Leyenda Séneca
Era
Niño Huérfano un joven cazador de pájaros que había alcanzado gran
nombradía entre las gentes de su poblado y, si es el caso, incluso de
las gentes de los poblados cercanos que se asentaban a lo largo del
curso del Gran Río, en la inmensa llanura rodeada por gigantescos
macizos montañosos cubiertos por frondosos y espesos bosques de verdes y
puntiagudos árboles de hoja perenne, ya que los de ramaje deciduo no
eran capaces de soportar climas tan extremos y rigurosos que hacían que
toda la extensa pradera se cubriera de un grueso manto de nieve y hielo,
que había de ser surcado por las manadas de bisontes en busca de otros
prados más benignos en los que los pastos les resultasen más asequibles
para comer.
Niño Huérfano había alcanzado gran éxito cazando pájaros por todas aquellas majestuosas y frías latitudes.
Un
día el joven cazador de aves salió de su tienda hecha con piel de
búfalo secado al frío riguroso del lugar en busca de pajarillos con los
que distraer su ocio y satisfacer, si no su hambre, sí al menos la de su
desdentada abuela, que se escondía en la penumbra de su cobijo. Llevado
por su afán desmedido, se adentró en uno de los espesos bosques que
rodeaban su poblado sin darse cuenta de que el ahínco que había puesto
en esta singular caza le había sumido en un estado tal que ni el mismo tiempo contara para él. De modo
que Niño Huérfano se encontró, en un momento determinado de su
expedición, en medio de un claro del bosque jadeando, casi extenuado y
con el desconcierto de no saber dónde se hallaba, adonde había llegado
en su obsesiva persecución de las pequeñas aves.
Niño
Huérfano se limpió el sudor de su frente, se detuvo un momento en medio
del calvero y, sintiendo en sus piernas el cansancio propio del denuedo
realizado, se acercó a una enorme piedra redonda que yacía bajo un
grupo de abetos gigantes y se sentó en ella.
Mientras
el joven piel roja descansaba del esfuerzo que hiciera en su cacería,
tomó de su carcaj de piel de marmota una de las flechas, que mellara su
punta en el último tiro que lanzara sobre un diminuto colibrí, y se puso
a repararla.
¿Te cuento historias?
Alguien
hablaba a Niño Huérfano. Éste, sorprendido y receloso por si le
acechaba algún grave peligro y sin saber muy bien lo que le habían
dicho, miró a su alrededor, tomó de su cintura el gran cuchillo plano en
actitud hostil y volvióse a mirar con el ansia de saber que no se
hallaba solo en aquel lugar tan alejado de su tribu.
Niño Huérfano, tomando las prevenciones oportunas, al fin se atrevió a preguntar:
¿Quién me habla? ¿Qué me has dicho?
—se calló un momento durante el cual registró con verdadero anhelo su
alrededor y detrás de los primeros árboles que componían el bosque;
luego volvió a preguntar—: ¿Quién está ahí? ¿Quién eres? —y ordenó, ante
el mutismo que reinaba a su alrededor—: ¡Q
ue salga sea el que sea quien me ha hablado! No sé lo que me has pedido, pero te he oído con claridad.
Quedó
el cazador de aves en alerta por si veía salir de la espesura del
bosque a algún guerrero de cualquiera de las tribus enemigas o algún
hado desconocido y maléfico, uno de aquellos genios que decía el chamán
que salían a las veredas de las montañas para echar sus encantamientos y
hechizos sobre la gente de bien que deambulaba por ellas en paz.
Todo fue silencio en un buen rato. Sólo se escuchaban los trinos de los pájaros que el joven no veía por ningún lado.
¿Te cuento historias?
Se volvió a escuchar la propuesta.
Niño
Huérfano ahora sí estuvo seguro, incluso de lo que había dicho y de
donde había llegado la voz. Venía del propio risco redondo donde se
sentara a descansar.
¡Sal de ahí!, gritóle el cazador de pájaros a alguien que se debía esconder tras la singular roca.
Pero
de allí no surgió nadie. Por eso el muchacho rodeó la gran peña con la
esperanza de encontrar tras ella a alguna persona o ser y quedó desilusionado al comprobar que irremediablemente estaba solo.
La piedra redonda le dijo:
Soy yo.
Niño
Huérfano quedó atónito, sorprendido, sus piernas le forzaban para que
se alejase de allí a todo correr. La piedra le repitió:
Sí, no te asombre, soy yo.
El cazador de aves, extrañado, preguntó:
¿Tú?
Sí, yo. Y te repito la misma propuesta que tanto te extraña: ¿Te cuento historias?, dijo el risco redondo y luego enmudeció.
Niño
Huérfano aún no abandonó su recelo y palpó la dura roca parlante por si
en ella había algún conjuro o algún aojamiento. Cuando comprobó que
aquélla era una piedra como cualquier otra que yacía al borde del
camino, dijo:
¿Qué es eso? ¿Qué significa contar historias?
La piedra volvió a hablar y le informó afablemente:
Contar historias significa simplemente contar lo que ha pasado hace muchísimo tiempo.
En joven cazador de pájaros, lleno de curiosidad y recelo, se acercó algo más a la piedra redonda y le preguntó tímidamente:
¿Puedes contármelas a mí?
Puedo si quiero, repuso
¿Y quieres? ,preguntó de nuevo el muchacho.
La insólita roca le hizo su oferta:
Yo te contaré historias a cambio de los pájaros que tienes.
Niño Huérfano se los dio todos.
La piedra redonda, según lo acordado, contó una historia tras otra sobre el mundo anterior al mundo entonces presente.
A Niño Huérfano le gustaban tanto estas narraciones que todos
los días salía a cazar y, atiborrado de pájaros, se acercaba al calvero
donde descansaba la piedra parlanchina para cambiarle las aves por
nuevas historias fascinantes y antiquísimas.
Un
día acudió a la cita diaria con un niño mayor y poco después se
presentó con dos hombres de su tribu. Todos escucharon embelesados las
magníficas historias que
contaba la piedra redonda. Viendo ésta que sus narraciones eran del
gusto de la gente y que entre todos ellos se había creado una gran fama y
notoriedad, se dirigió a Niño Huérfano y le propuso:
Mañana que venga todo el pueblo en masa. Contaré mis historias para todo aquel que me quiera oír.
El
muchacho asintió asegurándole que se haría como ella deseaba y que el
pueblo en masa se presentaría en el calvero para escuchar sus atractivas
leyendas.
Pero la piedra redonda le habló de nuevo poniéndole condiciones:
Que venga todo el que lo desee, pero que a cambio de mis historias cada uno me traiga un regalo de comida.
Así se hizo.
Y
desde entonces, cumpliendo fielmente las instrucciones que diera la
piedra redonda, es indispensable contar estas historias de generación en
generación hasta que el mundo se acabe.
Ahí van las historias que construyeron el pueblo piel roja.
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