En el monasterio de Esceta, el abad Lucas reunió a los frailes para el sermón.
-Que nunca seáis recordados – les dijo.
-Pero ¿cómo? –respondió uno de los hermanos – ¿es que acaso nuestro ejemplo
no puede ayudar a quien lo necesita?
- En los tiempos en que todo el mundo era justo, nadie concedía importancia a las
personas ejemplares – respondió el abad – Todos daban lo mejor de sí mismos,
sin pretender, con eso, cumplir su deber con el hermano. Amaban a su prójimo
porque entendían que esto era parte de la vida, y no estaban haciendo nada
especial al respetar una ley de la naturaleza. Dividían sus bienes para no tener
que estar acumulando más de lo que podían cargar, ya que los viajes duraban la
vida entera. Vivían juntos en libertad, dando y recibiendo, sin nada que cobrar o
culpar a los otros. Por eso sus hechos nunca fueron relatados, y ellos no dejaron
ninguna historia.
Ojalá pudiéramos conseguir lo mismo en el presente: hacer del bien algo tan
común que no haya necesidad de exaltar a quienes lo practican.
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