En la edición N° 106 del Jornalinho (Portugal) encuentro una historia que mucho
nos enseña respecto a aquello que escogemos sin pensar.
Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura.
Como era un animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas,
subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para
atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, jefe de un rebaño, que
viendo el espacio ya abierto hizo a sus compañeros seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían,
giraban a la derecha y a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos,
quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una
nueva alternativa.
Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde
los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en
tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos si no
hubieran seguido la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado
y, finalmente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del
tránsito, porque el trayecto era el peor posible.
Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la
tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse
nunca si esa es la mejor elección.
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