Anónimo hindú
En la India es bien conocida esta historia
protagonizada por Nasrudín y que a continuación relatamos.
El padre de Nasrudín era el cuidador de
un santuario muy célebre y visitado por una extraordinaria cantidad de fieles.
Acudían a él toda suerte de devotos para rendir culto. Se había hecho muy
famoso. A lo largo de los años, tanto había escuchado Nasrudín hablar sobre las
verdades espirituales, que él mismo se propuso viajar y adquirir así un
conocimiento directo sobre las mismas. Se despidió de su padre, quien, como
regalo de despedida, le obsequió con un burro.
Satisfecho, Nasrudín emprendió su viaje
en busca de realidades supremas. Viajó incansablemente, siempre contando con la
fidelidad de su pollino. Pero cierto día, el burro, que ya no era joven, se
desplomó y murió. Su cansado corazón le había fallado. Nasrudín se sentó al
lado de su amado burro muerto y comenzó a gemir dolorosamente. Los transeúntes
se apiadaban de él y le hacían compañía por un rato. Algunos empezaron a poner
ramas y hojas sobre el cadáver del burro, que, poco a poco, fue de esta manera
ocultado. Otros echaron piedras y barro sobre las ramas y, así, después de un
tiempo, se había formado un santuario sobre el burro muerto. Nasrudín seguía entristecido,
y día tras día continuaba haciendo compañía al burro. Los peregrinos que
acertaban a pasar por aquel lugar, al ver a un hombre sentado junto a un
santuario, pensaron que debía tratarse del santuario de un gran maestro
espiritual, por lo que también muchos de ellos pasaban una temporada junto al
santuario. Ofrendaban frutas y dejaban buenas sumas de dinero. La noticia se
iba propagando y empezaron a peregrinar al santuario fieles de las aldeas y
pueblos de alrededor. Ya se aseguraba que era el santuario de un gran
iluminado. Tanto dinero aportaron los fieles que, finalmente, Nasrudín hizo
construir una enorme mezquita junto al santuario, visitada por millares de
devotos de todas las latitudes. Acudían peregrinos, fieles e incluso maestros
espirituales. Nasrudín se hizo rico y célebre. Tanto creció la fama de su
santuario que las noticias llegaron a oídos de su padre. Éste tomó la decisión
de visitar a su hijo. Se encontraron después de años, y ambos sintieron una
profunda alegría.
-Hijo mío -dijo el padre de Nasrudín-, no
sabes hasta qué punto eres famoso. Tu santuario ha cobrado tanta celebridad que
se oye hablar de él hasta en los confines del país. Pero, hijo, dime algo que
quiero saber desde hace tiempo: ¿Qué gran iluminado yace en este santuario para
que atraiga tantos devotos?
-¡Oh, padre! -exclamó Nasrudín-. Lo que
voy a contarte es increíble. No puedes ni siquiera imaginártelo, padre mío.
¿Recuerdas el burro que me regalaste? Pues aquí está enterrado aquel pobre
animal.
Entonces el padre de Nasrudín comentó:
-Hijo mío, ¡qué raros son los designios
del destino! ¿Sabes una cosa? Ése fue también mi caso. El santuario que yo
custodio es también el de un burro que a mí se me murió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario