tag:blogger.com,1999:blog-23969476486678810852024-03-13T16:16:19.217+01:00LOS CUENTOS DEL DUENDE DE LA NIEBLAcuentos, leyendas y mitos. Cuentos populares rusos, chinos, de china, celtas, extremeños, del magreb, mapuches, japoneses, indios, de los pieles rojas, gitanos, africanos, egipcios de egipto, asiáticos, europeos, americanos, australianos, de autor, de tradicion oral, magicos, espirituales, sabios.Unknownnoreply@blogger.comBlogger364125tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-36949993939569976822017-06-04T13:07:00.003+02:002017-06-04T13:07:46.665+02:00Video cuento Yincihaua<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<iframe width="320" height="266" class="YOUTUBE-iframe-video" data-thumbnail-src="https://i.ytimg.com/vi/W5L-SzyBLQQ/0.jpg" src="https://www.youtube.com/embed/W5L-SzyBLQQ?feature=player_embedded" frameborder="0" allowfullscreen></iframe></div>
Video cuento de Yincihaua, una leyenda Selkam sobre la primavera.duende de la nieblahttp://www.blogger.com/profile/09124902170660871186noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-3162950107419275642013-01-17T19:11:00.002+01:002013-01-17T19:11:40.438+01:00El duende en Questió d'imaginació este viernes<h5 class="uiStreamMessage userContentWrapper" data-ft="{"type":1,"tn":"K"}">
<span class="messageBody" data-ft="{"type":3}"><span class="userContent">Este viernes a las 21:00 participaré en el programa questió d'imaginació de radio kanal barcelona(106.9 FM) <a href="http://qdimaginacio.blogspot.com.es/" rel="nofollow nofollow" target="_blank"><span>http://</span><wbr></wbr><span class="word_break"></span>qdimaginacio.blogspot.com.es/</a></span></span></h5>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-49336035567248881812012-08-28T19:54:00.000+02:002012-08-28T19:54:08.528+02:00TOBÍAS EL TAIMADO Y RAÚL EL ROÑAEn cierto pueblecito ukraniano vivía un pobre hombre llamadoTobías. A duras penas podía mantener a su mujer y a sus siete hijos,casi nunca llegaban a fin de mes. Tobías había probado muchos oficios pero ninguno se le daba bien. La gente, con mucha guasa, decía que el día que Tobías pusiera una cerería ese día ya no harían falta velas porque el sol ya no se pondría... Sólo a base de trucos conseguía ganarse los garbanzos. Por eso la gente le llamaba Tobías el Taimado.<br />
<a name='more'></a>Aquel invierno había sido muy duro. Caía mucha nieve y Tobías no tenía dinero para carbón. Hacía tanto frío que sus hijos se pasaban el día metidos en la cama, que era el único sitio donde se estaba caliente. Cuando el frío aprieta, el hambre también aprieta... Sara, su mujer, no hacía más que quejarse al ver la despensa vacía.<br />--Si no eres capaz de alimentar a tu mujer y a tus hijos, tendré que ir a ver al rabino para que me conceda el divorcio.<br />
--Y ¿qué vas a hacer con ese divorcio? -le replicaba su marido-,¿comértelo?<br /><br />
En el mismo pueblo vivía un ricachón llamado Raúl. Además de rico, Raúl era muy avaro. Tan avaro era, que sólo permitía a su mujer hacer pan una vez al mes... ¡porque decía que el pan duro duraba más!<br />Por eso la gente le llamaba Raúl el roña.<br />En alguna ocasión se había presentado Tobías en casa de Raúl para pedirle unas monedas, pero se marchaba igual que llegaba, con las manos vacías:<br />--No te incomodes, Tobías, -le decía Raúl-, pero la verdad es que duermo más tranquilo cuando sé que mi dinero está en mi caja fuerte... en vez de en tu bolsillo.<br />Por no dar de comer, Raúl no daba de comer ni a su propia cabra. El animal comía de las sobras que le daban los vecinos y se alimentaba sobre todo de mondas de patata... y cuando no había, se subía a los tejados de las casas y se dedicaba a ramonear la paja de la techumbre. Eso sí, cuando la cabra paría cabritos, el viejo Raúl tenía buen cuidado de ordeñarla, para no perder ni una gota de<br />leche... ¡que luego vendía a buen precio a sus vecinos!<br />
<br />En fin, Tobías decidió un día que a su amigo Raúl le había llegado la hora de pagar el pato. Y, ni corto ni perezoso, se encaminó a casa de su amigo. Se encontró a Raúl el roña sentado en un cajón (sólo usaba sillas en fiestas de guardar, para que no se gastaran), comiéndose un plato de lentejas, acompañado de un mendrugo de pan duro.<br />--Distinguido la, y esta noche va a venir a nuestra casa. Ejem..., resulta que mis cubiertos son de<br />aluminio, y a mi mujer le da vergüenza tener que usarlos cuando vienen invitados... y me ha mandado aquí para que te pidiera al menos una cuchara de plata para que pueda comer nuestro huésped. Yo te juro<br />por lo más santo que mañana mismo te la devolveremos.<br />Raúl sabía que cuando Tobías juraba por lo más santo, cumplía su palabra... así es que se la dejó.<br />
<br />Por supuesto que todo era mentira. Ni Dasha tenía novio, ni pretendiente, ni, por otra parte, esperaba a nadie aquella noche para cenar. Tobías se guardó cuidadosamente la cuchara de Raúl debajo de<br />la camisa, y, al llegar a su casa, se dirigió al armario donde guardaba lo poco que quedaba de su cubertería de plata. Había tenido que vender casi todos los cubiertos que le regalaron cuando se casó, y sólo quedaban tres cucharillas de plata, que sacaba sólo en las fiestas de la Pascua.<br /><br />
Al día siguiente, volvió a casa de Raúl. Como siempre, se lo encontró en el porche de la casa, con los pies descalzos (¡así no se le gastaban las suelas de los zapatos!), comiendo unas lentejas con su mendrugo de pan duro.<br />--Vengo a devolverte la cuchara que me prestaste ayer, -le dijo, dejándola en la mesa, junto con una de sus cucharillas de plata.<br />--Y esto ¿qué es? -le dijo el viejo, señalando la cucharilla de Tobías.<br />Pues verás, -le contestó Tobías-. Resulta que tu cuchara sopera ha dado a luz, esta noche, a la cucharilla tetera. Yo soy un hombre honrado, Raúl, y me ha parecido lo correcto devolverte a la madre... y a la hija.<br />
<br />Raúl estaba anonadado. ¡Jamás en su vida había oído hablar de que las cucharas parieran como las personas! Pero pronto su avaricia pudo más que su asombro, así es que aceptó las dos cucharas con gran<br />alegría. "¡Menudo momio!" pensaba, y se felicitaba a sí mismo de haber accedido al préstamo de la cuchara.<br />
<br />Pasaron algunos días, y de nuevo se presentó Tobías en casa de Raúl. Se lo encontró en el porche, sin su abrigo (lo tenía guardado para que no se le gastara), comiendo lentejas con su mendrugo de pan.<br />
<br />--Amigo Raúl, -contestó Tobías-, has de saber que el mozo que vino a casa no fue del agrado de mi hija Dasha. Me dijo luego que el joven tenía orejas de burro, ya ves tú... El caso es que esta noche se presenta otro pretendiente, y mi mujer Sara le está preparando un banquete, que quedaría muy deslucido si a la hora de servido no tuviéramos...<br /><br />
--¡No sigas! -le interrumpió Raúl-. Ya veo que has venido a pedirme la cuchara de plata... -y a continuación, esbozando una amplia sonrisa, concluyó-: Encantado de poder ayudarte, mi querido Tobías.<br /><br />
Al día siguiente, Tobías le devolvió la cuchara... y, además, una de sus cucharillas. De nuevo le explicó cómo, durante la noche, la cuchara grande había dado a luz a la cuchara chica e insistió en que él era un hombre de conciencia, incapaz de separar a la madre de la hija. Le dijo que el pretendiente tampoco había sido de agrado de su hija porque, según ella, ¡tenía la nariz demasiado larga! No hay que decir que el viejo Raúl se frotaba las manos de contento por todo este asunto.<br />
<br />La misma historia se volvió a repetir por tercera vez. Tobías se presentó en casa de Raúl con la cuchara sopera... y con su tercera, y última cucharilla tetera. Tan absorto estaba el viejo en este prodigio de la naturaleza, que no dudó en preguntarle al amigo Tobías:<br />--Y dime, vecino, ¿no podrá ocurrir que, en alguna ocasión, mi cuchara pariera gemelos?<br />Tobías se lo pensó un momento, y pronto encontró una respuesta:<br />--Por supuesto, mi querido amigo... ¡hasta se han dado casos de quintillizos!<br />La respuesta alborozó a Raúl... y aún más el saber que Dasha había rechazado su nuevo pretendiente... esta vez, ¡por tartamudo!<br />Tobías dejó transcurrir una semana, antes de hacer una nueva visita a su amigo. Se lo encontró, como siempre, sentado en la terraza comiendo lentejas, pero esta vez en calzoncillos... sin duda, ¡guardaba sus pantalones para mejor ocasión!<br />--Muy buenos días, -le saludó Tobías.<br />--¡Buenos y hermosos días! -exclamó Raúl, con su mejor sonrisa-. ¿Y qué te trae hoy por aquí? Seguro que será algo bueno... si vienes a pedirme la cuchara, no tienes más que decírmelo y tus deseos serán complacidos.<br />--Hoy querría pedirte un favor muy especial, -le dijo Raúl-.<br />Resulta que esta tarde llega un nuevo pretendiente para mi hija, pero esta vez se trata del hijo de un rico comerciante que vive en la gran ciudad de Lublín... Pasará el domingo con nosotros y celebraremos<br />juntos la fiesta del Señor... Por lo tanto necesito, además de la cuchara, tus candelabros de plata, ya que los nuestros son de latón y le causarían al joven una pésima impresión... Yo prometo devolvértelos el día después de la fiesta.<br />El viejo Raúl dudó unos instantes: los candelabros de plata eran objetos de mucho valor. Pero pronto sus dudas se disiparon... al recordar lo que había ocurrido con sus cucharas:<br />--De acuerdo, Tobías. Pongo a tu disposición los ocho candelabros de mi casa... ya ves que confío en ti... Bien entendido que, si alguno de ellos diera a luz durante la noche, me lo traerás también a mi casa, tal como has hecho hasta ahora con las cucharillas...<br />--Por supuesto, -le contestó Tobías-. Vamos a ver si hay suerte. Tobías guardó cuidadosamente la cuchara debajo de su camisa y, tomando los candelabros, se dirigió a casa de un comerciante amigo suyo, que los tasó y se los compró. Más contento que unas pascuas, Tobías se fue a su casa y le entregó a Sara, su mujer, el dinero de los candelabros. Sara nunca había visto tanto dinero junto, y quiso saber de dónde lo había sacado.<br />--Pues verás, -le contó Tobías-, resulta que esta mañana, al salir de casa, vi una gran vaca amarilla que volaba por encima de nuestro tejado y que ponía, en la chimenea, una docena de magníficos huevos de plata. Los cogí, los vendí... ¡y aquí está el dinero!<br />Sara, naturalmente, se mostraba incrédula.<br />--Nunca, en mi vida, había oído decir que las vacas volaran... ¡y mucho menos que pusieran huevos de plata!<br />--Bueno, todo puede ocurrir en esta vida, -le contestó Tobías- Además, si no quieres el dinero, me lo devuelves y sanseacabó.<br />--De eso nada, cariño, -le contestó su mujer, cuyos ojos, ante el dinero, hacían chiribitas. La buena de Sara decidió que cuando la despensa está vacía y los hijos pasan hambre, lo mejor es no hacer demasiadas preguntas. Así, es que, cogiendo el portante, se fue al mercado y compró carne, pescado, harina, además de pasas y nueces y todo lo necesario para hacer un buen pastel. Y como aún le sobraba dinero, compró ropa y calzado para sus hijos.<br />La Fiesta del Señor se celebró por todo lo alto en casa de Tobías. Los niños saltaban, cantando canciones judías. Cuando los niños preguntaban a su padre de dónde había sacado tanto dinero, su padre respondía aviesamente:<br />--Ya sabéis que, en la Fiesta del Señor, está prohibido hablar de dinero.<br />Al día siguiente, Tobías fue a casa de su amigo Raúl. Se lo encontró en el porche con un taparrabos... ¡la ropa la tenía guardada en el armario!<br />Tobías le devolvió la cuchara de plata y le dijo:<br />--Esta vez no hubo suerte, amigo Raúl... la cuchara, en esta ocasión, no ha sido madre.<br />--¿Y mis candelabros? -preguntó el viejo-. ¿Dónde están mis candelabros? -Tobías suspiró profundamente-. Amigo Raúl, ha ocurrido una desgracia... tus candelabros han muerto.<br />--Imbécil, idiota, -gritaba Raúl, fuera de sí-, ¿cómo es posible que un candelabro muera?<br />--Si una cuchara puede dar a luz, un candelabro puede morir -sentenció Tobías.<br />La cosa no acabó allí. Raúl llevó a Tobías ante el rabino, en busca de un veredicto favorable. Cuando éste oyó la historia, no pudo aguantarse la risa:<br />--Te está bien empleado, -le dijo el rabino a Raúl-. Si fuiste capaz de creerte que las cucharas pueden tener hijos, entonces también debes aceptar el hecho de que los candelabros puedan morir.<br />--Pero eso es mentira, -objetó Raúl.<br />--También es mentira que los candelabros tengan hijos... y, sin embargo, tú estabas dispuesto a creerte esta mentira. Si aceptas la mentira cuando te produce beneficios, debes de aceptarla igualmente cuando te produce pérdidas, -y con estas palabras dio el asunto por concluido. Al día siguiente, el pobre Raúl rechazó el plato de lentejas, que le ofrecía su mujer.<br />--A partir de ahora, sólo comeré pan duro, -dijo el avaro-. ¡Esta comida es demasiado cara!<br />La historia de las cucharas y los candelabros pronto pasó de boca en boca por todo el pueblo, para regocijo de pequeños y mayores.<br />Todos celebraban la victoria de Tobías y la derrota de Raúl. Y tal como era la costumbre, pronto empezaron a cantarse unas coplas que los aprendices de sastre habían sacado:<br />"Al pobre Raúl<br />se le murió...<br />su candelabro azul.<br />Y sus grandes cucharas,<br />ya no paren hijas,<br />¡se han vuelto avaras!<br />Y él, come que come<br />su comida barata<br />y sueña, el pobre, que tendrá<br />¡nietos de plata!".<br />Pero ni Raúl tuvo más nietos, ni las cucharas, por más que las juntaba, tuvieron más descendencia.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-86649093440680269522012-08-20T20:56:00.001+02:002012-08-20T20:56:38.573+02:00LA TORTUGA GIGANTEHabía una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muycontento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. El no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:<br /><br />
-Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta,<br />cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.<br />
<a name='more'></a>El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien. Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutas.<br />Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramadal con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el<br />viento y la lluvia.<br />
<br />
<br />Había hecho un atado con los cueros de los animales, y los llevaba al hombro. Había también agarrado, vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes<br />como una lata de querosene.<br />
<br />El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día en que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.<br />
<br />-Ahora-se dijo el hombre-voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.<br />Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.<br />A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía<br />más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.<br />La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.<br />El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.<br />La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó.<br />Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo.<br />Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque<br />tenía mucha fiebre.<br />
-Voy a morir- dijo el hombre-. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quién me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.<br />Y al poco rato la fiebre subió más aun, y perdió el conocimiento.<br />Pero la tortuga lo había oído y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:<br />-El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo lo voy a curar a él ahora.<br />Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de<br />sed. Se puso a buscar en seguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera, El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.<br />Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.<br />El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento, Miró a todos lados, y vio que estaba solo pues allí no había más que él y la tortuga; que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:<br />-Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.<br />Y como él lo había dicho, la fiebre volvió esa tarde, más fuerte que antes, y perdió de nuevo el conocimiento.<br />Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:<br />-Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.<br />Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas<br />para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.<br />La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el<br />hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar se detenía y deshacía los nudos y acostaba al hombre con mucho cuidado en un lugar donde hubiera pasto bien seco.<br />Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.<br />A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua! a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.<br />Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A<br />veces quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:<br />-Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo en el monte.<br />El creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.<br />Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más.<br />Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.<br />Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba todo el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.<br />Y, sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.<br />Pero un ratón de la ciudad-posiblemente el ratoncito Pérez-encontró a los dos viajeros moribundos.<br />-¡Qué tortuga!-dijo el ratón-. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, que es? ¿Es leña?<br />-No-le respondió con tristeza la tortuga-. Es un hombre.<br />-¿Y dónde vas con ese hombre?-añadió el curioso ratón.<br />-Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires-respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía-. Pero vamos a morir aquí porque nunca llegaré...<br />-¡Ah, zonza, zonza! -dijo riendo el ratoncito-. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá es Buenos Aires.<br />Al oir esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.<br />Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera,<br />a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó en seguida.<br />Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa,<br />que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.<br />Y asi pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.<br />El cazador la va a ver todas las tardes y ella conoce desde lejos a su amigo, por los pasos. Pasan un par de horas juntos, y ella no quiere nunca que él se vaya sin que le dé una palmadita de cariño en el lomo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-10601449827295401272012-08-17T22:43:00.000+02:002012-08-17T22:43:00.051+02:00La reina de las abejas<span style="font-family: Times New Roman; font-size: 20px; font-weight: bold;">D</span>os
príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se
entregaron a una vida disipada y licenciosa, por lo que no volvieron a
aparecer por su casa. El hijo tercero, al que llamaban «El bobo», púsose
en camino, en busca de sus hermanos. Cuando, por fin, los encontró, se
burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el
mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían
conseguido?<br />
<a name='more'></a>Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de
hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo
los animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el
menor dijo:<br />- Dejad en paz a estos animalitos; no sufriré que los molestéis.<br />Siguieron
andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban
muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para
asarlos, pero el menor se opuso:<br />- Dejad en paz a estos animales; no sufriré que los molestéis.<br />Al
fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan
repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores iban a
encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y poderse
apoderar de la miel; pero «El bobo» los detuvo, repitiendo:<br />- Dejad a estos animales en paz; no sufriré que los queméis. <br />Al
cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos
caballos de piedra, pero ni un alma viviente; así, recorrieron todas las
salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres
cerrojos, pero que tenía en el centro una ventanilla por la que podía
mirarse al interior. Veíase dentro un hombrecillo de cabello gris,
sentado a una mesa. Llamáronlo una y dos veces, pero no los oía; a la
tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin
pronunciar una sola palabra, condújolos a una mesa ricamente puesta, y
después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio
separado. A la mañana siguiente presentóse el hombrecillo a llamar al
mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en la cual había escritos los
tres trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo. El
primero decía: «En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas
de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, en el
bien entendido que si falta una sola, el que hubiere emprendido la
búsqueda quedará convertido en piedra». Salió el mayor, y se pasó el día
buscando; pero a la hora del ocaso no había reunido más allá de un
centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó
convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la aventura,
pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas
perlas, y, a su vez, fue transformado en piedra. Finalmente, tocóle el
turno a «El bobo», el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué
difícil se hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas!
Sentóse sobre una piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la
reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco
mil de sus súbditos, y en un santiamén tuvieron los animalitos las
perlas reunidas en un montón.<br />El segundo trabajo era pescar del fondo
del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar «El bobo» a
la orilla, los patos que había salvado acercáronsele nadando, se
sumergieron, y, al poco rato, volvieron a aparecer con la llave pedida. <br />El
tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey,
que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y
hermosa, pero era el caso que las tres se parecían como tres gotas de
agua, sin que se advirtiera la menor diferencia; sabíase sólo que, antes
de dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de
azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de
miel. <br />Compareció entonces la reina de las abejas, que «El bobo»
había salvado del fuego, y exploró la boca de cada una, posándose, en
último lugar, en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual
el príncipe pudo reconocer a la verdadera. Se desvaneció el hechizo;
todos despertaron, y los petrificados recuperaron su forma humana. Y «El
bobo» se casó con la princesita más joven y bella, y heredó el trono a
la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las
otras dos princesas.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-56992723029003394542012-08-16T18:25:00.001+02:002012-08-16T18:28:52.437+02:00Los siete cuervos<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-7oF8lSrZ_qU/UC0dpkLhXnI/AAAAAAAAA58/33tt0PIK3f8/s1600/cu1111.jpg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://4.bp.blogspot.com/-7oF8lSrZ_qU/UC0dpkLhXnI/AAAAAAAAA58/33tt0PIK3f8/s200/cu1111.jpg" width="80" /></a></div>
<span style="font-family: Times New Roman; font-size: 20px; font-weight: bold;">H</span>abía
una vez, hace ya mucho tiempo, un matrimonio que tenía siete hijos y
ninguna hija. Esto era siempre motivo de pena para aquellas buenas
gentes, porque les hubiera encantado tener una niña. Y con tanto fervor
anhelaban su llegada, que por fin un día tuvieron la inmensa alegría de
acunar una hijita entre sus brazos. La felicidad del buen matrimonio fue
entonces completa, porque además los siete hemanitos adoraban a la
pequeña.<br />
<a name='more'></a>Pero, desdichadamente, la niña no parecía tener muy
buena salud. Y a medida que pasaba el tiempo, desmejoraba cada vez más.
Hasta que un día se puso tan mal, que los padres no dudaron de que su
hijita se moría. Pensaron entonces que había que bautizarla, y para ello
era preciso traer agua del pozo.<br />
<br />
-tomad vuestros baldes -dijo el padre a los siete niños-, id al pozo, y volved cuanto antes.<br />
<br />
Los
muchachos obedecieron. Tomaron sus baldes y partieron corriendo.
Estaban ansiosos por ayudar a su padre, y en su ansiedad, cada uno
quería ser el primero en hundir su balde en el pozo. Se lanzaron
atropelladamente sobre el mismo, con tanto aturdimiento y tan mala
fortuna, que los baldes escaparon de sus manos y cayeron al fondo del
pozo. Los muchachos quedaron desolados. Se miraban uno a otro, sin saber
qué hacer ni qué decir.<br />
<br />
-¡Dios mío! -exclamó uno de ellos, por fin-. ¿Qué le diremos ahora a papá? No podemos volver a casa sin el agua.<br />
<br />
En
su desesperación, trataron de sacar los baldes del pozo; pero todo fue
en vano. No pudieron lograrlo, y atemorizados al pensar en el enojo con
que los recibiría su padre, se quedaron meditando, sentados junto al
pozo.<br />
<br />
-Si volvemos sin el agua -dijo uno de ellos-, nuestro padre se sentirá tan enojado que nos castigará duramente.<br />
<br />
-Es muy cierto -añadió otro-. Y no le faltará razón.<br />
<br />
-No debimos ser tan atolondrados... -suspiró un tercero.<br />
<br />
-Nadie tiene la culpa -añadió el cuarto-. Si los baldes se han caído al pozo, ha sido solamente una desgracia.<br />
<br />
-Sí -comentó el quinto-, pero papá y mamá están demasiado afligidos para que atiendan nuestras razones.<br />
<br />
-Yo no me atrevería a volver a casa -se lamentó el sexto, casi a punto de llorar.<br />
<br />
-Es inútil que nos lamentemos -concluyó el séptimo-.<br />
<br />
La cosa no tiene remedio. Todo lo que nos queda por hacer, es ver de qué manera podemos salir de este embrollo.<br />
<br />
Mientras
tanto, en la casa, el padre se impacientaba ante la tardanza de los
muchachos. Se asomaba a la ventana y miraba el camino, tratando de
descubrirlos. Pero el camino estaba desierto y los muchachos no volvían.<br />
<br />
-¡Ah!
-dijo el pobre hombre de pronto-. Seguramente que esos siete holgazanes
se han quedado jugando. Es imposible, de otra manera, que tarden tanto
en volver del pozo con el agua.<br />
<br />
Y nuevamente volvía a pasearse, y
otra vez se asombaba a la ventana para mirar al camino. Pero llegó un
momento en que su deseperación por la tardanza de los muchachos fue
tanta y tan grande, que sin poder contenerse exclamó:<br />
<br />
-¡Perezosos! ¡Ojalá se convirtieran en siete cuervos!<br />
<br />
No
imaginó nunca lo que podía suceder. Apenas había dicho esas palabras,
cuando sintió un aleteo sobre su cabeza; levantó los ojos, y con gran
espanto vio contra el cielo azul siete cuervos negros que volaban sobre
la casa.<br />
<br />
Grande fue su desesperación y la de su mujer cuando comprendieron que aquellos siete cuervos eran sus siete hijos.<br />
<br />
-¡Pobres
niños! -decía el padre afligido, viendo que los cuervos, después de
volar un rato sobre su cabeza, partían hacia el horizonte. ¡Pobres
niños! Y ¿qué será ahora de nosotros?<br />
<br />
Pero el daño ya estaba hecho, y no podía remediarse. La mujer trató de consolarse.<br />
<br />
-Es
inútil ya que pensemos en ellos -le dijo-. Quizá algún día vuelvan.
Pero por ahora, pensemos en nuestra hijita que está aquí, y tratemos de
salvarla.<br />
<br />
El buen hombre comprendió que su mujer estaba en lo
cierto. Y tantos cuidados prodigaron a la niña, que afortunadamente la
pequeña no murió. Pasaron los años, y la niña que fuera tan delicada,
creció sana y fuerte.<br />
<br />
El matrimonio vivía feliz con el cariño de
su hija, pero el padre solía quedarse a veces pensativo mirando hacia el
cielo, como si esperara algo; y un buen día le dijo su mujer:<br />
<br />
-Oye,
marido. Es preciso que la niña no sepa la historia de los siete
cuervos; de modo que debemos cuidarnos mucho. Nada ganas con pasarte las
horas junto a la ventana. Yo confío en que ellos volverán quizás algún
día. Pero mientras tanto, olvidemos aquello.<br />
<br />
El padre asintió. Y
de este modo, como jamás le hablaron sus padres de los siete hermanos,
la niña no supo nunca la triste historia.<br />
<br />
Pero un día en que conversaba con una vecina, escapósele a ésta el secreto.<br />
<br />
-¡Qué
bonita eres! -dijo la mujer; y añadió atolondradamente-: Es lástima que
tus hermanos que tanto te querían no estén aquí para verte.<br />
<br />
La niña se quedó pensativa, y en seguida preguntó:<br />
<br />
-¿Mis hermanos? Debéis estar equivocada. Yo nunca he tenido hermanos. ¿De quién habláis?<br />
<br />
La
buena mujer comprendió que había hablado por demás y que su
charlatanería iba a provocar un disgusto en casa de sus vecinos. Pero ya
no había manera de retroceder. Ante las preguntas de la niña, se vio
obligada a contarle la triste historia del encantamiento de sus
hermanos, debido a la maldición de su padre cuando ella era apenas una
niñita recién nacida.<br />
<br />
Así fue cómo la pequeña supo que, un poco a
causa suya, sus siete hermanos estaban ahora convertidos en siete
cuervos. Entonces sintió tal aflicción que decidió hablar a sus padres.
La pobre gente comprendió que ya no podía ocultarle la verdad.<br />
<br />
.
Es cierto todo lo que te ha dicho la vecina -dijo la madre, afligida-.
Pero hace ya mucho tiempo, mucho tiempo, y nunca hemos vuelto a verles.<br />
<br />
Entonces dijo la niña:<br />
<br />
-Pues
yo he de ir a buscarles. Soy culpable de que los pobrecitos estén ahora
convertidos en siete cuervos, y es preciso que los encuentre para que
puedan volver a casa.<br />
<br />
-¡Pero no sabemos dónde están! -exclamaron
los padres-. ¿Cómo harás para encontrarles? La niña se quedó un momento
pensando. Sus padres tenían razón: sería muy difícil saber dónde
habitaban ahora los siete cuervos encantados. Pero después de un
instante, exclamó:<br />
<br />
-No sé todavía cómo haré para encontrarles.
Preguntaré y preguntaré hasta dar con ellos. Y el día que eso suceda,
volveré a casa con mis hermanitos.<br />
<br />
Los padres, comprendiendo que
la niña estaba decidida, no se opusieron a su partida. La mamá le
preparó una cesta con merienda para el viaje, y entregándole su anillo
de bodas como recuerdo, la despidió en el camino.<br />
<br />
La niña echó a
andar, y después de mucho caminar, sin hallar seña alguna de sus
hermanos, llegó al fin del mundo. Ya no le quedaba otra cosa que hacer
que lanzarse al espacio; y la niña, siempre en busca de los siete
cuervos, llegó al sol.<br />
<br />
-Aquí no vas a encontrar a nadie -le dijo
el sol de mal modo-. Cualquiera que pretendiera quedarse más de un
minuto, se moriría abrasado.<br />
<br />
Y como el sol ardía y le quemaba los pies, la niñita huyó presurosa del ardiente astro.<br />
<br />
Pensó que quizá estuvieran los cuervos en la luna, y hacia ella se encaminó<br />
<br />
-Aquí
no vas a encontrar a nadie- le dijo la luna con indeferencia-.
