“En la naturaleza,
no hay castigos ni premios,
sólo consecuencias.”
Proverbio Chino
-¿Qué hace?
Levanté la cabeza. Un hombre estaba parado frente a mí, con
una
mirada curiosa, que más que fijarse en mis ojos, se
concentraba en la
casa a mis espaldas.
Otro mantuvo la vista en el acordeón, que si bien nunca supe
tocar con profesionalismo, debo admitir que con él puedo
pasar un
buen rato.
-¿P-por qué está acá hace horas?- preguntó con cierta duda.
Giré la espalda y contemplé mi hogar, entonces recordé, como
sin
darle importancia, lo que había ocurrido. Así que por eso
miraban
tanto.
-No pasa nada- contesté- La enredadera, se me olvidó
podarla.
-¿Enredadera? ¿Podarla?- Saltaron casi al unísono-. ¿Se le
olvidó…?
-Sí. Se me olvidó podarla. Mi esposa y yo nos mudamos por
esta
zona hace un año. Verá usted, a ella le fastidiaba la
enredadera. A mí
no, las veo decorativas. Es una planta con carácter ¿me
entiende? Se
hace de su lugar, en fin, carácter. Ah…los poderes de la
naturaleza.
Todo comenzó una mañana, tuve que faltar al trabajo, mi
esposa se
despertó con un dolor muy fuerte en el pecho. Llamamos al
doctor, que
vino a casa a la media hora.
-¿Qué tiene?-le pregunté inquieto.
-No…nada, no es nada. Nada grave, que yo sepa. Un dolorcito
en
el pecho, por esta zona ¿ve? Nada más. En unos días se le
pasa.
No habían transcurrido veinticuatro horas, mi mujer en
reposo,
yo en el exterior. Me dedicaba a podar la enredadera, pues
es sabido
que esta planta, de dejarla abandonada a sí misma, comienza
a trepar y
conseguir más lugar para recibir luz. Luego de eso muerte a
las plantas
colindantes, paredes repletas de hojas y un piso infestado
de trepadoras
(esto a la larga). Bueno, desde el patio escuché el llamado
de mi mujer.
-Manuel, ¿me traés un vaso de agua?
Agua. A mi mujer se le dio por el agua en los siguientes
días. El
dolor de pecho se apagaba, y sólo una ligera molestia en la
zona que
marcó el doctor. Así que en mis tardes, porque tenía mis
tardes libres,
servía vasos de agua a mi señora, podaba la enredadera y a
ésta, no le
venía algún que otro manguerazo, cosa que se refresque.
Pero lo que parecía una mejora en el dolor de pecho
desapareció
por completo, a las semanas, puesto que Amanda volvió a
quejarse.
Conclusión: agua, y reposo, la sacaba cada tanto al patio,
porque la luz
y el aire (sin olvidar la bebida), la reconfortaban.
Entonces me pidió que
le comprara un acordeón, que de eso sí que sabía, porque de
niña
tomaba clases. Día y noche, en el patio, componiendo
melodías, de
frente a la enredadera.
-En serio, Manuel, vas a tener que sacar esa trepadora uno
de
estos días.
-Entendéme, es que no quiero, esa planta me gusta, tiene un
no
sé que… ¿te sigue el dolor en el pecho?
-Sí, lo siento, no me molesta, ya me acostumbré, pero le
percibo
cosa extraña, por algo lo tengo al dolor, Manu, no sé,
desconfío.
-¡Raro!-murmuré para mis adentros.
El tiempo corría, y a mi mujer, pasados algunos meses, se le
fue
por completo la incomodidad. No obstante, quedó en ella una
costumbre, como las huellas en el cemento aun no seco, la de
ir al
patio, con el acordeón, frente a la enredadera, a la que
todavía
aborrecía, pero que, por respeto hacia mí o por lo que
fuere, se la
aguantaba prendida en el patio. Yo me dediqué a cuidar a mi
mujer, a
que se recupere por completo para no volver a sufrir sustos,
a darle
constantemente vasos de agua, llevarla al patio para que
tome luz. Así
la enredadera, aunque tantas horas consagré a su cuidado,
quedó
medio abandonada, la podaba menos y la regaba casi nada,
pues con la
lluvia bastaba.
Y esto es, señores, lo que miran tanto. Entren, sin miedo
que la
dejé abierta. Hoy al mediodía regresé a casa, verán como
está repleta de
hojas, verán como ya nada de lo que está dentro puede
definirse. Lo que
sí, no se asusten cuando vean en el patio, a una mujer como
crucificada
en la pared, ni griten demasiado cuando observen la rama que
le
atraviesa ferozmente el pecho.
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