Notó su presencia nada más traspasar el
umbral del bar, sabía que él la estaba observando, que no perdía detalle de
ninguno de sus movimientos, desde la forma en que revolvía el café, hasta la
manera de chupar el cigarrillo con la ansiedad propia de una cita a ciegas.
Tenía plena consciencia de que cada
mirada, cada gesto, cada movimiento que realizaba estaba siendo registrado.
Siempre que Noelia se giraba, para
localizar dónde se ocultaba el espía, todos parecían andar absortos en sus propios
asuntos, como si nada tuviera que ver con ellos... podría ser cualquiera, pero
resultaba demasiado arriesgado dirigirse a alguno, además: aunque acertara, él
lo negaría.
El nerviosismo estaba más que
justificado, pese a que ya había asistido a más de una cita con
internautas, esta historia nada tenía
que ver con las anteriores; fue extraña
desde el primer momento, desde el mismo instante en que él le declaró que llevaba
más de tres meses leyendo sus escritos en foros y amándola desde el anonimato,
ella no sabía si creerlo o no, si todo terminaría por ser una trampa con sabe
Dios qué objetivo, pero su curiosidad siempre se situaba por encima del miedo,
necesitaba un desenlace y lo necesitaba ya. Pensó que quedando en un bar no
correría ningún riesgo y por eso se encontraba allí en estos momentos.
La hora de la cita ya había pasado... en
un momento, un señor gordo y calvo la miró obscenamente, a la vez que se pasaba
la lengua por sus labios grasientos con deleite, ella apartó la vista
rápidamente, tal vez la reacción del señor obedeciera a su propia forma de
escrutar todo, cómo si buscase, en su ansia de detectar a la persona con la que
había quedado; le desagradó mucho aquel hombre, le entraron ganas de vomitar.
Finalmente se confirmó una de sus
conjeturas; nadie se presentó al encuentro, seguro que había sido obra de algún
conocido que se quería burlar de ella... bueno; al menos no he topado con un
asesino en serie - pensó -, aunque todo
rato que permaneció en el bar sintió desazón por saberse controlada.
Pagó el café, después de consultar el
reloj mil veces, salió del local y deambuló por las callejas de la ciudad, todo
el tiempo sentía una mirada clavada en su nuca, de nuevo todos los viandantes
parecían inocentes.
Aquella presencia siniestra le angustiaba
cada vez más, pero nada podía hacer por evitarla... alguien le seguía como una
sombra, alguien que se ocultaba muy bien. Aceleró el paso progresivamente, cada
vez más tensa. No conocía la ciudad, no
tenía idea de dónde se dirigía, sólo que necesitaba caminar más y más aprisa.
Notó que se alejaba del bullicio del centro, que había menos gente por la
calle, que las fachadas de las casas presentaban un aspecto mucho más mísero,
giró a la derecha, al llegar a un cruce, y se internó en una callejuela de
apenas un metro de ancho, sintió verdadero pánico al comprobar dónde se acababa
de meter, allí reinaba el caos: solares con muros derruidos y puertas
desvencijadas, tendederos de trapos viejos de pared a pared, formando un puente
de ropas de títeres sin cabeza ni extremidades, juguetes o restos de juguetes
en el suelo, excrementos y basura por toda la calle, restos de fogatas... el
escenario se transformaba en uno de
pesadilla, acorde con sus miedos.
Junto al taconeo de sus pasos escuchó
otros, que se acercaban rápidamente, notó una respiración jadeante cada vez más
próxima, el propio pánico le impedía girar la cabeza... de repente sintió que
alguien le agarraba fuertemente el brazo, lanzó un chillido al enfrentarse con
la cara sonriente de su perseguidor, temblaba toda ella, creyó que se
desmayaría en cualquier momento, entonces él, sin dejar de mirarla fijamente a
los ojos y con voz pausada y tono educado, dijo:
- Disculpe Señorita, vengo siguiéndola
desde Casa Juan, tal vez no se ha dado cuenta de que ha olvidado su paraguas.
Cuando Noelia volvió en si, se encontraba
sentada en el banco de un parque, extremadamente cuidado. Abrió los ojos y el
extraño, mirándola con alivio, le
explicó que se había desmayado, que estuviera tranquila, que no tenía nada que
temer.
Ella, aún muerta de susto y deseando
zafarse de él, le dio las gracias, haciéndole saber que no era necesario que la
acompañase al hotel, que ya se sentía perfectamente. Cuando por fin logró
orientarse y dar con su alojamiento, aún continuaba pálida, el recepcionista le
preguntó que si se encontraba bien y, sin esperar su respuesta, le explicó que
a los pocos minutos de salir la había llamado un tal Víctor, le pedía disculpas
por no poder asistir a la cita, por un imprevisto grave, quedó en que la
telefonearía por la noche para contarle todo lo ocurrido.
Subió volando las escaleras hasta la
habitación siete, la suya, cerró la puerta, se echó en la cama boca abajo y
comenzó a llorar compulsivamente; nunca antes se había sentido más absurda y
ridícula que ésa tarde.
Alicia Camacho
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