Cualquiera que pretendiera quedarse más de un minuto, se moriría
congelado.<br />
<br />
Y como allí hacía demasiado frío, temblorosa y helada
volvió la niña a la tierra y se puso a llorar. En ninguna parte podía
encontrar a sus hermanitos. Pronto comprendió que nada ganaría con sus
lágrimas, de modo que, secando sus ojos, se dispuso a emprender otra vez
el camino. Pero ya no sabía adónde ir. Miró otra vez hacia el cielo, y
creyó ver que las estrellas le hacían guiños amistosos. Llena de
esperanza, volvió entonces hacia el cielo. Y las estrellas la recibieron
con grandes muestras de alegría.<br />
<br />
-¡Aquí está! -decían
alborozadas-. ¡Aquí está la gentil niñita que ha recorrido el mundo en
busca de sus hermanos! Ved qué buena y hermosa es.<br />
<br />
Y una de ellas, la más luminosa de todas, aquella que llaman el Lucero del Alba, salió a su encuentro.<br />
<br />
-Dulce
niña -le dijo-. Has sido tan buena al recorrer todo el mundo en busca
de tus siete hermanos, que mereces una recompensa. Tus hermanitos, los
siete cuervos encantados, viven en la cumbre de una montaña de cristal,
en un castillo. Pero jamás podrás entrar allí si no llevas para abrir la
puerta este trocito de madera que te entrego.<br />
<br />
La niña, llena de
alborozo, le agradeció el obsequio. Y despidiéndose de las buenas
estrellas, partió otra vez en busca de sus hermanos. Pronto alcanzó a
ver la gran montaña de cristal, que brillaba en medio de la tierra.<br />
<br />
-Ahí está el castillo -se dijo la niña- y pronto estaré junto a mis hermanos.<br />
<br />
Momentos
después se hallaba frente a la puerta del castillo. Era aquella una
puerta pesada y enorme, muy difícil de mover; pero, cosa rara, su
cerradura era muy chiquita: del tamaño del trocito de madera que
Estrella del Alba entregara a la niña. La pequeña buscó la valiosa
astilla en sus bolsillos, y con inmensa pena halló que la había perdido.<br />
<br />
La
pobre niña se echó a llorar. Toda su tarea quedaba perdida. ¿Qué haría
ahora? Pronto comprendió, como antes, que llorando no conseguiría
resolver su delicada situación; y otra vez secó sus ojos. Pensó un largo
rato.<br />
<br />
-Mi dedo índice -se dijo- tiene casi el mismo tamaño que
el trocito de madera que me dio la buena estrella. Es posible que con él
pueda abrir la puerta del castillo.<br />
<br />
Probó a hacerlo; hizo rodar
el dedito en la cerradura, y la puerta se abrió. ¡Qué alegría sintió la
niña! Frente a ella apareció entonces un enano que la saludó con gran
reverencia.<br />
<br />
-Bienvenida seas a esta casa -le dijo-. ¿Qué deseas?<br />
<br />
-Quiero ver a los siete cuervos -contestó la niña sin temor-. Las estrellas me han dicho que vivían aquí.<br />
<br />
-Es
verdad -respondió el gentil enano-, pero en este momento mis amos han
salido. Sin embargo, como no tardarán en volver, si quieres puedes pasar
a esperarlos. Es posible que se alegren de verte, pero nunca reciben a
nadie.<br />
<br />
La niña no se hizo repetir la invitación y entró en el
castillo. Cruzó el amplio vestíbulo, y el enano la condujo al comedor,
donde se vio frente a una gran mesa puesta para siete cubiertos. Como
después de su largo viaje la niña tenía hambre, dijo al enano:<br />
<br />
-¿Podría servirme algo de lo que hay sobre la mesa? Estoy muy cansada y tengo hambre y sed.<br />
<br />
-Sí -dijo el enano-. Come y bebe si quieres.<br />
<br />
Y
como la niña no quería privar a ninguno de los siete cuervos de su
ración, probó nada más que un bocado de cada plato y bebió un sorbo de
cada vaso.<br />
<br />
Pero no advirtió que el anillo de bodas de su madre rodó de su dedo y cayó al fondo de uno de los vasos.<br />
<br />
De pronto se sintió afuera un aleteo de pájaros y la niña se levantó presurosa.<br />
<br />
-Escóndeme -dijo al enano-; no quisiera que tus amos los siete cuervos me vieran todavía.<br />
<br />
El
enano la hizo ocultar tras una cortina, y poco después se vio entrar
por la ventana a los siete cuervos. Se posó cada uno junto a su plato, y
comenzaron a comer. De pronto, uno de ellos exclamó:<br />
<br />
-Parece como si alguien hubiera comido en mi plato y bebido en mi vaso.<br />
<br />
-Pues, ¡y en el mío! -dijo otro.<br />
<br />
-¡Y en el mío, y en el mío! -gritaban todos los cuervos a un tiempo, en medio de un agitado batir de alas.<br />
<br />
Y
cuando el último de ellos miró su vaso, advirtió que algo sonaba en el
fondo del mismo. Miraron todos, y con gran sorpresa vieron en el vaso el
anillo de bodas de su madre.<br />
<br />
Primero se quedaron mudos de
asombro. Pero en seguida comprendieron que aquello que parecía un
milagro no tenía sino una explicación. Y dando grandes aleteos de
alegría, comenzaron a gritar alborozados:<br />
<br />
-¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos! ¡Nuestra hermanita ha venido a buscarnos!<br />
<br />
Al
oírles, salió la niña de su escondite y comenzó a besar a los cuervos. Y
sucedió que a medida que los besaba, los feos pájaros negros se fueron
convirtiendo en apuestos jóvenes.<br />
<br />
Los hermanos se abrazaron, locos de contento.<br />
<br />
-No
podéis daros una idea de lo feliz que me siento -dijo la pequeña-. Os
he buscado tanto, que me parece imposible haberos encontrado a todos
sanos y salvos.<br />
<br />
-Y nosotros, hermanita -dijeron ellos- nunca sabremos cómo agradecerte lo que has hecho por encontrarnos.<br />
<br />
-Ahora, lo que debemos hacer es volver cuanto antes a casa. ¡Imaginaos la alegría que sentirán al veros papá y mamá!<br />
<br />
Al
recordar a sus padres, los jóvenes desearon vivamente volver al viejo
hogar. Se despidieron del enano, y al cabo de un largo viaje llegaron
los siete muchachos y la niña a la antigua casa, donde los padres los
recibieron alborozados.<br />
<br />
<div align="center">
<br /></div>
Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-51285074275830379092012-08-14T22:34:00.000+02:002012-08-14T22:35:00.592+02:00Abuelita<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-37JOUsptEBc/UCq1dk5iq-I/AAAAAAAAA5k/XxnUhobgX1M/s1600/ab1111.jpeg" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="150" src="http://2.bp.blogspot.com/-37JOUsptEBc/UCq1dk5iq-I/AAAAAAAAA5k/XxnUhobgX1M/s200/ab1111.jpeg" width="200" /></a></div>
Dedicado con todo mi cariño a mis abuelas. <br />
<br />
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje<br />
cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. <br />
<a name='more'></a>¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa;<br />
no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.<br />
<br />
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.<br />
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia.<br />
- Se ha terminado - dijo - y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito.<br />
<br />
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.<br />
<br />
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita.<br />
<br />
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio.<br />
<br />
Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que<br />
nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-19017568965302289692012-08-01T10:58:00.000+02:002012-08-01T10:58:17.157+02:00LOS CUATRO HERMANOS HUÉRFANOS<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-ip-0v7DjjwQ/UBjuhRlXYqI/AAAAAAAAA5M/n545m5b-8hA/s1600/hu1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-ip-0v7DjjwQ/UBjuhRlXYqI/AAAAAAAAA5M/n545m5b-8hA/s200/hu1111.JPG" width="171" /></a></div>
Cuatro hermanos se quedaron huérfanos, recibiendo una hogaza de pan como única herencia. Decidieron, por tanto, ir en busca de fortuna y, tras partir el pan en cuatro trozos, cada uno tomó un camino distinto.<br />El mayor encontró a un astrónomo, y se quedó con él para aprender el oficio.<br />El segundo llegó a la casa de un sastre, que se ofreció a enseñarle todos los secretos de su trabajo.<br />El tercero se quedó con un cazador con quien se encontró, con la intención de aprender el arte de la caza.<br />Y el cuarto hizo amistad con un ladrón.<br />
<a name='more'></a>—Si quieres, puedes quedarte conmigo —le dijo el ladrón—. Te enseñaré mi oficio y aprenderás a robar con el mejor maestro.<br />—Siempre me han dicho que robar es malo —respondió el joven.<br />—No hay nada malo en aprender —insistió el ladrón—. Si quieres, robas, y si no, no. Así pues, el cuarto hermano se quedó con el ladrón y aprendió el oficio.<br />Pasaron siete años antes de que los hermanos se reunieran de nuevo. Cada uno contó a los otros lo que había aprendido durante aquel tiempo.<br />—Yo he aprendido el oficio de astrónomo —dijo el mayor—. Mi maestro me ha regalado un aparato con el que puedo ver todo lo que quiera.<br />—Yo he vivido con un sastre que me ha regalado una aguja que todo lo cose —dijo el segundo.<br />—Yo he aprendido a cazar con un gran cazador —añadió el tercero—. Me ha regalado una escopeta con la que puedo atinar a todo lo que apunto.<br />El más joven no decía nada, y los otros le preguntaron:<br />—Y tú, ¿qué has aprendido? ¿Qué has hecho durante estos siete años?<br />—Yo..., yo he aprendido el oficio de ladrón —dijo finalmente el cuarto, un poco avergonzado.<br />Decidieron quedarse a vivir juntos y trabajar en sus respectivas habilidades. Les llegó entonces la noticia de que un dragón había raptado a la hija de un rey y que éste la ofrecía en matrimonio a aquél que la salvase. Los cuatro hermanos se pusieron en camino, dispuestos a encontrarla.<br />El astrónomo miró por su aparato y vio que el dragón tenía a la princesa en un país al otro lado del mar. Fueron a ver al rey y le pidieron un barco con el que atravesar el mar.<br />Al llegar a la otra orilla, el ladrón se dirigió a la morada del dragón y le robó la princesa mientras el monstruo dormía. Estaban a punto de zarpar cuando el dragón despertó, y en un par de zancadas llegó hasta ellos.<br />El cazador apuntó con su escopeta, y de un disparo certero lo mató; pero, al derrumbarse, el dragón abrió un gran boquete, y el agua comenzó a inundar la embarcación.<br />El barco empezó a hundirse, pero, entonces, el sastre sacó su aguja cóselo‐todo y reparó el barco. Llevaron a la princesa al castillo del rey, y los cuatro reclamaron la mano de la joven.<br />—Yo la encontré —dijo el astrónomo—, y soy yo quien debe de casarse con ella.<br />—No, no —dijo el ladrón—. Soy yo quien he de casarme con la princesa, puesto que fui yo quien se la robó al dragón.<br />—Pero si yo no hubiese matado al dragón —dijo el cazador— ahora estaríamos todos muertos.<br />—Y si yo no hubiese reparado el barco —dijo el sastre— nos hubiéramos ahogado, así que soy yo el que más derecho tiene a casarse con la princesa.<br />El rey, no sabiendo a quién dar la razón, les entregó un montón de oro a cada uno y, como suele ocurrir, casó a su hija con el hijo de un rey vecino.<br />Hala bazan edo ez bazan, sartu dadila kalabazan eta irten dadila Durangoko plazan (Si esto fue así o no fue así, métase en la calabaza y salga en la plaza de Durango).<br />
------------------<br />
El siguiente cuento fue recogido por J. M. de Barandiaran en Dima. Se trata de un cuento, y no de una leyenda. La diferencia entre los dos tipos de narraciones estriba en que el primero no se localiza en un lugar determinado ni en una época concreta; la leyenda, sin embargo, se acepta como un hecho histórico, aunque deformado por la fantasía y el tiempo transcurrido. Los cuentos son historias para entretener, y pueden clasificarse en maravillosos, de hadas, de aventuras, de animales o de risa.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-48421562073148734712012-07-18T11:29:00.000+02:002012-07-18T11:31:56.125+02:00EL ÁRBOL LADRÓN<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-yfSKnUFVG60/UAaBmNnE-gI/AAAAAAAAA5A/lGsNtoJk4Bs/s1600/ar11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://4.bp.blogspot.com/-yfSKnUFVG60/UAaBmNnE-gI/AAAAAAAAA5A/lGsNtoJk4Bs/s200/ar11111.JPG" width="155" /></a></div>
Ocurrió una vez en Leitza, en Navarra, durante la recolección de la manzana. Los señores de la casa Marikurrenea llamaron a sus vecinos para que les ayudaran, tal como era la costumbre.<br />
Después de trabajar unas cuantas horas, los dueños del manzanal, en señal de amistad y agradecimiento, ofrecieron a sus vecinos una copiosa merienda.<br />
<a name='more'></a><br />
Una de las vecinas se ofreció a ayudar a la señora de la casa a servir la merienda y a atender a los comensales. Sirvió el vino en un platillo de plata llamado “barquillo”, objeto valioso y antiguo que se utilizaba en ocasiones especiales. Cuando hubo acabado, colocó el barquillo en el borde del hueco de un viejo manzano y se olvidó de él. Al anochecer se recogió la vajilla y los restos de la merienda, y cada cual regresó a su casa.<br />
Allí quedó el barquillo, olvidado.<br />
Al lavar la vajilla, la señora de la casa se dio cuenta que faltaba el barquillo de plata, y se lo dijo al marido.<br />
—Nos falta el barquillo. ¡No lo encuentro por ningún lado!<br />
—¿Qué dices? —exclamó él—, ¡No puede ser! El barquillo era del abuelo de mi abuelo, y tiene que aparecer. ¿Quién lo ha utilizado?<br />
La mujer pensó durante un rato.<br />
—Nuestra vecina se ha encargado de servir el vino en el barquillo —recordó.<br />
Fueron pues a preguntarle a la vecina dónde había dejado el objeto, pero la vecina no recordaba nada, y los de Marikurrenea volvieron a su caserío. No estaban conformes con la respuesta, estaban seguros de que la vecina era la ladrona, y para probarlo hicieron uso de la magia. Cogieron una vela y la retorcieron.<br />
—Que el ladrón del barquillo se consuma, igual que se consume esta vela —dijeron antes de echarla al fuego.<br />
Al día siguiente fueron de nuevo a casa de la vecina, esperando encontrarla enferma, pero la mujer estaba tan sana como la víspera. En cambio, en el manzanal se secó de pronto un viejo manzano. Extrañado, el marido taló el manzano y, ante su sorpresa, encontró el barquillo en el interior del tronco.<br />
La fuerza mágica, el adur, había actuado sobre el “ladrón” del objeto: el viejo árbol..<br />
---------------<br />
Aztikeria, la hechicería, se utilizaba, y aún se utiliza en algunos pueblos vascos, tanto para lanzar un mal de ojo (birao) como para curar una hernia o un hueso roto, o para descubrir a un ladrón mediante el adur, el vehículo mágico de transmisión.<br />
Era creencia popular entre los vascos que la maldición podía transmitirse por mediación de un objeto: una vela de cera representaba el cuerpo humano, y su luz era el espíritu. También podía utilizarse una moneda que tuviera una imagen; así, por ejemplo, para averiguar quién era el autor de un robo se retorcía una moneda y se tiraba al fuego, esperando que el culpable se encorvase al igual que la moneda.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-636085184321046052012-07-14T12:23:00.000+02:002012-07-14T12:23:17.815+02:00ATARRABI<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-F5p9Tjbpv5g/UAFHQU8TGZI/AAAAAAAAA4w/n004PoIvqtY/s1600/at11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://4.bp.blogspot.com/-F5p9Tjbpv5g/UAFHQU8TGZI/AAAAAAAAA4w/n004PoIvqtY/s200/at11111.JPG" width="138" /></a></div>
