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viernes, 20 de enero de 2012

La calle de los diez minutos

Ocurrió después de una noche concreta y oscura. Alertados ante una tormenta eléctrica, los animales y algunas personas especialmente sensibles se mostraban ansiosos y no sabían la razón. Pero estaba ahí, latente. Lo respiraban, lo sentían en la piel y lo esperaban.

¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!

El primer trueno se hizo oir cuando ella entraba en una calle. Aunque la sobresaltó, no se dejó amilanar. La placa lucía vieja su leyenda "Calle de los Diez Minutos".


Natacha caminaba con su largo y lacio pelo moreno por la calle mientras las pocas farolas que había daban un brillo azulado a su melena. Abrazada a su abrigo y casi tiritando, trataba de sortear las piedras de esa calle aún sin asfaltar. No había un alma con la que se pudiera cruzar y preguntar la hora. A la mañana siguiente iría a la relojería y se agenciaría una pila. Miró su inútil reloj parado y respiró hondo. Siempre pasaba igual, las cosas se fastidiaban cuando menos lo esperabas.

La calle se le hizo extrañamente larga, era como si no avanzara, y los tacones de sus botas no paraban de trastabillar con piedrecitas perdidas. Salía vaho de su boca y tenía la nariz roja.

¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!

El segundo trueno zumbó en el aire rompiendo el silencio y a lo lejos se escucharon un par de alarmas de coche. El firmamento se iluminó y Natacha casi tuvo que cerrar los ojos. Le dio tiempo a ver que aún le quedaba media calle. ¿Cómo era posible que una calle tan larga no tuviera tránsito ni estuviese asfaltada? ¡A qué mala hora le había prometido a su prima estar en media hora en su casa!. Podía haber cogido un taxi, pero no, se dejó convencer por Elisa. “Dicen que si coges la Calle de los Diez Minutos, esa que está sin asfaltar, llegas antes a mi calle. Por favor, date prisa o me tomo las pastillas. No te entretengas”.

Natacha se abrazó fuertemente y maldijo en voz baja por un agujero inesperado que había aparecido ante ella haciéndole tambalearse.
- Sólo falta que me rompa un tobillo.

Miró a izquierda y derecha y se preguntó por qué no había más calles colaterales que rompieran esa larga monotonía gris.
- No me extraña que se llame la Calle de los Diez Minutos.

¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!! ¡¡¡¡¡¡¡zrrrhhmmmmmm!!!!

Una luz cegadora y dos truenos seguidos la hicieron parar en seco y taparse los oídos. Le faltó una dosis de paciencia para no gritar ¡joder! y trató de serenarse pensando que lo último que necesitaba su prima era una histérica más en casa.

Dedujo que tardaría diez minutos en cruzar aquella calle pero por alguna extraña razón, nunca llegaba al final. La siguiente farola le indicaba que se acercaba de nuevo a la mitad de la calle.

Paró en seco.
Frunció el ceño.
Se giró para mirar el camino andado. Desde aquel punto, había recorrido ya media calle, o esa impresión había tenido. Se mordió el labio.

Sacudió la cabeza y se dirigió de nuevo hacia casa de Elisa. De nuevo caminó abrazándose a su largo abrigo y mirando hacia el suelo. Trató de concentrarse recapacitando sobre cómo calmaría a su prima, para no pensar en la incomodidad de caminar por aquella calle olvidada de la mano de Dios.

A izquierda y derecha se veían viejos edificios de tres o cuatro pisos a lo sumo con la apariencia de haber salido de una película de la segunda guerra mundial. Ninguno de ellos tenía luz en sus ventanas. Tan sólo podía disfrutar de la ineficaz luz amarillenta de los focos y los fogonazos que la propia tormenta eléctrica proporcionaba de vez en cuando.

De nuevo ocurrió.

¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!

La luz que venía antes del trueno la cegó y el sonido le hizo taparse los oídos con tedio. Apenas pasaban segundos desde que la luz y el trueno se mostraban en el firmamento. Si hubiera agua, la tormenta estaría justo encima de su cabeza.

Trató de pensar con claridad. ¿Qué encontraría al final de la calle?. Si no recordaba mal sería la calle Nueva. Allí sí que había estado, tanto caminando como en taxi, y la conocía bien. Era una calle de edificios altos, al menos de quince pisos, todos de ladrillo, y paseos con alguna que otra zona verde. Pisos subvencionados por el gobierno que estaban siendo ocupados por familias jóvenes. En aquella calle era corriente ver adolescentes con perros, niños con bicicletas y madres paseando carritos de bebés. Claro que aquella noche no vería nada de eso.... ¿alguien más aparte de ella habría salido a la calle? Ahora lo dudaba.

Luz cegadora.

¡¡¡¡¡¡¡zrrhhhhhhhmmmmmmmmmm!!!!!!

Sintió tensión en su propio cuerpo. Era como si del suelo hubiera brotado la energía y entrara por sus zapatos. Aquello dolió. De hecho incluso había cerrado los ojos y se había encogido.

Cuando abrió los ojos y se irguió se quedó boquiabierta.
Hacía apenas medio minuto aún le faltaba medio camino para llegar al final de la calle. Ahora ya estaba en aquel final.

Y lo que veía no era lo que esperaba.

No había edificios de quince pisos. Eran viejas casas de pueblo.
No había algunas zonas verdes. El suelo era de tierra.
No había coches aparcados. Había carros con caballos.
Se sintió mareada, respiró hondo y miró hacia atrás.

No existía la Calle de los Diez Minutos.
Tras ella, un enorme terreno salpicado de arbustos mostraban un único caminito de tierra que llevaba hasta otro edificio. Un castillo.

Estaba en la Edad Media.

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