Anónimo islandés
Un cierto muchacho y una chica, cuyos nombres este relato no ha conservado, vivían una vez cerca de una iglesia. El muchacho, que era bastante travieso y pícaro, tenía por hábito tratar de asustar a la chica de un sinfín de maneras, hasta que ella estuvo tan acostumbrada a sus trucos que ya no era capaz de asustarse por ninguna de las cosas que él hacía.
Un día húmedo, la chica fue enviada por su madre a buscar la ropa mojada que había sido puesta a secar en el patio de la iglesia. Cuando ella había llenado de ropa su canasta, estaba por volver cuando vio sentada, en una tumba cercana, una figura vestida de los pies a la cabeza de blanco, pero ella no se alarmó, creyendo que era otra jugarreta del muchacho. Así que ella corrió hacia la figura y golpeándole el birrete que llevaba, le dijo:
- Tú no me asustarás esta vez.
Entonces, cuando ella hubo terminado de recolectar la ropa seca, regresó al hogar. Pero, para su sorpresa, el muchacho fue la primera persona que la recibió cuando ella entró en la casa, siendo imposible que él hubiera llegado sin que ella lo hubiera visto.
Entre la ropa seca, sin embargo, cuando fue ordenada, ellos encontraron un birrete blanco, que no pertenecía a nadie de los ocupantes de la casa, y que estaba lleno de tierra.
La siguiente mañana el fantasma (ya que la niña había visto un fantasma) fue visto sentado sin el sombrero en su cabeza, sobre la misma tumba que el día anterior. Y como nadie tuvo el coraje de ir a ponerle el birrete, o sabía al menos cómo conjurarlo, la familia solicitó ayuda al vecindario.
Un viejo declaró que la única manera de evitar una calamidad general era que la niña volviera a poner en la cabeza del espectro el birrete que ella había tomado, en presencia de mucha gente, quienes guardarían perfecto silencio. Así que una multitud se congregó en la iglesia, y la chica al frente, un poco atemorizada, se atrevió a colocar el gorro en la cabeza del fantasma, diciéndole:
-¿Ya estás satisfecho?
Pero el fantasma, levantando las manos, le dio un terrible golpe, y dijo:
-Sí, pero ahora tú, ¿estás satisfecha?
La chica se cayó al piso, y en el mismo instante el fantasma se hundió en su sepulcro, el mismo en el que había estado sentado, para nunca más ser visto.
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