Según una leyenda que se cuenta en Ezpeleta de Lapurdi, Atarrabi y otro hermano<br />suyo menor que adjuntamente con varios estudiantes más, fueron a estudiar a la cueva de Txerren o de Etsai, el diablo. Acabados los estudios, Txerren les dijo que, a cambio de sus enseñanzas, uno de los escolares debería de quedarse con él para siempre. Lo echaron, pues, a suertes y le tocó al hermano de Atarrabi. Al ver a su hermano pequeño tan triste y acongojado, Atarrabi se ofreció en su lugar, y el diablo aceptó el cambio.<br />
<a name='more'></a>Txerren le ordenó que pasase por un cedazo la harina de su enorme despensa, labor que resultaba interminable porque la harina y el salvado pasaban por igual entre las mallas del cedazo. El diablo preguntaba continuamente:<br />—¿Dónde estás, Atarrabi?<br />Y Atarrabi tenía que contestar:<br />—¡Aquí estoy!<br />Atarrabi decidió no continuar allí por más tiempo, y le enseñó al cedazo a decir “¡aquí estoy!” cada vez que Txerren hacia la consabida pregunta y, aprovechando un momento en el que el diablo estaba distraído, se encaminó hacia la salida de la cueva andando hacia atrás, que es la única forma de poder salir de un antro mágico, ¡no lo olvides!<br />Txerren lo vio en el instante en que ponía un pie fuera de la caverna y se lanzó sobre él para impedir que saliera, pero, ¡ya era tarde! Atarrabi estaba fuera de la cueva y del poder del diablo. Su sombra, sin embargo, estaba todavía dentro, y el diablo la atrapó.<br />Pasaron los años, y Atarrabi se hizo cura. Seguía sin tener sombra, y ésta solamente aparecía en el momento de la consagración durante la misa. Siendo ya muy viejo y pensando en que, un día u otro, tendría que morir, Atarrabi le dijo al sacristán:<br />—Tú sabes bien que sólo tengo sombra en el momento de la consagración, y es necesario que yo muera en ese preciso instante. Mañana, durante la misa, en cuanto veas mi sombra junto a mí, me matas.<br />El sacristán prometió que así lo haría, pero, llegado el momento, no tuvo ánimos.<br />—Mira, no tiene por qué darte pena —le dijo Atarrabi—, pues si no me matas cuando tenga sombra, moriré en cualquier otro momento y no podré salvarme porque estaré en poder de Txerren para toda la eternidad.<br />Al día siguiente estaba el sacristán dispuesto a propinar a Atarrabi el golpe fatal cuando, de nuevo, le faltaron las fuerzas, y la sombra, pasada la consagración, volvió a desaparecer.<br />—Has de prometerme —le dijo Atarrabi con mucha tristeza en su voz— que mañana me matarás. Luego dejarás mi cuerpo encima de una roca; si son cuervos los que se lo llevan, me habré condenado; si, por el contrario, son palomas, me habré salvado.<br />Por tercera vez, el sacristán reunió todas sus fuerzas y, en el momento en que apareció la sombra, golpeó la cabeza de Atarrabi con una barra de hierro y lo mató en el acto. Puso luego el cadáver encima de una roca y vio que llegaba una bandada de palomas y se llevaba el cuerpo hasta perderse de vista en la lejanía. Así supo el sacristán que Atarrabi había escapado, por fin, de las garras del diablo.<br />
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Según expone J. M. de Barandiaran en su «Diccionario de la mitología vasca», Atarrabi u Ondarribio es un personaje mítico que figura en varias leyendas de nuestra tierra. Atarrabi es el hijo bueno de la diosa Mari, en contraposición con el hijo malo, Mikelats. Hasta hace muy poco existía la creencia en Euskal Herria de que las almas se aparecían, entre otras muchas, en forma de sombras. Normalmente, la creencia se refería a las almas de los muertos, pero existen también algunas excepciones, como la leyenda en la que, para castigar a una bruja, había que azotar a su sombra, o como la que se narra a continuación y que fue recogida por Barandiaran, Azkue y Cerquand, en la que la sombra es el alma del propio personaje de la historia.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-48967007250148848732012-06-28T15:19:00.000+02:002012-06-28T15:19:07.869+02:00EL PERRO DE LA TEA<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-q-QfzKLvoi0/T-xZZ-xTq3I/AAAAAAAAA4k/YwcmdtI9btw/s1600/pe11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-q-QfzKLvoi0/T-xZZ-xTq3I/AAAAAAAAA4k/YwcmdtI9btw/s200/pe11111.JPG" width="191" /></a></div>
Berriz, Bizkaia<br />
Cuentan que en vísperas de su boda, un mozo de Berriz, en Bizkaia, andaba repartiendo las invitaciones a familiares y amigos. Al pasar por delante del cementerio vio una calavera que probablemente se le había caído al enterrador al llevarla al osario.<br />—Tú también quedas invitado a mi boda mañana —dijo, dándole un puntapié—. ¡Si es que puedes venir!<br />
<a name='more'></a>Y el joven prosiguió su camino tan campante. Al poco rato, se dio cuenta de que un enorme perro negro le seguía, y de que en su mirada había algo aterrador que le puso los pelos de punta. Al llegar a casa, su madre se asustó al ver su cara tan pálida.<br />—¡Qué mala cara traes! —exclamó—. ¿Qué te ocurre?<br />El hijo le contó lo que había hecho al pasar por el cementerio, y cómo, desde entonces, le seguía un gran perro negro. La madre se asomó a la ventana y vio que, en efecto, había un perro negro ante la casa con los ojos clavados en ella.<br />—¡Ay, hijo! —dijo la mujer—. ¡Vete inmediatamente a ver a Don Marcial! Es muy viejo y tiene fama de brujo, él te dirá lo que tienes que hacer. ¡No pierdas el tiempo! ¡Corre!<br />El joven fue a ver al viejo y le contó lo que ocurría. Don Marcial caviló durante un buen rato y luego observó al perro, que se había detenido a unos metros de su casa.<br />—Has hecho mal en darle un puntapié a la calavera —le dijo por fin—. El perro es el guardián del muerto, e intentará vengarse de ti por la ofensa. Pero aún puede haber una solución: cuando comience el banquete de bodas, coges al perro y lo pones a tu lado y, antes de servir a los invitados, haces que le sirvan primero a él.<br />El joven recordó las palabras del anciano, y al día siguiente, a la hora del banquete, puso al perro junto a él y le sirvió de cada plato antes que a los invitados. Naturalmente, todos los presentes se quedaron tan asombrados ante el comportamiento de novio que empezaron a pensar que, una de dos, o quería gastarles una broma o estaba loco de atar.<br />—¿Cómo puedes darle a un perro los bocados más exquisitos? —le preguntaron—. ¿Te has vuelto loco?<br />—No me preguntéis la razón por la que lo hago —les respondió él—. Basta con que yo la conozca.<br />—Has hecho bien en seguir las indicaciones del anciano, porque si no lo hubieras hecho, habrías sufrido un gran castigo —le dijo el perro al finalizar el banquete—. Yo soy el guardián de mi amo, y él me envió para vengarle por tu grave ofensa. Ahora te perdona y ya no volverás a verme.<br />Dicho esto, el gran perro negro desapareció de la vista, dejando a todos sorprendidos y aliviados.<br />
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Aunque no tan frecuentemente como los caballos o los toros, los perros misteriosos también<br />tienen su lugar en la literatura oral vasca. Se cree que los perros siguen a sus amos cuando éstos<br />mueren, y que son los guardianes de sus huesos.<br />Por ejemplo, R. Mª de Azkue cuenta que en la zona de Barakaldo, a la noche siguiente de<br />fallecer una persona, aparecía un perro llevando en el hocico una tea qué despedía fuego y llamas. Al<br />ver a alguien, se zambullía en el primer arroyo que encontraba y desaparecía.<br />En otros casos, los perros errantes son almas en pena que esperan a que alguien repare el daño<br />que en vida hicieron.<br />Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-89889900065057237272012-06-25T17:19:00.000+02:002012-06-25T17:19:02.794+02:00LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDl<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-SqlRoLzOGMg/T-iAjLlUQ-I/AAAAAAAAA4Y/8y2O3bWj6bQ/s1600/br11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://3.bp.blogspot.com/-SqlRoLzOGMg/T-iAjLlUQ-I/AAAAAAAAA4Y/8y2O3bWj6bQ/s200/br11111.JPG" width="151" /></a></div>
Zugarramurdi, Nafarroa<br />
Cerca de Zugarramurdi, en el norte de Nafarroa, vivían dos hermanos. El mayor, Matías, había heredado el caserío, las tierras y los animales. El menor, Peruko, sólo poseía lo que llevaba puesto.<br />Muchas veces pidió Peruko a su hermano que le ayudase a establecerse por su cuenta, pero Matías no le hacía ni caso. Mientras no tuviera adonde ir, el joven seguiría trabajando gratis para él.<br />
<a name='more'></a>Un día, Peruko decidió que más valía salir en busca de fortuna que seguir siendo el criado de su hermano, y se marchó del caserío. Al llegar la noche sintió sueño y se metió debajo de un puente, acomodándose lo mejor que pudo y quedándose dormido.<br />No habían pasado ni dos horas cuando un ruido de voces lo despertó; tardó un poco en darse cuenta de dónde se hallaba, y luego se puso a escuchar. Las voces provenían de la parte superior del puente. Se asomó sin hacer ruido y se quedó muy sorprendido al ver a tres extrañas mujeres saltando y riendo como locas mientras decían:<br />—Porla se, zalpate, funte fa, funte fi, txiri, biri, ekatzu, ekatzu, amen.<br />Repitieron estas palabras varias veces, y finalmente pararon de saltar.<br />—¡Ah! Mari Kattalin, ¡qué bien lo hemos pasado! —dijo la más joven.<br />—¡Y que lo digas, Mari Petronil! —dijo a su vez la más vieja—, ¡Ha sido un aquelarre precioso!<br />Y se echaron a reír. Peruko comprendió que aquellas mujeres eran brujas que regresaban de una asamblea. Quieto como una estatua, siguió escuchando.<br />—¿Sabes, Mari Fermina? —preguntó la más vieja—. La dueña de la casa Dirumaíndire‐pertzerik‐gabea está enferma. Ni médicos ni curanderos ni barberos encuentran remedio para su enfermedad.<br />—¡No me digas, Mari Kattalin! —respondió la que no era la más vieja ni la más joven—. ¿Y sabes tú el remedio?<br />—¡Claro que lo sé! —respondió la más vieja—. Se curará cuando le den un pedazo de pan bendito que tiene en la boca un sapo que está escondido bajo la piedra de la puerta de la iglesia.<br />Y entre gritos y risas, las tres brujas prosiguieron su camino.<br />Peruko salió rápidamente de debajo del puente, fue a la iglesia, levantó la piedra, cogió el sapo, le quitó el pan bendito de la boca, se lo dio a la enferma y ésta se curó. El marido recompensó al joven y éste pudo comprarse un caserío, tierras y ganado mejores que los de su hermano.<br />Ante la súbita riqueza de su hermano, Matías le preguntó cómo lo había conseguido y Peruko se lo contó.<br />El ambicioso hermano mayor quería tener más aún de lo que ya poseía, y decidió ir a escuchar a las brujas un viernes a medianoche. Fue al puente, se escondió debajo y esperó. No tardaron en aparecer las tres mujeres diciendo:<br />—Ez garela, bai garela, hamalau mila hemen garela (Que no somos, que sí somos, catorce mil aquí estamos).<br />Pero esta vez no saltaban ni se reían.<br />—¡Mari Petronil!<br />—¿Sí, Mari Kattalin?<br />—¡Mari Fermina!<br />—¿Sí, Mari Kattalin?<br />—El otro día nos oyeron, y hoy también nos están escuchando —dijo la más vieja.<br />Las tres se pusieron a buscar, encontraron a Matías debajo del puente y le dieron una paliza de la que tardó mucho tiempo en recuperarse.<br />
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La palabra vasca “akelarre” (prado del macho cabrío) ha sido adoptada por otros idiomas para designar el lugar de reunión de brujas y brujos. En Euskal Herria existen varios lugares designados con este nombre; pero, sin lugar a dudas, el más famoso de todos es el Akelarre de Zugarramurdi, en Nafarroa, que se encuentra delante de la entrada de una cueva llamada Akelarren‐lezea, donde, según creencia popular, se reunían los brujos para adorar al diablo en figura de aker, a quien adoraban en las noches de los lunes, miércoles y viernes. Los reunidos bailaban y ofrendaban al diablo panes, huevos y dinero.<br />En realidad, aquellos “brujos” eran personas que continuaban venerando las antiguas creencias de los vascones y trataban de mantener vivos viejos ritos y costumbres.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-39527749494383543542012-06-24T18:48:00.000+02:002012-06-24T18:48:08.309+02:00EL FORZUDO DE ARBURO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-VcmBFSyMgTc/T-dDdok-juI/AAAAAAAAA4M/Hwb7jpxGW_0/s1600/fo11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://4.bp.blogspot.com/-VcmBFSyMgTc/T-dDdok-juI/AAAAAAAAA4M/Hwb7jpxGW_0/s200/fo11111.JPG" width="151" /></a></div>
Arburo, Araba<br />
Hace más de dos mil años los romanos invadieron la Península Ibérica. Fueron conquistando todas las tierras que encontraron en su camino y derrotando a los pueblos que se oponían a la invasión. Pero al llegar a las actuales Araba y Nafarroa se dieron cuenta de que la conquista no les iba a resultar nada fácil. Aunque al principio la resistencia era poca, dado que las zonas son llanas, a medida que avanzaban iban encontrándose con una oposición cada vez más grande.<br />
