Anónimo africano
Un chico preguntó a sus padres:
-¿Madre y padre, puedo ir a la selva a
buscar leña?
Sus padres le dieron permiso y el chico
cogió un hacha y un canasto para llevar en su cabeza. Se adentró en la selva, y
hacia el mediodía había recogido un montón de leña. La puso en el canasto y
buscó una cuerda para atarla bien.
Subió una gran colina y vio un lago a
poca distancia. El chico pensó: "Tengo sed, iré a beber antes de coger la
cuerda". Pero mientras estaba bebiendo se encontró cara a cara con un
cocodrilo. Empezó a correr pero el cocodrilo lo llamó:
-Niño, ayúdame, por favor. Hace tres días
que estoy aquí sin comida. Si te vas, seguramente moriré.
El cocodrilo se llamaba Bambo. Pensó que
ese chico podría ser bueno para comer y le dijo:
-Mi problema es similar a éste. ¿Sabes
que el viento arrastra hojas secas por el suelo y las mete en un agujero? Y
este mismo viento que las ha arrastrado hasta allí no podrá sacarlas de nuevo.
Y las hojas tampoco podrán nunca salir por sí mismas. Pues lo mismo me pasa a
mí. Vine a este lago desde el río, pero ahora el río se ha secado y no puedo
regresar. Chico, debes ayudarme a regresar, si no seguro que moriré.
El muchacho empezó a llorar, estaba
preocupado por el cocodrilo y no quería que muriese.
-No hay por qué llorar, chico -dijo
Bambo- no voy a comerte.
-¿Cómo voy a poder transportarte? Tú eres
más grande que yo, y más fuerte que yo, y más largo que yo -preguntó el
pequeño.
-Ese no es ningún problema: coge tu hacha
y corta dos largos palos -respondió Bambo.
El chico siguió las instrucciones del
cocodrilo. Cortó los palos y puso uno de ellos en el suelo, luego puso al
cocodrilo encima. Luego puso el otro palo sobre la espalda del cocodrilo. Más
tarde ató al cocodrilo desde la cabeza hasta la cola. Lo alzó un poco y lo
arrastró hasta el río. Mientras, lloraba y cantaba:
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
Bambo le dijo:
-No voy a comerte. Si lo hiciera
significaría que habría recompensado tu buena acción con malicia.
Pero el chico continuó cantando su
canción.
Cuando finalmente llegaron al río, el
muchacho quiso poner al cocodrilo de espaldas, pero Bambo dijo:
-Si me dejas aquí de este modo no habrás
mantenido tu promesa. Me has traído a través de toda la colina desde donde he
estado sin comida durante tres días. Fuiste tú, chico, quien me salvó. Después
de hacer tan buena acción, por favor, no me dejes así tan cerca del río.
Por lo tanto, el chico introdujo al
cocodrilo en el río, hasta que el agua le cubrió la cintura.
-Un poco más, un poco más -imploró Bambo.
-El agua me llega hasta la cintura
-contestó el chico-. Además, no sé nadar. Si realmente deseas que la recompensa
no se torne en malicia, deja que te suelte aquí mismo.
-Por favor, muchacho, sólo un poco más
lejos.
El chico continuó unos cuantos pasos más,
hasta que el agua le llegó al cuello.
-Déjame soltarte aquí -rogó el muchacho.
-De acuerdo -contestó Bambo.
Lo soltó y luego desató las cuerdas desde
la cabeza hasta la cola. Inmediatamente el cocodrilo se dio la vuelta y apresó
con sus enormes garras al chico. Tres días de ayuno en el lago seco habían
despertado un gran apetito en Bambo.
-¿Cómo puedes hacer algo así? -gritó
enfurecido y sollozando el chico-. Ya has olvidado tu promesa.
-Bien. Debiste pensar que esa promesa no
iba muy en serio. Después de todo, estaba atrapado en el lago; pero ahora, si
te dejo escapar, no tendré comida. Es un poco desafortunado para ti, pero debes
comprender mi situación -expuso Bambo.
