- Leyenda de Panamá -
Las antiguas razas indígenas de la región
maravillosa del Darién, dejaron como recuerdo de sus luchas por la posesión de
aquellas tierras privilegiadas, la rivalidad de los cunas y los chocoes, cuyos
últimos descendientes aún sobreviven. De aquellas luchas mortales, en que se
ambicionaba el exterminio del enemigo, fueron vencedores los cunas,
descendientes del propio Sol. Los chocoes fueron obligados a abandonar sus
tierras y sembrados y buscaron refugio en lugares propicios en donde rehacer su
destino. Peregrinaron por bosques, montes y llanos, confiando siempre en la
protección del dios Rien, que era su protector. Así llegaron a las orillas del
bravío Yape, que lleva sus aguas por largos caminos, bordeando cordilleras y
cortando por montes y mesetas.
En aquella acogedora ribera, los chocoes
levantaron sus bohíos y labraron la tierra, después de limpiar los terrenos
vírgenes cubiertos de vegetación. Sus pueblos llenaron de vida lugares antes
selváticos, en que sólo las alimañas feroces habían gozado de sus paradisíacos
encantos.
Al poco tiempo de estar establecida allí
la tribu, nació una niña preciosa, que traía especiales dones de los dioses. Al
principio, sólo se pudo apreciar su portentosa belleza: era un verdadero don de
los dioses. Al verla, la luna brillaba más intensamente, las aves lanzaban al
aire sus más vibrantes gorjeos, la brisa era más sutil y las flores exhalaban
sus más penetrantes perfumes.
Al crecer, se dieron cuenta de otro don
extraordinario que poseía. Podía mirar al Sol sin cerrar los ojos y conseguir
de él cuanto le pidiera. Su alma pura sólo miraba al Sol para pedir algo para
todos los suyos. Toda la tribu veía en la niña un hermoso tesoro, una
incomparable recompensa a los dolores y desgracias sufridas antes de su
nacimiento. Todo cuanto pidieron al Sol por su intercesión, fue justo y
necesario y jamás la obligaron a pedir nada innoble, ni en contra de los
derechos de otros pueblos, ni siquiera en contra de aquellos que les privaron
de sus tierras y poblados, los cunas.
Llegó la muchacha a la adolescencia sin
darse cuenta de su extraordinaria belleza. Fue una tarde, bañándose en el río,
cuando vio su imagen retratada en las aguas y ella misma se admiró de tal
prodigio. Su inocente serenidad se perturbó para siempre y dio paso a la
inquietud y a la vanidad. Los suyos la llamaban Setetule, por la hermosura
incomparable de su cuerpo. Desde entonces, ella vivió constantemente preocupada
por su belleza y pasaba las horas junto al río, contemplando su figura
reflejada en las aguas serenas.
Olvidó su poder de hacer el bien a las
gentes y no se preocupó más del dolor ajeno. Su alma se volvió indiferente a
todo, su corazón completamente insensible.
Su belleza se hizo famosa en todos los
pueblos cercanos y lejanos. A contemplarla acudían de todos los lugares y los
aspirantes a ser amados por Setetule eran incontables. Ella los despedía uno a
uno, sumiéndoles en la mas desesperada locura. Su única y constante
preocupación era el culto a su belleza.
Entre los que llegaron y fueron
fascinados por la beldad chocoe, estaba Moli Suri, mago poderoso de la raza de
los cunas. Ofreció a Setetule cuanto una mujer puede ambicionar. Le prometió
traerle las plumas del quetzal y la flor del ambasarú. Ella dudó al oír tales
promesas, porque sabía a lo que estaba expuesto quien fuera a buscar aquella
extraña flor, que hacia olvidar todos los males. Su corazón, contra su
voluntad, se inclinaba a amar a Moli Suri.
Al darse cuenta, quiso cortar, antes de
nacer, aquella traicionera pasión. Y con los ojos negros encendidos en cólera,
volvió la mirada al Sol, para pedirle que la librara de ella. Pero entonces,
sus ojos, antes insensibles a los resplandores del Sol, tuvieron que cerrarse,
incapaces de mantener en sus pupilas los rayos fulgurantes que la hacían verter
lágrimas de dolor. Al abrir de nuevo sus ojos, vio delante a Moli Suri, que la
observaba con irónica sonrisa.
Setetule comprendió que aquel hombre
hechicero y poderoso había interpuesto su voluntad para que el dios Sol
desoyera su ruego. Él era también un ser excepcional, dotado, como ella, de
dones invisibles.
Moli Suri no le perdonaba su desvío. Y
pidió para la hermosa e insensible beldad, el castigo que merecía por haber
pretendido llevarlo a la desesperación y la locura en que todos los demás
pretendientes habían sido hundidos.
Los dioses oyeron a Moli Suri. La
soberbia y deslumbrante belleza tendría un suplicio eterno.
Y dijo el mago:
- Quedarás dormida profundamente hasta
que los dioses cambien su voluntad.
Al oírle, Setetule cayó al suelo, sumida
en un sopor indominable. Moli Suri la tomó en sus brazos y corrió sin descanso,
atravesando bosques y ríos, hasta llegar a la sierra Talarcuna.
Allí dejó caer en tierra el cuerpo de la
muchacha. Y en aquel instante, convertido en piedra, se irguió, entre las
montañas, el cerro de Setetule. Moli Suri, con su gran poder, ocultó en su seno
un tesoro de metales preciosos.
Los hombres, llevados por la ambición y
la codicia, rompen el cerro cada día, año tras año, buscando los tesoros que
oculta celosamente.
Todos ignoran que cada hendidura es una
herida en el maravilloso cuerpo de Setetule, condenada a la interminable
tortura de ver cómo destrozan su belleza, causante de la muerte de tantos
enamorados.
4 comentarios:
cual es el tema y los personajes de este cuento
leetelo y cuentanoslo que seguro que tu puedes hacerlo sin mi ayuda.
ese es el paro pirobo
ese es el paro
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