y
padres de familia con sus niños desayunando
chocolate con churros en las terrazas, tras haber salido de misa. Además el
propietario de la voz presentaba un aspecto nada inquietante, tendría unos
treinta años, iba con traje elegante y su calva y panza invitaban a la
concordia más que a cualquier otra cosa.
Se sentaron en una de las terrazas de la plaza, siempre vedadas a ella
por resultar excesivamente caras a su economía, y tras pedir sendos cafés el
desconocido le contó que estaba de paso en la ciudad, que había venido a ojear
un local en que montar una floristería y dejar a alguien a su frente, lo
primero lo había logrado, lo segundo no. Ella escuchaba todo con ojos
brillantes por la emoción, pletórica al ver cómo su presentimiento se
materiazaba paso a paso, aguardaba con impaciencia el momento en que le dijera
que era la persona adecuada para su negocio, y llegó tras unas preguntas sobre
su edad, estado civil, disponibilidad para trabajar... inmediatamente
aceptó, dijo que era lo que llevaba
esperando toda esa mañana dominguera, se sintió orgullosa de sí misma.
Entonces empezaron los “peros”, el
desconocido soltó una larga parrafada:
-
El negocio me importa poco, lo realmente importante es que tendrás que
cuidar de mi, estar pendiente de la llamada diaria que recibirás, y si algún
día no se produce te tendrás que poner en contacto con mis abogados, porque con
toda seguridad eso querrá decir... casi con toda seguridad, que estoy en la
cárcel incomunicado, el día que me pesquen no me van a soltar tan fácil. Realmente lo que necesito es alguien que me
cubra las espaldas, verás que no es nada complicado lo que te ofrezco, ¿qué me
dices ahora?.
-
¡Qué no, que no quiero problemas!, respondió ella a la vez que daba
gracias al cielo por encontrarse en un lugar público del que se podía ir en
cualquier momento.
-
¡Vaya!, - y a eso le siguió una
frase más propia de película de ganster que de realidad para una ciudad y plaza
como aquellas- ¡ahora sabes demasiado!. Necesito una garantía de que no me vas
a denunciar, puedes levantarte e irte, pero no está garantizado que llegues
ilesa a la siguiente esquina, ya sabes lo desesperados que están los yonkees...
puede ser que te atraquen, que te resistas y que te den alguna puñalada...
¡nunca estoy sólo y me basta un gesto!.
-
Entonces... ¿qué podemos hacer?, dijo Aurora con la voz sin salirle del
cuerpo.
-
Veo que lo has comprendido, veo que eres una chica inteligente. Mira...
yo dejo la ciudad esta tarde, hasta entonces tengo que estar seguro de que no
avisarás a la policía para denunciarme, para eso te vendrás conmigo, te daré un
kilo de hachis y poco antes de que yo me suba al avión me lo devolverás, así si
en ese tiempo se te ocurre hacer algo será tu palabra contra la mía, pero quien
tendrá la droga serás tú... piensa, además, que en la cárcel nadie se iba a
extrañar de que una persona que ha sido detenida por tráfico de drogas se muera
de una sobredosis... –dijo todo esto sin manifestar ninguna emoción, sin que un
solo músculo de su cara sufriera alteración alguna-.
Ella reunió la poca fuerza que le quedaba
para decir:
-
No voy a llamar a la policía, no voy a hacer nada... ¡por favor, deja
que me largue!.
-
¡Vete!. Yo no te ato, tan sólo me voy a quedar aquí para apostar si te
atrancan en la primera esquina o en la segunda.
-
Está bien, ¿qué hacemos?.
-
Lo que te he dicho, iremos a un sitio, te daré la droga y me la
devolverás antes de marcharme, luego ya no volverás a saber de mi.
Pagó los cafés y se encaminaron Zacatín
arriba en dirección a Plaza Nueva, él le dijo que se tendrían que desplazar en
coche. Aurora pensó que resultaba realmente arriesgado irse con un desconocido,
que le podía llevar a cualquier sitio, hacer cualquier cosa , le pidió que
fueran en taxi y él accedió. No entendió la dirección que aquel hombre le decía
al taxista, tan sólo veía como se iban alejando del centro cada vez más, cómo
llegaban hasta la carretera de Málaga, ya ni siquiera había casas, se preparó
mentalmente para lo peor, pero no se atrevió a decir nada al taxista de lo que
pasaba, aunque en ese momento sabía que
era su única tabla de salvación... al
menos quedaría como el testigo que la vio por última vez.
El individuo iba tan tranquilo, charlaba
alegremente (ella no se enteraba de nada sólo imaginaba escenas terribles con
el desconocido), en un momento dado sacó la cartera y le enseñó una placa de
policía y el DNI, pero no leyó nada o si lo hizo no lo comprendió.