<a name='more'></a>Los vascos siempre han sido gentes independientes que no han hecho guerras de<br />conquista, pero que tampoco han dudado en defenderse cuando otros han intentado someterlos. Tampoco tenían un ejército de soldados bien entrenados, ni armas y, desde luego, eran muchos menos que los romanos. Sin embargo, manejaban bien la espada corta y una lanza pequeña, la azkona, y habían desarrollado una forma de lucha llamada “guerra de guerrillas”, que consistía en no hacer frente al enemigo, sino en atacarlo por sorpresa en lugares y momentos inesperados.<br />Los romanos se vieron sorprendidos por este tipo de lucha con la que, a pesar de ser muy superiores en número, no podían acabar, y esto les costaba tiempo, hombres y dinero, por lo que decidieron hacer un trato con aquellos salvajes, como los llamaban, de largos cabellos y barbas, vestidos con pieles y que, como única protección, llevaban escudos hechos con piel de cabra. Acordaron celebrar dos combates: uno en Euskal Herria y el otro en Roma. Del combate en nuestra tierra no hay noticia, pero sí del otro. Para ir a Roma, los vascos eligieron a los hombres más fuertes y a los mejores luchadores.<br />En el pueblo de Arburu, cerca de Vitoria‐Gasteiz, vivía un campesino que únicamente se ocupaba de sus tierras y animales. Era un hombre colosal. El hombre más alto le llegaba al codo. Era tan fuerte como grande, y él solo podía hacer el trabajo de cuatro bueyes tirando del arado. No tenía familia, y nadie sabía de dónde venía, por lo que sus vecinos estaban convencidos de que era un gentil, un gigante pagano llegado de las montañas; pero como era discreto y colaboraba en las tareas del pueblo, todos lo querían y respetaban.<br />La existencia de este gigante llegó a oídos de los jefes vascos que estaban preparando el viaje a Roma. Fueron a verlo para pedirle que se uniera el resto de los luchadores, pero el Forzudo de Arburu se negó.<br />—Yo no soy un soldado —les dijo.<br />De nada valieron las razones que le dieron los jefes. Él insistía en que era un labrador y no un soldado. Desalentados, los jefes se marcharon.<br />Aquella noche, el Forzudo de Arburu durmió mal, y tuvo un sueño extraño. Vio que las espigas de trigo empezaban a brotar en su campo. En eso, llegaba una bandada de cuervos y empezaban a picotear y a destrozar las espigas. Él salía de la casa e intentaba ahuyentar a los pájaros, pero cada vez llegaban más y más. Entonces veía a lo lejos a los jefes vascos e iba corriendo a pedirles ayuda, pero los jefes le contestaban:<br />—Nosotros no somos labradores, ¡arréglatelas como puedas!<br />El hombre se despertó sudoroso.<br />—Ellos me necesitan y yo les necesito a ellos —pensó; y, sin más, dejó su casa y fue a unirse a los luchadores.<br />En Roma, los vascos fueron tratados con cortesía, aunque su aspecto feroz fue motivo de comentarios y asombro por parte de los finos romanos.<br />Llegó el día del combate. El gran Coliseo estaba lleno hasta los topes. Salieron a la arena cincuenta vascos y cincuenta romanos. Los vascos, con sus espadas cortas y sus escudos de piel de cabra; los romanos, con corazas, cascos y las mejoras armas del Imperio.<br />Los hombres lucharon a muerte, pero el coraje de los vascos no podía hacer nada ante las armaduras romanas e iban cayendo uno a uno, entre el griterío de los espectadores romanos que animaban a sus soldados. Todo el mundo estaba seguro de la victoria romana, cuando el Forzudo de Arburu gritó:<br />—Sabelean!!! (“¡Al vientre!”).<br />En pocos minutos, el combate tomó un aspecto totalmente distinto. Los vascos atacaban a los romanos al vientre, justo debajo de la coraza, que sólo les cubría el pecho.<br />Poco después, los cincuenta romanos yacían muertos sobre la arena. Tampoco quedaban muchos vascos, pero habían ganado el combate. Sin embargo, el jefe romano exigió una nueva prueba.<br />—Ganaréis si el más fuerte de entre vosotros vence al hombre más fuerte de Roma — dijo.<br />Los vascos estaban cansados y heridos, pero tuvieron que aceptar y eligieron al Forzudo de Arburu para enfrentarse a un romano tan grande y fuerte como él. Ninguno de los dos tenía armas, así que luchaban sólo con las manos. Pero el romano se había untado de grasa todo el cuerpo y cada vez que el Forzudo de Arburu intentaba agarrarlo, el otro se escurría con facilidad, hasta que el vasco le metió el dedo en el culo, lo hizo girar sobre su cabeza y lo lanzó directamente contra los espectadores,<br />Los romanos aceptaron la derrota, y durante mucho años la paz reinó en nuestras tierras, y tanto vascos cómo romanos cumplieron el pacto.<br />El Forzudo de Arburu regresó a su caserío y allí vivió hasta que cumplió los 110 años. Nunca más peleó, pero fue recordado como el hombre más fuerte y valeroso de Euskal Herria.<br />
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En la época en que los romanos invadieron la Península Ibérica hubo varios reductos a los que no pudieron o no quisieron someter, entre ellos la zona montañosa de Euskal Herria. No vamos a entrar en las razones históricas, pero sí diremos que vascos y romanos llegaron a un acuerdo por el cual a estos últimos se les permitió construir varias calzadas de paso hacia las Galias (Francia) y a los puertos del Cantábrico.<br />La siguiente leyenda me la contó mi padre, Patxi Lezea, gran amante de la tradición oral vasca.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-80264524782604707612012-06-23T17:48:00.000+02:002012-06-23T17:48:14.149+02:00LA EDAD DEL DIABLO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-ibhPoSyj178/T-XkiihKgOI/AAAAAAAAA4A/wi09odOqOks/s1600/di11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://3.bp.blogspot.com/-ibhPoSyj178/T-XkiihKgOI/AAAAAAAAA4A/wi09odOqOks/s200/di11111.JPG" width="166" /></a></div>
Esto ocurrió en Manaría, un pueblo de Bizkaia. En un momento de necesidad, un hombre vendió su alma al diablo y firmó un contrato por un plazo de cinco años. Pasado ese tiempo, y cerca ya la fecha fatal, se le apareció el diablo.<br />—Vengo a recordarte lo que me debes —le dijo el diablo—. Pero quiero ser generoso, para que luego no digan por ahí que soy tan malo. Si aciertas los años que tengo, te dejaré libre; de lo contrario, nunca más volverás a ver a los tuyos.<br />
<a name='more'></a>El pobre hombre, desesperado y aterrado, empezó a pensar en cuál podría ser la edad del diablo.<br />—De uno a un millón, cualquier número puede ser... Fue entonces a consultar a sabios, doctores y magos. Preguntó a los más reputados sacerdotes, a las personas con fama de brujas, a los contadores oficiales de edades... ¡Nada! Nadie tenía ni la menor idea de la edad del diablo.<br />Ya sólo quedaban un par de días para que se cumpliera el plazo cuando el hombre se topó con una viejecita muy vieja.<br />—Muchacho —le dijo la anciana a pesar de que el hombre tenía ya unos cuantos años—, te veo con mala cara. ¿No quieres contarme lo que te ocurre?<br />—¡Ay, señora! —se lamentó el hombre—. Hace algún tiempo andaba yo falto de dinero y se me apareció el diablo, quien me ofreció una hermosa cantidad de monedas a cambio de mi alma. Aunque entonces lo más importante para mí fuera pagar las deudas, ahora ya no pienso igual.<br />—Así que le has vendido tu alma al diablo, ¿eh? —replicó la vieja—. ¿Y cuándo finaliza el plazo?<br />—¡Ay, señora! —el hombre estaba a punto de echarse a llorar—. Pasado mañana vendrá a buscarme, y sólo podré salvarme si le digo la edad que tiene, pero..., ¡he preguntado a todo el mundo, y nadie lo sabe!<br />La viejecita muy vieja se echó a reír.<br />—¡Bah! ¡No te preocupes! —dijo—. ¡Vete a tu casa y deja que yo me encargue de este asunto!<br />La mujer se encaminó a la cueva donde vivía Txerren, el diablo, y poniéndose de espaldas a la entrada, se arremangó las faldas dejando el culo al aire y, doblándose, asomó la cara por entre las piernas abiertas.<br />—¡Txerren! ¡Txerren! —llamó—. ¿Dónde estás?<br />Al oír su nombre, el diablo asomó la cabeza por la cueva y se encontró con el asombroso espectáculo de ver una cabeza debajo de un culo, lo que le provocó tanta risa que a punto estuvo de asfixiarse.<br />—¡Nunca había visto nada parecido en mis dos mil y un años de vida! —exclamó. La viejecita muy vieja corrió a contárselo al hombre deudor del diablo.<br />Cumplido el plazo, Txerren se presentó ante el hombre.<br />—Bien, bien... Vengo a cobrar mi deuda. Pero, antes, quiero ver si sabes aprovechar la oportunidad que te di. Respóndeme, ¿cuántos años tengo exactamente? —le preguntó con una sonrisa, convencido de que no lo adivinaría.<br />—Tienes exactamente dos mil y un años, ni uno más, ni uno menos —respondió el hombre.<br />—No sé cómo lo has adivinado, pero eres libre —dijo el diablo sin poder ocultar su asombro, y desapareció.<br />El hombre vivió aún muchos años, y tuvo buen cuidado de no volver a hacer negocios con el diablo nunca más.<br />
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Dentro de la literatura oral vasca no podía faltar el cuento en el que el personaje vende su alma al diablo, ya sea por dinero, ya sea por culpa de un amor imposible. Existen también varios cuentos en los que, a cambio de un hijo muy deseado, se le ofrece ese mismo hijo al diablo, y otros en los que el diablo pide, a cambio de algún favor o enseñanza, que el deudor resuelva una adivinanza.<br />Sin embargo, la inteligencia humana siempre vence a la diabólica, tal y como se puede apreciar en el siguiente relato, recogido por R. Mª de Azkue.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-37584187121295573722012-06-20T12:07:00.001+02:002012-06-20T12:07:54.782+02:00LA PRINCESA TRISTE<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-ChN7OSexCwI/T-GgISMVQZI/AAAAAAAAA30/7JSxGmaCF4I/s1600/pi11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-ChN7OSexCwI/T-GgISMVQZI/AAAAAAAAA30/7JSxGmaCF4I/s200/pi11111.JPG" width="161" /></a></div>
Zuberoa<br />
Una vez, la hija del rey estaba enferma, y nada ni nadie podía curarla. La princesa sufría la enfermedad de la melancolía, y no podía reír. Su padre había llamado a todos los médicos, magos y curanderos del país, pero ninguno había conseguido el remedio y, como suele suceder en estos casos, el rey ofreció a su hija en matrimonio al hombre que pudiese hacerla reír.<br />
<a name='more'></a>No lejos del castillo vivían tres hermanos más pobres que las ratas y que, al conocer la oferta del rey, decidieron probar fortuna. El mayor cogió un cesto de hermosas manzanas rojas; el segundo, un ramo de las flores más bonitas que encontró, y el más joven, Juanikot, no cogió nada.<br />En el camino se encontraron con una vieja que había caído en una trampa para brujas, que les gritó:<br />—¡Ayudadme! ¡Ayudadme a salir de aquí!<br />Los dos hermanos mayores ni se molestaron en mirarla y continuaron su camino. Sin embargo, el más pequeño se apresuró a ayudarla y la sacó del agujero.<br />—Gracias, muchacho —le dijo la bruja, agradecida—. Me gustaría recompensarte. ¿Deseas hacer fortuna?<br />—¡Claro que sí! —respondió él—. Con esa intención voy al palacio del rey.<br />De no se sabe dónde, la vieja bruja sacó un corderito todo negro.<br />—Ten —le dijo a Juanikot, al tiempo que le ponía el corderito en los brazos—. Sujétalo bien y no lo sueltes por nada del mundo. Este animalito hará tu fortuna.<br />Al llegar a la ciudad, el muchacho buscó alojamiento, pero las posadas y los albergues estaban llenos de jóvenes que esperaban conseguir la mano de la princesa.<br />Finalmente, alguien le dijo que fuera a la casa del cura, que allí le darían una cama para pasar la noche.<br />En efecto, en casa del cura fue bien recibido e, incluso, le ofrecieron el establo para que dejase el corderito en él, pero el joven, ante la sorpresa del cura, contestó que él siempre dormía con el animal, y no dio más explicaciones.<br />Al amanecer, el cura —que no había podido dormir de curiosidad en toda la noche— entró en el cuarto del joven y, queriendo examinar el cordero, lo cogió por una oreja; en ese mismo instante, se quedó pegado a él. El cordero empezó a balar y despertó a Juanikot, mientras el cura intentaba despegarse del animal, sin conseguirlo.<br />Asustado, el cura llamó a su sirvienta, que fue corriendo a ver qué era todo aquel escándalo, con tan mala fortuna que se le enganchó el camisón a un clavo y se le hizo un desgarrón, dejándole el culo al aire. Al intentar separar a su amo del cordero, la sirvienta agarró la otra oreja del animal, y también ella se quedó pegada a él.<br />
Tirando cada uno para su lado, salieron a la calle. Al pasar por la huerta, la sirvienta cogió una hoja de berza para taparse el culo, y corriendo y gritando se encaminaron al castillo.<br />Pasaron por delante de tres cabras que, al ver la enorme hoja de berza en el culo de la sirvienta, acercaron el morro, y también ellas se quedaron pegadas.<br />El panadero estaba abriendo la panadería cuando el cortejo llegó a la plaza.<br />—¡Ayúdanos! —le gritaron.<br />Pero al intentar separarlos, también el panadero se quedó pegado. Pasaron por delante de una herrería, donde el herrero estaba calentando la forja.<br />—¡Tú eres un hombre fuerte! —le dijeron—. ¡Ayúdanos!<br />El herrero corrió a separarlos, y él también se quedó pegado al panadero. Al pasar por delante de una casa, dos mujeres hablaban mientras barrían el portal. Al ver semejante espectáculo, las dos se echaron a reír.<br />—¡En vez de reíros, mejor sería que nos echarais una mano! —les gritó la sirvienta del cura.<br />Las mujeres intentaron separarlos con ayuda de las escobas, pero éstas se quedaron pegadas, al igual que ellas.<br />En una esquina se encontraba un ciego con su perro, que, al ver el cortejo que iba dando tumbos entre gritos y lloros, se puso a ladrar y mordió en la pierna a una de las mujeres, quedándose inmediatamente pegado y, de rebote, su amo, el ciego.<br />Y así llegaron delante del castillo.<br />Aunque todavía era temprano, la princesa ya se había levantado y estaba apoyada en la ventana, más triste que nunca. De pronto, vio llegar al joven con el cordero, el cura, la sirvienta, la hoja de berza, las cabras, el panadero, el herrero, las dos mujeres, el perro, el ciego... Al verlos a todos unidos, corriendo y gritando, la princesa empezó a reír con tanta fuerza que despertó a todos los habitantes del castillo.<br />El rey se puso muy contento al ver reír a su hija, pero pronto comenzó a preocuparse, pues la joven reía como una loca y estaba a punto de asfixiarse, mientras, afuera, el cortejo maldito no dejaba de dar vueltas y de gritar. El rey llamó a sus soldados y les ordenó que los matasen a todos antes de que su hija se muriese de risa.<br />Ya iban los soldados a ejecutar la orden, cuando Juanikot se detuvo en seco y, tras él, todos los demás, quedando sueltos al instante. Después el joven gritó:<br />—¡Ya está bien!<br />Y el cordero se puso a balar, la princesa dejó de reírse y quedó curada. El rey cumplió su promesa y los dos jóvenes se casaron y vivieron felices.<br />
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Según expone J. M. de Barandiaran en su «El mundo en la mente popular vasca», la brujería es una manifestación del espíritu popular que supone a ciertas personas dotadas de propiedades extraordinarias debido a su ciencia mágica o a su comunicación con potencias infernales.<br />Una vez, varias costureras comenzaron a discutir sobre si las brujas existían o no. Todas opinaban que sí, que las brujas existían..., todas menos una, que se rió de las demás por creer en aquellas cosas. Después del trabajo, volvía la incrédula a su casa cuando le salió al paso un grupo de brujas diciendo:<br />—Ez garela, baina bagaitun: Maripetralin ez, beste guztiak hemen gaitun (Que no somos, pero sí somos: aquí estamos todas menos Maripetralin).<br />Cada una de las brujas le arrancó un pelo de la cabeza y, entre todas, la dejaron calva, y así pudo comprobar por sí misma cuántas brujas había.<br />El siguiente es un cuento recogido por Jean Barbier en 1928, y le fue narrado por un pastor suletino.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-77870491532488451042012-06-17T20:56:00.000+02:002012-06-17T20:56:37.740+02:00LAS TRES OLAS<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-f329dUDn0Kk/T94nU0d66cI/AAAAAAAAA3o/jlupN31r6xg/s1600/ol1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-f329dUDn0Kk/T94nU0d66cI/AAAAAAAAA3o/jlupN31r6xg/s200/ol1111.JPG" width="151" /></a></div>
Cuento dedicado a <a href="http://www.visualships.com/" target="_blank">Visualships</a> y a Carlos Poveda por su desinteresada difusión del mundo marítimo.<br />