-Sabía que me comerías -replicó el
chico-. Por esto he estado llorando todo el rato. Sabía que recompensarías mi
buena acción con malicia.
-Pero debo comerte -dijo Bambo- porque
estoy hambriento. Y si te dejo escapar, nunca más encontraré una presa mejor.
Había un árbol en la orilla del río. El
chico dijo al cocodrilo:
-Antes de comerme, podríamos exponer
nuestro caso ante este árbol. Vamos a ver qué dice.
Al cocodrilo le pareció bien y los dos
expusieron sus historias al árbol. Cuando terminaron, el árbol sacudió sus
ramas y habló:
-Cocodrilo.
-¡Sí! -exclamó Bambo.
-Creo que esta vez tienes razón. Nosotros
los árboles sabemos lo ingratos que pueden ser los humanos. Vienen y se sientan
bajo nuestra sombra, y los protegemos del sol abrasador. Nosotros les
proporcionamos medicamentos y los ayudamos a que llueva mucho para el bien de
sus tierras. Pero tan pronto como somos grandes y fuertes, vienen y nos cortan
para sus egoístas propósitos. Son locos y desagradecidos. Cocodrilo, coge
entonces tu presa -sentenció solemne el árbol.
Bambo quedó encantado con lo que el árbol
había dicho.
-Ya lo has oído -dijo- es cierto que
puedo comerte. Todo el mundo sabe lo ingratos que son los humanos.
El chico empezó a cantar esta canción:
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
Justo en ese momento, una vaca venía de
beber del río. El chico le dijo al cocodrilo:
-Podríamos exponer nuestro caso a esta
vaca también. Estoy seguro de que ella no estaría de acuerdo con el árbol. Deja
que veamos lo que ella nos tiene que decir.
Bambo estuvo de acuerdo y llamaron a la
vaca, que ya había terminado de beber. Cuando ambos terminaron de contar su
historia la vaca levantó la cabeza y dijo:
-Cocodrilo.
-¿Si? -preguntó Bambo.
-Puedes comértelo. Los humanos son las
criaturas más ingratas que existen. Mientras era joven y los humanos podían
beber mi leche, me daban comida y agua, pero ahora que soy vieja y mi leche se
ha secado me han abandonado y no me dan ni siquiera agua para beber. Tú mismo
has podido ver el largo camino que he recorrido sólo para beber. Por lo tanto,
cocodrilo, creo que tienes razón. Puedes comerte a tu presa -sentenció la vaca.
El chico empezó a cantar su canción de
nuevo.
Oh, tengo miedo al cocodrilo,
tengo miedo al cocodrilo.
Tengo miedo porque me comerá.
El chico cantaba y el cocodrilo se
disponía a comérselo cuando un asno se acercó al río para beber.
-Espera -reclamó el chico-. Deja que
contemos nuestras historias al asno.
-¡Chico! -gritó enfurecido Bambo- No
importa lo que él diga, te voy a comer de todos modos.
-Aun así deja que escuchemos lo que él
tiene que decir -rogó el joven.
El asno bebió hasta que tuvo lleno el
estómago, y entonces ambos le contaron sus historias. Después de escuchar
atentamente, dijo:
-¡Cocodrilo!
-¿Sí? -replicó Bambo.
-Cuando yo era joven los humanos ponían
sobre mí todo tipo de cargas, pero ahora soy viejo y casi no puedo cargar ni
conmigo mismo, por esta razón me han abandonado. Dejaron de darme hierba para
comer y me negaron incluso el agua para beber. Los humanos son los seres más
ingratos de este mundo. Puedes comértelo -sentenció el asno.
-¡Ah! -exclamó Bambo-. No pienso dejarte
libre, no hay nada que te pueda salvar.
Pero antes de que pudiera comérselo, un
conejo pasó corriendo hacia el río.