El taxi abandonó la vía doble de sentido
único y se internó por un carril de tierra que salía a la derecha, pasaron de
largo junto a un secadero de tabaco en cuya puerta había un grupo de chorizos y
se detuvo unos doscientos metros más adelante frente a otro secadero de tabaco,
él pagó la carrera y despidió al taxi, Aurora supo con más nitidez que nunca
que el fin estaba muy cerca, el hombre la agarró del brazo y la empujó hacia
dentro, el edificio carecía de techo y
las paredes apenas se sostenían, por todo suelo había un tapiz de hierva fresca y pedruscos sueltos.
Situándose frente a ella sacó una
pistola, le apuntó a la altura de la cintura y mirándola directamente a los
ojos dijo:
-
¿Qué prefieres ¿hacértelo conmigo o con todos los que has visto allí
abajo?, elige. Si te resistes te meteremos en un bidón de cal viva y de ti no
quedará ni el pelo. Pese a lo tenso de la situación la voz era pausada, la
articulación lenta, nada que indicase nervios o excitación en su timbre.
Aurora sentía la garganta seca como en la
peor de sus resacas, no podía tragar saliva porque no tenía, pensaba que la voz
no saldría de su cuerpo, pero ni siquiera lloraba o temblaba, sólo deseaba que
aquel infierno terminase cuanto antes. De pronto se sorprendió al escuchar una
voz firme, dura, contundente... la suya propia:
-
Mira, si me quieres violar lo vas a hacer, tienes una pistola y yo no
soy tan gilipollas como para resistirme... -en su mirada asomó todo el odio que
cabe en unos ojos fijados en los de su secuestrador- pero mátame, mátame
después porque te juro que te busco, te juro que dedicaré toda mi vida a
encontrarte si no me pegas un tiro.
Se produjo un silencio tenso, el sonrió y
respondió:
-
¡Vámonos!, ahora sé que puedo confiar en ti, ahora sé que podría dejar
mi vida en tus manos, ahora sé que no me traicionarías nunca porque no te has
vendido, si hubieras follado conmigo por llevar pistola, para mi, serías una
mierda... ¿quieres acostarte conmigo cómo tú te mereces, en un hotel?. Si me
dices que no, lo entiendo, pero me encantaría hacerlo contigo.
Ella suspiró hondo, todo su cuerpo
comenzó a temblar liberado de la tensión, una lágrima de alegría rodó por su
mejilla, se le acercó y lo beso en la cara a la vez que le daba las gracias por
no haberla tocado.
Caminaron de la mano entre
descampados, hasta encontrar las
primeras casas, entraron a un bar y Aurora llamó a un amigo, después de pedir
permiso a su raptor:
-
¡Hola, Juan Antonio!, soy Aurora.
Te llamo para decirte que estoy bien, que estoy en un bar de la Chana, y colgó antes de
darle tiempo a responder.
En el taxi de vuelta él le ofreció su
casa de Marbella para lo que quisiera, trató de regalarle un reloj, intentó
convencerla de que era la persona ideal para el negocio.
-
¡No, por favor!, creo que ya he sufrido bastante por decirte que no la
primera vez, no volvamos a eso, no empieces otra vez, ya está bien por hoy.
-
¡Vale, vale! , pero que sepas que nunca encontraré a alguien como tú.
¿Dónde quieres que te deje el taxi?
-
En Plaza Nueva, por favor.
-
Aurora, antes de despedirnos, un consejo: nunca, nunca vuelvas a subirte
en un coche con un desconocido, jamás abandones un sitio poblado, si te vuelve
a pasar algo así pide ayuda antes de que sea tarde, esta vez has tenido suerte,
la próxima puede que no. Tú y yo nos volveremos a ver, te lo prometo, pero ya
no te molestaré nunca más, ¿quieres mi número de teléfono por si alguna vez
necesitas algo?. ¡Cuídate reina!.
-
Sólo quiero llegar a mi casa y olvidar toda esta pesadilla, pero gracias
de todos modos. ¡Adiós!.
El taxi había llegado a Plaza Nueva, dio
un beso al desconocido, se bajó y descubrió que seguía haciendo un bonito día
primaveral, acababa de volver a nacer. Por primera vez, en años , se alegró de
regresar a casa, de ver a su madre, saludó como si nada hubiera pasado y se
encaminó a la nevera a sacar unos huevos para freírlos con patatas... eran más
de las tres de la tarde, ¿para qué contar nada?, total; no la creería.
Mientras el aceite crepitaba
pensó que jamás se volvería a vestir
de gala para recibir una corazonada.
Alicia Camacho
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