Bermeo, Bizkaia <br />
En Bermeo vivía una bruja que siempre quería quedarse con lo que no era suyo.<br />Un día, Matxin, un pescador, volvía de la pesca y traía consigo una hermosa cesta llena de anchoas que aún coleaban. La bruja le salió al encuentro.<br />—Hola, Matxin —le saludó—, buena pesca traes hoy...<br />—Sí, no esta mal del todo. La faena ha sido dura, pero el resultado ha sido bueno — dijo el pescador.<br />
<a name='more'></a><br />Ya iba a marcharse, pues no le gustaba que lo viesen hablando con la bruja, cuando ésta le dijo:<br />—¡Oye! ¿Porqué no me regalas esas anchoas?<br />—Pero, ¿qué dices? —respondió Matxin muy enfadado—. ¡Estás loca! ¡Aparta de mi camino, vieja desdentada!<br />Diciendo esto, el joven la apartó de un empujón y continuó su camino. La bruja no podía ocultar su rabia.<br />—¡Maldito seas, Matxin! ¡Me las pagarás! ¡Me las pagarás! —gritó, levantando el puño.<br />Después, la bruja fue en busca de su hija y de una amiga, también brujas las dos.<br />—¡Oídme bien! —les dijo—. Matxin, el pescador, no ha querido darme su cesta de anchoas. Además, me ha llamado vieja desdentada, ¡y eso no se lo perdono! Mañana, cuando salga a la mar, lo estaremos esperando. Nos convertiremos en tres olas gigantes.<br />La primera le preocupará, la segunda le asustará y la tercera..., ¡la tercera le hundirá!<br />Y las tres se dirigieron a la playa.<br />Nada hubiese podido salvar al pobre Matxin si Takio, un chaval vecino del pescador, no lo hubiese oído todo y hubiese ido a contárselo a su amigo. Matxin se quedó un poco preocupado, no era buena noticia estar a malas con una bruja tan poderosa que podía convertirse en ola... A pesar de todo, decidió salir a la mar y prepararse para el ataque.<br />Al día siguiente, como de costumbre, preparó las redes y salió a navegar acompañado por el joven Takio, que había insistido en ir con él.<br />Llevaban navegando un buen rato cuando vieron venir hacia ellos una enorme ola.<br />—¡He aquí la primera! —exclamó Matxin.<br />La ola llegó y levantó la barca muy alto, muy alto.<br />Al poco, apareció la segunda ola.<br />—¡He aquí la segunda! —gritó Matxin—. ¡Agárrate bien, Takio, que ésta nos va a hacer bailar!<br />En efecto, la segunda ola era aún más grande que la primera e hizo inclinarse la barca hacia la derecha y luego hacia la izquierda, de tal forma que parecía que iba a zozobrar en cualquier momento. Pero también pasó la segunda ola.<br />
Finalmente, vieron, a lo lejos, la tercera ola. Era enorme, mucho más grande que las anteriores, negra y amenazadora.<br />—¡Y aquí está la tercera! ¡Prepárate, Matxin —se dijo el pescador a sí mismo—, porque, si te equivocas, estarás perdido!<br />Matxin asió un arpón y se preparó para la embestida. Cuando todo indicaba que la enorme ola iba a tragarse la barca y a sus ocupantes, el pescador lanzó con todas sus fuerzas el arpón al corazón de la ola, al centro. Se oyó un grito terrible, la ola se volvió roja y desapareció sin llegar a zarandear la barca.<br />Matxin y Takio se abrazaron con alegría y regresaron a puerto, sin haber pescado nada pero contentos de estar sanos y salvos.<br />Al día siguiente, todos se preguntaban qué es lo que le habría pasado a aquella mujer tan rara, con fama de bruja, que había desaparecido y cuya toquilla había sido encontrada en la playa. Nadie se atrevió a preguntarles nada a la hija y a la amiga que, vestidas de negro, no hacían más que llorar a la orilla del mar.<br />Por eso, los marineros de Bermeo siempre recuerdan esta historia, y llaman a las tres olas que siempre aparecen juntas “las tres Marías”.<br />
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Según recoge R. Mª de Azkue en su «Euskalerriaren Yakintza», los pescadores vascos nunca mencionan a las brujas con el nombre de sorgin mientras navegan, sino que las llaman “pendulen kontrakoak”, (enemigas de las olas). Hasta hace muy poco, las mujeres de los pescadores no relataban cuentos de brujas mientras sus maridos estaban en el mar porque, si así lo hacían, no había pesca.<br />J. M. de Barandiaran recogió varias versiones de la siguiente narración.<br />Unknownnoreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-4632429808650805812012-06-16T15:57:00.000+02:002012-06-17T20:48:02.793+02:00LA LAMIA GOLOSA<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-hMF0XCvMAO8/T9yQALxm5pI/AAAAAAAAA3c/FIDOuD-lXKI/s1600/la111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://2.bp.blogspot.com/-hMF0XCvMAO8/T9yQALxm5pI/AAAAAAAAA3c/FIDOuD-lXKI/s200/la111.JPG" width="143" /></a></div>
En un caserío de Lakarri, en Zuberoa, vivía un matrimonio de cierta edad. El marido se iba a la cama temprano, mientras que la mujer se quedaba hasta más tarde hilando firufiru.<br />
Pero, desde hacía algún tiempo, todas las noches, a la misma hora, una mujer<br />
pequeña y peluda bajaba por la chimenea y no se iba hasta que hubiera terminado los restos de la cena. En cuanto aparecía, la extraña mujer decía:<br />
<a name='more'></a>—Txitxi ta papa, papa bustia? (Carne y pan, ¿el pan untado?).<br />
Y la etxekoandre calentaba la grasa sobrante de la sartén y se la daba a la desconocida, que se la comía con grandes muestras de alegría.<br />
Así transcurrieron algunas semanas, hasta que la casera, al ver que la extraña mujer seguía apareciendo noche tras noche, le contó a su marido lo que ocurría.<br />
—¿Y tú le das de comer todas las noches? —le preguntó el hombre.<br />
—¡Claro! ¿Qué voy a hacer, si no?<br />
—Bueno, esta noche me quedaré yo en tu lugar, y veremos si se trata de una bruja o de una lamia —dijo entonces el marido—. Me pondré tu chal y tu pañuelo de cabeza, y así creerá que yo soy tú.<br />
Llegada la noche, el casero se puso a hilar en el lugar de su mujer. A la misma hora de siempre oyó un gran ruido en la chimenea, y poco después apareció la desconocida.<br />
—Txitxi ta papa, papa bustia?—preguntó como de costumbre.<br />
El hombre hizo como si no la escuchara y continuó hilando firu‐firu con gran energía.<br />
—Esta noche trabajas con muchos ánimos... —le dijo la mujer peluda.<br />
—Sí —respondió él—; ayer frin‐frin, firun‐firun y hoy fran‐fran, furdulu‐furdulu...<br />
Y el hombre prosiguió su trabajo, mientras la miraba por el rabillo del ojo. Nada más verla se había dado cuenta de que se trataba de una lamia, y que era necesario echarla de allí cuanto antes. La lamia lo observaba con mucha atención.<br />
—Hoy pareces distinta, etxekoandre. ¿Cómo te llamas? —preguntó al cabo de un rato.<br />
—Yoamímisma —respondió el hombre.<br />
—¿Yoamímisma? Extraño nombre... y... txitxi ta papa, papa bustia?<br />
El hombre se levantó y puso a calentar la sartén llena de grasa mientras la lamia, loca de contento, daba saltos a su alrededor, diciendo:<br />
—Txitxi ta papa! Papa bustia!<br />
Cuando la sartén estaba al rojo vivo y la grasa hervía, el hombre la cogió por el mango y le tiró el contenido en plena cara. La lamia dio un gran grito y desapareció chimenea arriba. Una vez fuera de la casa comenzó a llamar a sus compañeras, que llegaron a cientos desde todos los lugares de Iparralde y que, al verla en tal mal estado, le preguntaron:<br />
—¿Qué te ocurre? ¿Qué tienes? ¿Quién te ha hecho eso?<br />
—¡Yoamímisma! ¡Yoamímisma! —respondió la desafortunada lamia.<br />
Sus compañeras se miraron sorprendidas y algo enfadadas.<br />
—Pues si te lo has hecho tú a ti misma, ¡aguántate y no nos molestes!<br />
Y en el mismo instante, las lamias desaparecieron en la noche. La golosa salió bien escarmentada y nunca más volvió a molestar a nadie pidiéndole papa bustia.<br />
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De nuevo nos encontramos con una leyenda de lamias, a las que tan aficionados son los habitantes de Iparralde. Esta vez es una lamia pequeña y peluda. A pesar de que, según la tradición, las lamias son inmensamente ricas, tienen peines de oro y tesoros fabulosos, guardan los secretos de las construcciones de piedra y sus poderes son extraordinarios, necesitan la ayuda de los humanos para dar a luz o morir, y son capaces de arriesgarse por los restos de una pobre cena de campesinos.<br />La siguiente leyenda fue recogida, aunque en diferentes versiones, por J. M. de Barandiaran y Jean Barbier, y presenta ciertas similitudes con la leyenda «El hombre y el gato», aunque únicamente en la primera parte de la narración.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-24553587628933655202012-06-11T12:53:00.000+02:002012-06-11T12:53:08.204+02:00ZIRIPOT<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-YODBkN38gqM/T9XNNN931UI/AAAAAAAAA3Q/nB5pJL5ILGw/s1600/zi1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://3.bp.blogspot.com/-YODBkN38gqM/T9XNNN931UI/AAAAAAAAA3Q/nB5pJL5ILGw/s200/zi1111.JPG" width="138" /></a></div>
Hace tiempo vivía en el pueblo de Lantz, en Nafarroa, un personaje muy popular al que llamaban Ziripot. Era un hombre grande y gordo que casi no podía andar ni tampoco trabajar, así que, para ganarse la vida, contaba viejas historias o cuentos y sus vecinos, quienes, a cambio, le regalaban comida.<br />
<a name='more'></a>—¡Mira, mira, Ziripot, lo que te traemos hoy! Y le enseñaban una cesta llena de verduras, frutas y algún que otro pollo.<br />—¡Cuéntanos un cuento!<br />—¡Que sea divertido!<br />—¡No, no! Hoy queremos una historia de amor.<br />—¡Bah! Mejor una batalla.<br />Y así pasaron los meses y los años hasta que, de pronto, un día apareció en Lantz un gigante llamado Miel‐Otxin. Era feroz y malvado, abusaba de las gentes y les robaba todo lo que tenían. Con él iba una criatura extraña, mitad hombre y mitad caballo, cuyo nombre era Zaldiko.<br />Los dos se establecieron en Lantz y exigieron que el pueblo se sometiera a su voluntad. Todos los días, Miel‐Otxin y Zaldiko se situaban en medio de la plaza, los herreros ponían herraduras nuevas en las patas del centauro y los habitantes del lugar, atemorizados, desfilaban uno por uno delante del gigante y su ayudante, depositando a sus pies todo cuanto poseían.<br />Sólo Ziripot no podía llevar nada, porque nada tenía.<br />—¡Eh! ¡Tú! ¡El gordo! ¡Ven aquí!—gritó Zaldiko. Pesada y lentamente, Ziripot se acercó.<br />—¿Por qué no traes nada? —le preguntó el hombre‐caballo, haciendo restallar su látigo.<br />—No tengo nada —fue su respuesta.<br />Furioso, Zaldiko se abalanzó sobre él y lo golpeó con rabia una y otra vez, hasta que el pobre Ziripot cayó a tierra. Intentó levantarse pero no pudo, debido a su enorme peso.<br />
Unos cuantos vecinos intentaron ayudarle, pero Zaldiko, con su látigo, no les dejó acercarse. Se hizo de noche, la plaza quedó desierta y el gordo Ziripot quedó en medio de ella sin poder moverse.<br />Ya pensaba en que tendría que quedarse allí cuando, de entre las sombras, fueron apareciendo los vecinos, que sigilosamente le ayudaron a levantarse y lo llevaron a su casa.<br />—¡Esto no puede seguir así! —dijo uno.<br />—¡Nos van a dejar sin nada! —añadió otro.<br />—¡Hay que encontrar una solución! —exclamó un tercero, y todos quedaron en silencio.<br />—Una vez —comenzó diciendo Ziripot—, una gran piedra cayó rodando desde el monte y fue a parar delante de un caserío, tapando la entrada. El dueño intentó, desde dentro, mover la piedra, pero era muy pesada y no pudo. Salió por la ventana e intentó moverla desde fuera, pero tampoco pudo, pues la piedra seguía siendo igual de pesada. Pasó muchos días pensando en cómo solucionar su problema, hasta que se le ocurrió pedir ayuda. Llamó a sus vecinos y entre todos quitaron la piedra.<br />Los vecinos se miraron unos a otros, cogieron todo lo que encontraron a mano: estacas, azadas, layas, horcas..., y fueron en busca de Miel‐Otxin y de Zaldiko. Este último pudo escapar gracias a sus patas de caballo, que corrían velozmente, pero el gigante fue capturado. Los vecinos lo condenaron en juicio público, lo ahorcaron y quemaron sus restos en la plaza.<br />Lantz recobró la tranquilidad y Ziripot siguió contando cuentos y leyendas hasta el fin de sus días.<br />
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El carnaval de Lantz es muy famoso por su originalidad, por su colorido y por todo lo que de misterioso y ancestral encierran sus personajes, representados por los mozos de este pueblo navarro.<br />
Miel‐Otxin es un muñeco de paja provisto de una máscara y un gorro alto en punta, que está cubierto de papeles de colores. Es llevado en hombros por uno de los mozos.<br />Zaldiko es representado por un mozo con un armazón sujeto a la cintura en el que se representan una cola y una cabeza de caballo. Lleva una gorra de paja y la cara tiznada.<br />Los txatxoak son mozos vestidos con trajes y telas de colores vistosos y gorros de paja o acabados en punta. Llevan la cara tapada y escobas o palos en las manos.<br />Los perratzaileak van totalmente cubiertos con tela de saco y llevan un caldero con brasas para herrara Zaldiko.<br />Ziripot es un mozo vestido con un saco grande relleno de paja. Lleva la cara tapada con un pañuelo y apenas puede andar.<br />La siguiente narración se basa en la interpretación de los personajes del carnaval.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-76567934596919566712012-06-09T11:08:00.000+02:002012-06-09T11:08:16.699+02:00EL BRUJO NOVATO<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://3.bp.blogspot.com/-XP7ojbSfoJ8/T9MRxqD4DRI/AAAAAAAAA3E/2W2INWtrMOw/s1600/br1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://3.bp.blogspot.com/-XP7ojbSfoJ8/T9MRxqD4DRI/AAAAAAAAA3E/2W2INWtrMOw/s200/br1111.JPG" width="145" /></a></div>
En Kortezubi, en Bizkaia, vivían una mujer y su hija con un criado que les ayudaba en las tareas del caserío.<br />Todos los viernes por la noche, las dos mujeres se ponían sus mejores vestidos, se peinaban cuidadosamente y salían de la casa, a la que no volvían hasta bien entrada la madrugada.<br />El criado sentía mucha curiosidad por saber adonde iban; así, un viernes, se ocultó, con la intención de espiar todos sus movimientos.<br />
<a name='more'></a><br />