-Contemos también nuestra historia al
conejo -suplicó de nuevo el muchacho.
-¡Chico! Tengo hambre y empiezo a estar
aburrido de este juego -exclamó el cocodrilo.
-¡Oh! ¡Por favor! Sólo una vez más
-insistió el chico.
-De acuerdo, pero el conejo va a ser el
último al que vamos a consultar.
Cuando el conejo hubo bebido hasta tener
lleno su estómago, los miró y les preguntó qué ocurría. El cocodrilo le contó
lo que venía al caso. El chico empezó a contar sus razones, pero el conejo de
repente lo interrumpió.
-¡Cállate! He oído hablar de ti. Todo el
mundo aquí sabe lo testarudo que eres. Que hable primero el cocodrilo.
En medio de las explicaciones se giró
hacia el cocodrilo y le dijo:
-Perdona. Mis orejas son muy grandes pero
no oigo muy bien. ¿Podrías acercarte a mí un poco más?
El cocodrilo y el chico se acercaron al
conejo. El nivel del agua bajó hasta el pecho del muchacho. El cocodrilo volvió
a contar su historia y cuando terminó, el conejo dijo:
-Cocodrilo, aún no puedo oírte. Por favor
acércate hasta la orilla. No te preocupes, es seguro. No veo ninguna
posibilidad de que este chico pueda escapar de ti.
El chico y el cocodrilo así lo hicieron.
-Ahora -dijo el conejo- podrían contarme
una vez más sus historias.
El cocodrilo explicó su versión y después
dejó que el muchacho contara la suya. Cuando terminaron el conejo dijo.
-Chico, eres un mentiroso. Eres tan
pequeño y el cocodrilo tan grande que no hay ninguna posibilidad de que puedas
cargar con el cocodrilo desde la colina hasta aquí. Si esto es posible , déjame
ver cómo lo haces.
El cocodrilo desconfiaba, pero el conejo
lo calmó:
-Acérquense y salgan del agua, te prometo
que pronto vas a comértelo.
El chico cogió dos largos palos, puso al
cocodrilo encima de uno de ellos y el otro sobre su lomo. Después lo ató desde
la cabeza hasta la cola. ¡El cocodrilo estaba atrapado! No podía moverse.
Entonces el conejo preguntó al muchacho:
-¿Le gusta la carne de cocodrilo a tu
gente?
-Es la única carne que les gusta.
-Bien, entonces aquí tienes tu presa
-dijo el conejo.
El chico cargó con el cocodrilo y lo
llevó hasta su casa. Mientras tanto el cocodrilo cantaba:
Oh, tengo miedo al chico
tengo miedo al chico.
Tengo miedo porque me comerá.
Cuando su gente lo vio llegar con el
cocodrilo atado entre dos palos, empezaron a gritar:
-¡Miren!¡Nuestro muchacho se fue a buscar
leña y trae un cocodrilo!
-Esto no es todo -dijo el chico- también
hay un conejo entre los matorrales. Tenemos que ir a cazarlo.
Todos los niños siguieron al chico y
llevaron a sus perros. El conejo, al oír tanto ruido, se dijo: "Debo
marcharme de este lugar y ocultarme, los humanos son los seres más ingratos que
existen".
Los niños lo buscaron por todas partes
pero no lo pudieron encontrar. Cuando finalmente desistieron y estaban
volviendo a casa, el conejo llamó al muchacho y le dijo.
-Lo que dijeron el árbol, la vaca y el
asno sobre los seres humanos es totalmente cierto. Fui yo, el conejo, quien te
salvó la vida, y ahora tú quieres comerme del mismo modo como el cocodrilo
quería comerte. No quiero saber nada de ti.
Se dice que por esta razón los conejos
corren tan rápido cuando ven a un ser humano. Antes de que esto sucediera, si
alguien se perdía en la selva, un conejo siempre salía para indicarle el camino
de regreso.
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