Anónimo francés
Dos ladrones de nueces se refugian en un cementerio para distribuirse el botín. Hacen el ruido suficiente como para que el sacristán los oiga desde el presbiterio, y decide ir a ver qué pasa. Es de noche; el sacristán divisa entre las tumbas dos siluetas que le parecen horrorosas. Parecen estar contando y el hombre les oye decir:
-Una para ti, una para mí, una para ti, una para mí...
Aterrorizado, el sacristán echa a correr, va a buscar al párroco y tiembla al contarle la cosa a su manera:
-He visto al buen Dios y al diablo juntos en el cementerio. Se lo aseguro: estaban repartiéndose las almas de los difuntos.
El cura levanta los brazos al cielo, pero el otro insiste tanto que termina por seguirle. Se acercan los dos suavemente al triste lugar en el que se entierra a los humanos, pero no se atreven a entrar y se contentan con prestar atención. En ese momento, los ladrones han terminado de contar las nueces de los dos sacos colocados ante ellos. Y uno de ello le dice a su compañero: «Ve a buscar a los dos otros que están detrás del muro». Creyendo que hablan de ellos, el párroco y el sacristán huyen despavoridos. Aún siguen corriendo.
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