Creyéndole dormido, madre e hija entraron en la cocina y de debajo del fogón sacaron un pucherito que contenía un ungüento, untándose piernas y brazos con él.<br />—Por encima de las matas y por debajo de los árboles van las brujas al aquelarre —y, dicha la fórmula mágica, desaparecieron.<br />El criado salió de su escondite bastante desconcertado y no menos asustado, pero la curiosidad era más poderosa y, tras coger el ungüento del puchero, se untó bien por todas partes. Cuando llegó el turno de decir las palabras mágicas, se confundió y en lugar de: “Por encima de las matas y por debajo de los árboles...”, dijo: —Por debajo de las matas y por encima de los árboles van las brujas al aquelarre.<br />De modo que fue dando tumbos por entre matas y zarzas y volando de árbol en árbol, llegó a Eperlanda, en Muxika, hecho una piltrafa, lleno de arañazos y moretones. En Eperlanda se encontraban cientos de brujas y brujos a los que, al verlo en tal estado, les produjo mucha risa, y le llamaron sorginberri, es decir, “brujo novato”.<br />Akerbeltz, el diablo en forma de macho cabrío negro, presidía la reunión, y, uno a uno, todos los asistentes se acercaban a él y le besaban el trasero, que era el ritual establecido en tales ocasiones. Cuando le llegó el turno al brujo novato, éste sacó del bolsillo una lezna de coser abarcas bien afilada que siempre llevaba consigo y le pinchó al diablo.<br />—¡Sorginberri, tienes la barba muy dura! ‐exclamó Akerbeltz, dando un respingo. A lo que nuestro hombre respondió:<br />—¡Jesús! ¡Qué culo más negro!<br />No bien acabó de decir estas palabras, todos los allí presentes desaparecieron. Al encontrarse completamente solo, el brujo novato llegó a pensar que había estado soñando. Intentó recordar la fórmula para regresar a casa, equivocándose de nuevo.<br />—Por debajo de las matas y por encima de los árboles vuelven las brujas del aquelarre.<br />Y, de nuevo, por entre matas y zarzas y volando de árbol en árbol, llegó a casa todo magullado. Nada más darse cuenta de que estaba a salvo, recogió sus cosas y salió corriendo sin despedirse de las dos mujeres ni reclamar la paga que se le debía. No paró hasta estar a muchos kilómetros del lugar. ¡Había tenido suficiente con una sola experiencia como brujo novato!<br />
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Casi siempre son las mujeres brujas las protagonistas de las leyendas vascas. Aunque también existen hombres brujos, apenas se les menciona y, cuando esto sucede, también se les denomina con el nombre de sorgin, aunque en algunos casos se les llama intxixuak. En los aquelarres, eran los brujos quienes se encargaban de tocar el tamboril y el txistu para que las brujas bailaran. Para saber si una persona es o no bruja basta con comprobar si tienen lunares en el cuerpo o en el blanco del ojo (lunar conocido como la “marca del sapo”) o si puede doblar el pulgar hacia atrás hasta tocar la muñeca de la misma mano. Sobre la base de pruebas como éstas y otras parecidas muchos vascos fueron perseguidos, encarcelados y ajusticiados por los inquisidores españoles y franceses bajo la acusación de brujería.<br />El siguiente relato ha sido recogido por J. M. de Barandiaran en su «El mundo en la mente popular vasca».<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-44525944480060211952012-06-08T17:45:00.000+02:002012-06-08T17:45:54.789+02:00EL CARBONERO Y LA MUERTE<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-Z8Q970wRZzY/T9IdP7S8lHI/AAAAAAAAA24/zpKAQyt_0GU/s1600/car11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="191" src="http://1.bp.blogspot.com/-Z8Q970wRZzY/T9IdP7S8lHI/AAAAAAAAA24/zpKAQyt_0GU/s200/car11111.JPG" width="200" /></a></div>
Hace mucho, mucho tiempo vivía en Elbatea, en el valle del Baztan, un carbonero tan mísero que apenas si tenía un mendrugo de pan negro que llevarse a la boca. Vivía en el monte, en una chabola que él mismo había construido con ramas y pajas, y pasaba los días soñando con una vida mejor y renegando por su mala fortuna.<br />
<a name='more'></a>Una noche llamaron a su puerta.<br />
—¿Quién es? —preguntó.<br />
—Soy Dios —respondió una voz.<br />
—¿Y qué quieres? —preguntó de nuevo el carbonero.<br />
—Cobijo para esta noche.<br />
El carbonero no se lo pensó dos veces.<br />
—¡Márchate! —gritó muy enfadado—. ¡No te daré cobijo ni hoy ni nunca! No eres justo. A unos les das mucho y a otros, como yo, nos dejas morir de hambre. ¡Vete, te digo! Al poco rato volvieron a llamar a su puerta, y el hombre se sobresaltó.<br />
—¿Será otra vez Dios? —pensó temeroso, y luego preguntó—: ¿Quién es?<br />
—Soy la Muerte —le respondió una voz tenebrosa.<br />
—¿Y qué quieres?<br />
—Cobijo para esta noche.<br />
El carbonero abrió la puerta y se encontró con un personaje vestido de negro, cuya mirada no tenía fin.<br />
—¡Pasa! —le invitó el hombre con una sonrisa—. A ti sí te daré cobijo porque tú eres igual para todos. Lo mismo te llevas al rico que al pobre. Pasa, pasa...<br />
La Muerte entró en la chabola, y juntos compartieron lo poco que el carbonero tenía.<br />
A la mañana siguiente, la Muerte se dispuso a proseguir su camino.<br />
—¿Deseas que haga algo por ti? —preguntó al carbonero antes de despedirse.<br />
—Bueno —respondió éste—, la verdad es que me gustaría vivir un poco mejor, dormir en una cama mullida y no tener que pensar cada día si tendré algo que comer. ¡Esto no es vida!<br />
—Escucha bien —dijo la Muerte fijando en él su mirada sin fin—: cuando entres en la habitación de un enfermo y me veas sentada a la cabecera de la cama, ten por seguro que morirá. Si, por el contrario, me ves a los pies, el enfermo sanará con cualquier cosa que tú le des.<br />
Y la Muerte desapareció sin decir ni media palabra más.<br />
Pocos días después, el carbonero tuvo noticias de que la esposa del rey estaba muy enferma y que éste había prometido grandes riquezas a quien fuera capaz de curarla.<br />
El hombre se presentó en palacio, pero los soldados no quisieron dejarlo pasar. Tanto y tanto insistió que, finalmente, consiguió ver a la reina.<br />
La Muerte se hallaba sentada a los pies de la cama, así pues el carbonero pidió unas cuantas hierbas inofensivas, hizo una tisana que la enferma bebió y enseguida sanó.<br />
El rey colmó de riquezas y poderes a su nuevo médico oficial, lo nombró consejero y le brindó su amistad más sincera. El antiguo carbonero se convirtió en un hombre famoso y respetado, encantado con su nueva vida.<br />
Un día, poco tiempo después, paseando por los jardines de su propio palacio, vio que la Muerte se dirigía hacia él.<br />
—¡Vaya! —exclamó sorprendido—. ¿Cómo tú por aquí?<br />
—Vengo a llevarte conmigo —le respondió la Muerte.<br />
—¡Oh! ¡No me hagas eso! —suplicó el antiguo carbonero—. Me dejaste vivir muchos años en la miseria y ahora, que soy rico, vienes a buscarme...<br />
La Muerte miró al hombre con su mirada sin fin e hizo una mueca que quería ser una sonrisa.<br />
—Tú mismo dijiste que yo era igual para todos, ahora te ha tocado el turno. ¡Ven!<br />
Y la Muerte se llevó al carbonero, porque ella no hace diferencias entre los seres humanos.<br />
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La muerte suele ser protagonista de algunas leyendas, en las que suele adoptar el aspecto de un personaje o de un genio con el que se habla normalmente, como si fuera un ser humano. En un tiempo en el que la media de vida era más corta que la actual y en la que no había preocupación más importante que la muerte, era lógico que las gentes sencillas explicaran ciertos fenómenos luminosos o atmosféricos como señales del Más Allá. De ahí los relatos sobre aparecidos, almas errantes, animales que de hecho eran espíritus que no habían encontrado el descanso, voces, luces, etc.<br />
R. Mª de Azkue recoge en su «Euskalerriaren Yakintza» numerosos ejemplos de prácticas relacionadas con la muerte, de las cuales más de una subsiste aún en nuestros tiempos.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-29676566642898889722012-06-04T17:32:00.000+02:002012-06-04T17:36:29.021+02:00BARATXURI<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-f4zZV-Dn-ZY/T8zUsB3Ow1I/AAAAAAAAA2s/QpK62tqOyCA/s1600/ba11111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="147" src="http://4.bp.blogspot.com/-f4zZV-Dn-ZY/T8zUsB3Ow1I/AAAAAAAAA2s/QpK62tqOyCA/s200/ba11111.JPG" width="200" /></a></div>
Andoain, Gipuzkoa<br />
Hace ya mucho tiempo, en Andoain, en Gipuzkoa, vivían un padre, una madre y una hija. La hija era tan pequeñita que le habían puesto de nombre Baratxuri. Pero era una chica lista y tenía mucha fuerza, por lo que ayudaba a su madre en la casa y a su padre en el trabajo del campo.<br />
<a name='more'></a><br />
Un día, la madre le rogó que llevase la comida al padre, que estaba en una huerta lejana. Como el camino era largo, Baratxuri sacó al asno del establo y se instaló en su oreja. El asno conocía el camino porque lo había recorrido muchas veces, y pronto llegaron a donde estaba el padre.<br />
—¡Vaya! ¿Hoy vienes solo, burrito? —preguntó el hombre al ver al asno.<br />
—¡No! —respondió Baratxuri, asomándose a la oreja del asno—. ¡También vengo yo!<br />
El padre, muy contento de ver a su hija, cogió a la niña y la cesta de la comida y los dos se pusieron a almorzar mientras el asno pastaba.<br />
Después de comer, el padre volvió al trabajo y Baratxuri a casa, escondida en la oreja del asno, tal como lo había hecho a la ida. Al cruzar un bosque por donde tenían que pasar, Baratxuri oyó a unos ladrones que se repartían unas mercancías robadas aquel mismo día en el mercado de Andoain.<br />
—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí—decía el que parecía el jefe.<br />
—¿Y para mí? —preguntó Baratxuri.<br />
Al escuchar su voz, los tres ladrones se asustaron un poco, pero como no vieron a nadie siguieron con el reparto.<br />
—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.<br />
—¿Y para mí? —preguntó de nuevo Baratxuri.<br />
Esta vez los ladrones se levantaron y comenzaron a buscar al intruso que pedía una parte del robo. Sólo vieron al burro, creyeron que la voz que habían escuchado era el eco y continuaron repartiéndose las mercancías.<br />
—Esto para ti, esto otro para ti y esto para mí.<br />
—¿Y para mí? —insistió Baratxuri—. ¿Acaso no pensáis darme mi parte?<br />
Creyendo que eran los duendes del bosque, los ladrones huyeron muy asustados, dejando allí todos los objetos robados.<br />
Baratxuri se bajó de la oreja del burro, cargó en éste el saco y se lo llevó a casa. Al día siguiente acudió con sus padres al mercado de Andoain, contó lo sucedido y devolvió todo lo robado a sus propietarios.<br />
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Baratxuri, Ukabiltxo, Kukubiltxo, Barbantxo..., son diferentes personajes cuyas historias coinciden, y que adoptan alguno de estos nombres según la zona de Euskal Herria en la que se cuenten dichos relatos.<br />
Son niños muy pequeñitos, del tamaño de un puño, pero no son enanos. Sus padres son normales y ellos hacen las labores que hacía cualquier niño en el campo.<br />
J. M. de Barandiaran menciona a todo estos pequeños personajes, y nosotros hemos elegido a Baratxuri por ser la única chica entre todos ellos.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-1078138868548177062012-05-28T14:06:00.000+02:002012-05-28T14:06:42.617+02:00EL REGALO DE LAS LAMIAS<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-pG-LypskW4E/T8NpxvNCVWI/AAAAAAAAA2g/R4O71xmpdMc/s1600/re1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="155" src="http://1.bp.blogspot.com/-pG-LypskW4E/T8NpxvNCVWI/AAAAAAAAA2g/R4O71xmpdMc/s200/re1111.JPG" width="200" /></a></div>
Ultzama, Nafarroa<br />
Las lamias solían pedir, de vez en cuando, algunos favores a los seres humanos, y éstos eran recompensados con generosidad por ellas.<br />Una vez, cerca del pueblecito de Yabar, en la zona de Ultzama, en Nafarroa, una lamia se encontraba a punto de dar a luz, y sus compañeras fueron en busca de la comadrona de la localidad para que la ayudara en el parto. La comadrona se trasladó a la morada de las lamias e hizo su trabajo limpiamente y a satisfacción de las mismas.<br />
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<a name='more'></a>Felices con el resultado, una preciosa pequeña lamia, las lamias la invitaron a comer unos manjares exquisitos a los que la buena mujer no estaba acostumbrada. Todo parecía mejor, más sabroso, incluso el pan era más blanco. No pudiendo resistirse, la comadrona cogió un trozo de pan y se lo guardó en un bolsillo para que su familia también pudiera probarlo.<br />Acabada la comida, las lamias le entregaron una rueca y un huso de oro.<br />—Acepta estos regalos —le dijeron— como agradecimiento por la ayuda que has prestado a nuestra compañera. Con ellos obtendrás un hilo tan fino y a la vez tan fuerte que no tendrá parecido, y podrás crear los tejidos más maravillosos del mundo. Pero también queremos advertirte algo: una vez que hayas salido de esta casa no debes volver la vista atrás ni una sola vez. ¿Has entendido?<br />La comadrona les aseguró que así lo haría e intentó levantarse de la silla para regresar a su casa, pero no pudo. Por mucho que se esforzó, parecía estar pegada al asiento.<br />—¿Has tomado algo de nuestra casa que no te pertenezca? —le preguntaron las lamias.<br />Ella iba negarlo cuando se acordó del pan blanco que tenía en el bolsillo y lo sacó.<br />—Nadie puede salir de aquí llevándose algo que nosotras no le hayamos dado —le informaron las lamias.<br />La comadrona pidió disculpas y se fue presurosa con la rueca y el huso de oro debajo del brazo. Iba a cruzar el puente que separa Laminetxea, la casa de las lamias, del pueblo cuando, olvidándose de las recomendaciones, se le ocurrió mirar hacia atrás y, al instante, desapareció el huso de oro.<br />Agarrando la rueca con fuerza, echó a correr hacia el pueblo. Al llegar, su curiosidad pudo más que su deseo y, cuando ya tenía un pie dentro y otro fuera de la casa, miró de nuevo atrás, y la rueca de oro también desapareció.<br />
Las lamias nunca más volvieron a reclamar sus servicios y, por lo tanto, no tuvo otra oportunidad para recuperar los valiosos regalos.<br />
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Las lamias son personajes muy populares en la mitología vasca. Son una mezcla de hadas y brujas; no son malignas, pero tampoco se debe confiar demasiado en ellas. Aunque el nombre más común es el de lamias, también se les llama laminak, elelamiak, amilamiak, laminakuak...<br />Estos genios tienen forma humana y adoptan, la mayor parte de las veces, el aspecto de hermosas jóvenes de largos cabellos rubios, aunque sus pies son iguales a los de los patos, las gallinas o las cabras, y por eso se sabe que son lamias.<br />Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-45162030836184907282012-05-25T11:52:00.000+02:002012-05-25T11:52:25.618+02:00LA LAMIA ENAMORADA<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://1.bp.blogspot.com/-QeRdmzUCE1s/T79VgRsAdoI/AAAAAAAAA2U/8lpCkXID6YA/s1600/lam1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://1.bp.blogspot.com/-QeRdmzUCE1s/T79VgRsAdoI/AAAAAAAAA2U/8lpCkXID6YA/s200/lam1111.JPG" width="177" /></a></div>
Orozko, Bizkaia <br />
Una vez, un joven pastor de Orozko, en Bizkaia, llamado Antxon, andaba por el monte con su rebaño cuando oyó un canto maravilloso, y quedó tan asombrado que se olvidó de las ovejas y se dirigió hacia el lugar de donde procedía la voz.<br />AI separar unos matorrales vio algo que lo dejó boquiabierto. Sobre una roca enclavada en medio de un río estaba sentada la joven más hermosa que él jamás había visto. Tenía el cabello largo y rubio y se peinaba con un peine de oro mientras cantaba una extraña melodía.<br />
