Trajo con ella a su hijo y a muchos otros familiares y amigos, y trajo también el fuego, que debía ayudarles a soportar el frío y las tinieblas.
Sin luz, la vida era muy difícil de sobrellevar. Muchos de los llegados con Gnowee, enfermaron y murieron pronto. Los que no estaban enfermos, encendían antorchas y salían en busca de alimentos que apenas les llegaban para subsistir.
Un día, mientras Gnowee estaba en los campos recogiendo frutos y raíces, su hijo salió de la gruta en que se refugiaban y se perdió en la noche inacabable.
Al saberlo Gnowee, loca de dolor, encendió una gran antorcha y corrió toda la tierra conocida sin lograr encontrar a su pequeño.
Quería iluminarlo todo, quería ver cada rincón, quería ver detrás de los árboles, quería ver los recodos de los caminos y quería ver entre la maleza de los campos.
Tanto y tanto deseaba la luz, que en un supremo esfuerzo, se elevó por los aires y el fuego de su antorcha pudo al fin iluminar la Tierra .
Pero Gnowee aún no ha encontrado a su hijo. Por eso cada mañana, sube al cielo con su gran antorcha encendida en las manos y sigue buscando.
Sólo cuando la vence el sueño, desciende a la tierra para descansar y entonces vuelve otra vez la oscuridad.
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