<a name='more'></a> Antxon no podía apartar sus ojos de ella.<br />En eso, la joven dejó de cantar y dirigió su mirada hacia los matorrales. Al ver a Antxon se zambulló en el río. Al poco, sacó la cabeza del agua, por detrás de la roca, se escondió, se asomó..., mientras el muchacho contemplaba, atónito, el juego. Finalmente, no volvió a esconderse y, abriendo sus grandes ojos transparentes, preguntó:<br />—¿Quién eres?<br />El pastor permaneció mudo.<br />—¿Quién eres? —insistió la desconocida.<br />—Antxon, soy Antxon —respondió al fin—. ¿Y tú?<br />La joven se echó a reír y no respondió, zambulléndose de nuevo. El pastor esperó y esperó, pero, al ver que no salía, regresó al pueblo. Durante unos cuantos días no salió de casa, y no podía dejar de pensar en la muchacha del río. Por fin se decidió y otra vez cogió el camino del monte. A medida que se acercaba al lugar, de nuevo escuchó el canto maravilloso, y se sintió feliz.<br />La hermosa joven, al igual que la vez anterior, peinaba sus cabellos rubios sentada encima de la roca. Al ver a Antxon, dejó de cantar y le sonrió.<br />—Buenos días, Antxon —dijo—. Te estaba esperando.<br />—¿A mí? —preguntó el pastor, emocionado.<br />—Sí, a ti. Acércate, acércate.<br />Antxon se aproximó a la orilla, y allí se sentó. Pasaron las horas y ninguno de los dos hablaba, sólo se miraban.<br />—¿Te casarás conmigo? —preguntó la joven cuando el sol comenzaba a ocultarse.<br />—Sí —respondió Antxon.<br />En señal de compromiso, la joven le entregó un anillo, que él se puso en el dedo anular.<br />—Ama, voy a casarme —le dijo Antxon a su madre cuando volvió a casa.<br />—Pero, hijo..., ¿con quién? —preguntó la madre, asombrada, pues no sabía que su hijo tuviese novia.<br />—Con la mujer más hermosa del mundo. Vive arriba del monte, junto al río.<br />—Pero..., ¿quién es? —insistió la madre.<br />—La mujer más hermosa que he visto en mi vida.<br />—¿Cómo se llama? ¿Quiénes son sus padres?<br />—Es la más hermosa... La más hermosa...<br />La madre llegó a la conclusión de que su hijo estaba embrujado. Salió presurosa a la calle, habló con sus vecinos, con la abuela, con el tío, con el cura... Todos la aconsejaron de forma distinta: si es bruja, esto; si es lamia, lo otro; si es extranjera, aquello... Finalmente, el hombre más viejo de Orozko dio también su opinión.<br />—Si es lamia, tendrá los pies de pato —sentenció.<br />La madre regresó a casa e hizo prometer a su hijo que miraría los pies a su novia. Después de mucho insistir, Antxon prometió que así lo haría, que le miraría los pies a su novia, a su hermosísima novia. De pronto, se apoderó de él un gran deseo de verla de nuevo, y echó a correr hacia el monte.<br />
Su enamorada se estaba bañando y jugueteaba con los peces, entraba y salía del agua como un delfín y su risa era como el sonido de mil cascabeles. Se acercó silenciosamente, queriendo darle una sorpresa, pero..., ¡ay! ¡Los pies de su amada no eran como los de todo el mundo!<br />—¿Estaré soñando? —se preguntó, incrédulo.<br />Los pies de la muchacha parecían patas de pato... ¡Definitivamente eran patas de pato! Antxon se quedó paralizado por el estupor, y después regresó al pueblo con el corazón destrozado.<br />Al entrar en casa, la madre, que lo estaba esperando, notó que algo extraño le sucedía.<br />—¿Y qué, hijo? ¿Qué ha pasado? ¿Has visto sus pies? —le preguntó con insistencia.<br />—Son como los pies de los patos —murmuró el joven.<br />—¡Es una lamia! ¡No puedes casarte con ella! ¿Lo oyes? Los humanos no se casan con las lamias.<br />Antxon, presa de una gran tristeza, se metió en la cama y enfermó. La fiebre le hacía delirar, veía el rostro de su amada y oía su voz llamándole: “zatoz, maitea, zatoz” (“ven, querido, ven”).<br />Pero él nunca volvió, porque murió de pena.<br />El día del entierro la lamia acudió a la casa de Antxon, se acercó al lecho, lo cubrió con una sábana de oro y besó sus labios fríos. Siguió al cortejo hasta la iglesia, pero, como todo el mundo sabe, las lamias no pueden entrar en las iglesias, y entonces regresó al monte, llorando por su amor perdido.<br />Tanto y tanto lloró que, en el lugar donde cayeron sus lágrimas brotó un manantial que recuerda para siempre el amor imposible entre la lamia y el pastor.<br />
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Estos hermosos genios que son las lamias peinan sus largos cabellos rubios con un peine de oro a las orillas de los ríos o fuentes de las montañas y enamoran a los pastores que tienen la fortuna, o la desgracia, de contemplarlas. Son siempre amores desgraciados e imposibles. En Euskal Herria existen numerosos vestigios del paso de las lamias, cuya existencia estaba muy arraigada en la creencia popular; de ahí que se dijese: “direnik ez da sinistu behar; ez direnik ez da esan behar”<br />(no hay que creer que existan; no hay que decir que no existen). J. M. de Barandiaran recoge los siguientes topónimos (casi todos en Bizkaia): Laminategi (Mutriku), Lamikiz (Markina), Lamindau (Dima), Laminerreka (Zeberio), Laminapotzu (Zeanuri), Laminarrieta (Bedia), Laminazulo (Anboto), Laminaran (Mundaka), Lamiako (Leioa).<br />La siguiente leyenda fue recogida tanto por J. M. de Barandiaran como por R. Mª de Azkue, y es una de las más hermosas que existen.<br />‐Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-72026764945200901702012-05-23T12:23:00.000+02:002012-05-23T12:24:37.293+02:00EL PUENTE DE LIGI<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://2.bp.blogspot.com/-dkLxCrW9PNA/T7y5d_0m-iI/AAAAAAAAA2I/Wt66tsb5HA8/s1600/pu1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://2.bp.blogspot.com/-dkLxCrW9PNA/T7y5d_0m-iI/AAAAAAAAA2I/Wt66tsb5HA8/s200/pu1111.JPG" width="150" /></a></div>
Ligi, Zuberoa<br />
Hace mucho, mucho tiempo, el señor de Ligi, en Zuberoa, ordenó construir un<br />
puente sobre un pequeño río que atraviesa la localidad. Los canteros vascos tenían fama en el mundo entero por lo bien que trabajaban la piedra, pero esta vez la construcción no fue ninguna maravilla y, antes incluso de estar concluido, el puente se había derrumbado.<br />
De nuevo el señor lo ordenó construir, y una vez más se cayó.<br />
<a name='more'></a><br />
No sabiendo cómo solucionar el problema, el señor de Ligi llamó a los lamiñaku de Lesarantzu y les pidió que construyeran el puente. Los lamiñaku aceptaron encantados, pues era trabajo de su agrado, pero pusieron una condición.<br />
—Construiremos un puente que nunca se caerá, y lo haremos esta misma noche, antes de que cante el gallo al amanecer, pero queremos tu alma como salario por nuestra labor.<br />
—El puente lo necesito urgentemente, y el alma... —pensó el señor de Ligi—. ¡Algo se me ocurrirá antes de que acaben!<br />
Aceptó el trato, y los lamiñaku comenzaron el trabajo. Eran cientos y cientos: unos tallaban las piedras, otros se las pasaban de mano en mano, mientras decían:<br />
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes!<br />
Y otros iban colocando las piedras y formando el arco. No lo hacían desde los pilares hacia el centro, como lo hacen los constructores de puentes, sino de un pilar al otro, como lo hacen los lamiñaku.<br />
Desde la torre de su castillo, el señor de Ligi, un tanto preocupado, contemplaba el avance del trabajo, pues iba más rápido de lo que él pensaba. Los lamiñaku pasaron toda la noche construyendo el puente. Siempre al mismo ritmo, siempre repitiendo las mismas palabras:<br />
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Dámela, Gilen! ¡Aquí estamos once mil Gilenes! Finalmente, sólo quedaba una piedra para colocar y acabar la obra.<br />
—¡Toma, Gilen! ¡Cógela, Gilen! ¡Es la última, Gilen!<br />
Y en el mismo momento en que iban a colocar la última piedra del puente, el señor de Ligi prendió fuego a un montón de paja, y una gran llamarada alumbró el gallinero. Un gallo joven, creyendo que el día lo había pillado dormido, se despertó sobresaltado, y cantó batiendo las alas.<br />
Al oír el canto del gallo, los lamiñaku dejaron caer la piedra en el río y, dando un gran grito, desaparecieron en la oscuridad mientras decían:<br />
—¡Maldito gallo! ¡Maldito gallo de marzo!<br />
Desde entonces falta una piedra en el puente de Ligi y, cuando el agua está tranquila y transparente, puede verse un agujero en uno de los pilares y una gran piedra roja en el fondo del río. Muchas veces han intentado sacarla de allí y colocarla en su sitio, pero nadie, que se sepa, lo ha conseguido hasta ahora.<br />
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En Euskal Herria existen muchas construcciones como puentes, casas, iglesias, castillos..., que, según la leyenda, fueron construidas por brujas, lamias, gentiles, demonios, etc., a petición de personas que las querían o las necesitaban con urgencia y que ofrecían a cambio su alma. La siguiente leyenda trata de este tema, y fue recogida por Barandiaran, Azkue y otros investigadores. Sus protagonistas son los lamiñaku, seres asexuados, pequeños y feos.Unknownnoreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2396947648667881085.post-73880963020611107652012-05-22T15:24:00.000+02:002012-05-22T15:26:12.665+02:00LA MORA DE ZALDIARAN<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="http://4.bp.blogspot.com/-gRL91rSs5fo/T7uMZehBolI/AAAAAAAAA18/Q7o35m7-PfI/s1600/mo1111.JPG" imageanchor="1" style="clear: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="200" src="http://4.bp.blogspot.com/-gRL91rSs5fo/T7uMZehBolI/AAAAAAAAA18/Q7o35m7-PfI/s200/mo1111.JPG" width="153" /></a></div>
Zaldiaran, Araba<br />
Hace muchos siglos había en Zaldiaran, en Araba, una hermosa torre, de la que hoy, desgraciadamente, sólo quedan las ruinas.<br />
Don Pedro, señor de la torre, era respetado y amado por sus gentes debido a su valor y buen hacer en la defensa y administración de las tierras que gobernaba. Estaba casado con doña Assona, y su vida transcurría sin muchos sobresaltos.<br />
<a name='more'></a><br />
Pero, después de un largo período de paz, los navarros musulmanes Banu Qasi, que ocupaban las tierras del Ebro, penetraron en Araba, y el señor de Zaldiaran, al igual que otros muchos, tuvo que disponer a sus hombres para la lucha.<br />
Don Pedro se distinguía por su bravura al entrar en combate contra el enemigo; siempre iba a la cabeza de los suyos y no permitía que otro ocupase su lugar en los momentos de peligro. Pero, un día, durante un combate especialmente duro, un soldado musulmán le atravesó el costado con su lanza y el caballero cayó del caballo sin sentido.<br />
Cuando sus hombres lo vieron en el suelo, cubierto de sangre, creyeron que estaba muerto y emprendieron la retirada. Pronto llegó la mala noticia a la torre de Zaldiaran, y todos lloraron con doña Assona la muerte de tan querido señor.<br />
Pero don Pedro no había muerto. Abrió los ojos e intentó moverse.<br />
—No te muevas, la herida no se ha cerrado —oyó que le decía una voz de mujer.<br />
La que así hablaba era una joven, hermosa como un sueño, que le sonreía mientras pasaba un paño mojado por su frente. El caballero intentó hablar, pero tenía la boca seca.<br />
—No hables. Estás en una fortaleza de los Banu Qasi y temo que tendrás que quedarte aquí durante mucho tiempo.<br />
El señor de Zaldiaran se curó, pero lo mantuvieron como rehén, al igual que a otros caballeros alaveses cogidos prisioneros.<br />
Durante cuatro largos años estuvo don Pedro en aquella fortaleza sin poder comunicarse con los suyos, pero la joven que lo había cuidado, cuyo nombre era Zaida, era tan dulce y tan hermosa que no tardó en enamorarse de ella. De aquellos amores nacieron dos niños, y el caballero llegó a olvidar su casa y su esposa, doña Assona, que, en Zaldiaran, lloraba todavía su pérdida.<br />
Pero, al igual que llegó la guerra, llegó la paz, y los rehenes fueron liberados. Don Pedro sintió una gran necesidad de regresar a su hogar. Partió, pues, no sin antes prometer a su amada que regresaría para buscarlos a ella y a los niños. Zaida lo vio marchar con lágrimas en los ojos desde las almenas de la fortaleza.<br />
El regreso del señor de la torre fue una fiesta. Doña Assona no cabía en sí de felicidad; los parientes y amigos y todas las personas de la torre festejaron durante muchosdías el regreso del que creían muerto.<br />
Don Pedro no volvió a acordarse de su otra mujer, la joven mora, y de los hijos que había dejado en la fortaleza de los Banu Qasi. Abandonó su torre de Zaldiaran y se fue avivir a Gasteiz, donde ocupó un cargo importante al lado del conde de Araba.<br />
Pero Zaida no había olvidado y continuaba esperando el regreso de su enamorado. Esperó y esperó, y pasaron otros cuatro años. Entonces, decidió ir en su busca. Cogió a sus hijos y se encaminó por tierras alavesas hasta llegar a la torre de Zaldiaran, pero allí ya no vivía nadie.<br />
—Ésta es su casa y algún día volverá, y nosotros estaremos aquí esperándole —pensó Zaida, y se sentó a esperarle en los escalones de la entrada.<br />
Pero don Pedro no volvió.<br />
Pasaron los años y los siglos. Un día, una pastora que andaba con su rebaño por los alrededores de las ruinas de la torre vio algo que la dejó asombrada: allí, en los escalones de lo que una vez había sido la entrada principal, estaba sentada una señora, y dos niños jugaban tranquilamente a su lado. Llevaban ropas extrañas y la señora se peinaba sus largos cabellos negros con un peine de oro que brillaba al sol. La pastora se acercó llena de curiosidad, pero, en cuanto la vieron, los tres desaparecieron entre las ruinas. La joven cogió el peine de oro que la extraña dama había perdido en la huida. Llamó, pero nadie le respondió, así que se guardó el peine y fue a recoger el rebaño para volver a casa.<br />
No había andado ni veinte pasos cuando oyó una voz que le decía:<br />
—Dame mi peinedere.<br />
Al girarse, vio que la dama misteriosa le seguía. Sintió miedo y echó a correr, pero la dama también echó a correr, repitiendo sin cesar:<br />
—Dame mi peinedere, dere, dere.<br />
La pastora tiró el peine al suelo y siguió corriendo sin volver la vista atrás. Desde entonces, muchos han sido los que han querido ver a Zaida y a sus hijos, aunque, que se sepa, hasta hoy nadie lo ha conseguido.<br />
--------------<br />
Los peines de oro tienen una gran importancia en las leyendas vascas. Mari se peina con un<br />
peine de oro y también las lamias lo utilizan para peinar sus largos cabellos dorados al borde de las<br />
fuentes y los arroyos. Es menos corriente que el peine de oro lo utilicen las brujas y las humanas,<br />
aunque también se dan estos casos.<br />
La siguiente leyenda nos habla de una mora misteriosa que es, seguramente, resultado de la<br />
larga convivencia entre vascos y musulmanes en las zonas del sur de Euskal Herria. La mención de<br />
esta mora la recoge J. M. de Barandiaran en su libro «El mundo en la mente popular vasca».Unknownnoreply@blogger.com0